“La intervención humana en el
entorno natural está generando nuevas amenazas
socio-naturales, principalmente asociadas a fenómenos
climáticos”, afirmaban los expertos del Programa de Naciones
Unidas para el Desarrollo (PNUD) hace dos años. No era la
primera vez: los científicos llevaban años alertando de
ello, pero el auténtico debate no se abrió hasta hace unos
días, cuando una película, “El día de mañana”, especulaba
con la idea de gigantescas olas de hielo cerniéndose sobre
Norteamérica a causa del cambio climático. Mientras un grupo
de partidarios del presidente de Estados Unidos George W.
Bush acusaba en el estreno al director del film, Roland
Emmerich, de haber realizado un panfleto contra el dirigente
estadounidense, la organización ecologista Greenpeace sacaba
una página web en la que mostraba con imágenes reales que
las consecuencias del cambio climático no son
ciencia-ficción ni algo del futuro.
Antes, en enero, un artículo
publicado por 19 investigadores de varios países en la
revista científica "Nature" calculaba, a partir de las
proyecciones actuales de calentamiento global, que en 2050
se extinguirán entre el 18 por ciento y el 35 por ciento de
las especies de plantas y animales terrestres, salvo que una
rápida y eficaz aplicación de las medidas de reducción de
emisiones de gases de efecto invernadero lo evite. Un mes
después, un estudio del propio Pentágono trazaba para la
misma fecha un panorama desolador: si se confirman las
peores expectativas, Estados Unidos recibiría oleadas de
refugiados ambientales hambrientos procedentes de México,
Sudamérica y el Caribe; se incrementaría la cantidad e
intensidad de las inundaciones y crecidas del mar; y
prolongadas sequías en África y Asia originarían guerras por
el suministro de alimentos, agua y energía.
¿Son riesgos reales? ¿O se trata
más bien de una campaña que utiliza el catastrofismo para
que población y autoridades tomen cartas en el asunto? Un
informe de la Universidad de Naciones Unidas publicado el
pasado 14 de junio arroja algo de luz al respecto. Bajo el
título “Medio Ambiente y Seguridad Global”, el estudio
asegura que en 50 años al menos un tercio de la Humanidad,
(unos 2.000 millones de personas) podría sufrir las
consecuencias de las inundaciones que afectarán al Planeta.
Esto se debería a que, para entonces, se habría duplicado el
número de personas en el mundo que vivan en zonas
vulnerables a este fenómeno meteorológico, lo que el informe
atribuye a cuatro factores: el cambio climático que sufre la
Tierra, el abrupto aumento del nivel de los mares, la
deforestación continuada -especialmente en las regiones
montañosas- y el aumento de población en dichas zonas
(especialmente atractivas por la riqueza de sus suelos, la
existencia de abundantes reservas de agua,...)
"En un mundo más húmedo y
caliente como el que pronostica hoy la ciencia, es probable
que haya más tormentas en la parte superior del Hemisferio
Norte, mientras que algunas zonas continentales tendrán
veranos más secos y un mayor riesgo de sequía. El deshielo
de los glaciares y los polos aumentará el nivel de los
mares, que podrían inundar pequeñas islas, bajas zonas
costeras y dunas erosionadas", explica Janos Bogardi,
director del informe y responsable de la sede de la
Universidad de Naciones Unidas recién inaugurada en Bonn
(Alemania).
El fenómeno no es nuevo.
Actualmente, las inundaciones causan el 15 por ciento de las
pérdidas humanas por catástrofes “naturales”, afectan cada
año a casi uno de cada diez habitantes del mundo y provocan
más de 25.000 muertes, principalmente entre los habitantes
más pobres del Planeta. En Asia, el continente más
perjudicado por este fenómeno, 400 millones de personas han
sido una diana potencial de las inundaciones en los últimos
veinte años. De hecho, entre 1987 y 1997, el continente
perdió 228.000 vidas y sufrió pérdidas económicas por valor
de 136.000 millones de dólares a causa de las inundaciones.
El informe desmonta otro de los
mitos en torno al medio ambiente (existen prioridades y no
se puede invertir en protección del medio ambiente cuando
tanta gente muere de hambre), creando una falsa disyuntiva
entre dos fenómenos que en muchos casos están
interrelacionados. Según el texto, el coste para la economía
mundial de las inundaciones y otros desastres relacionados
con el agua (entre 50.000 y 60.000 millones de dólares
anuales) es similar al monto dedicado a ayuda al desarrollo
por todos los estados donantes. Se trata de pasar de la
“mentalidad de la reacción y la caridad a la de la
anticipación y la prevención”. Es decir, cambiar la dinámica
actual, en la que los países gastan en una proporción de 100
dólares en ayuda posterior al desastre, por sólo uno en
prevención del mismo.
Además, la mortalidad es mayor,
por lo general, en las zonas rurales de países en
desarrollo, donde no existen infraestructuras preparadas
para resistir el embate del agua, hay una ausencia de
mecanismos de predicción y la cobertura sanitaria es mínima
o difícilmente accesible. “Las miles de trágicas muertes por
inundaciones en Haití y la República Dominicana en las
últimas semanas subrayan la extrema vulnerabilidad de los
países en desarrollo”, asegura Janos Bogardi. “Mientras las
pérdidas económicas originadas por desastres naturales en
los países ricos suponen un 2 por ciento del PIB, en los
países en desarrollo dicho porcentaje alcanza el 13 por
ciento”.
Las graves consecuencias del
deterioro ambiental son un hecho cada vez más constatado por
estudios científicos rigurosos y más patente en el día a
día. Al igual que algunas organizaciones ecologistas y
medios de comunicación harían bien en evitar la utilización
de las catástrofes como elemento de concienciación, porque
tan sólo generan inquietud ante una amenaza concreta en
lugar de una ciudadanía responsable e informada en temas
ambientales que actúe por convicción, los dirigentes
mundiales deberían encontrar en ese riesgo futuro un motivo
más -aunque no el único- para proteger el medio ambiente sin
más dilación.
Antonio Pita
Agencia de Información
Solidaria
pitajim@terra.es
22
de
junio de 2004