Con
Eduardo Gudynas
Cambiar la cabeza
para cambiar de modelo
Las
características de los procesos de transformación
productiva que tienen lugar en los países del MERCOSUR,
el papel central que tienen en ellos las empresas, el
rol subalterno o negativo de los Estados y las
dificultades para formular una estrategia de desarrollo
alternativa son algunos de los temas abordados en la
siguiente entrevista con el investigador uruguayo
Eduardo Gudynas, secretario ejecutivo del Centro
Latinoamericano de Ecología Social (CLAES).
En la agropecuaria sudamericana están ocurriendo
procesos
de transformación novedosos. En el pasado siempre se
enfatizó como una cuestión central a discutir la
propiedad sobre la tierra, sobre los recursos. Sin
embargo, me parece que con la dinámica de la economía
actual, especialmente de los mercados agroalimentarios,
saber quién controla, quién maneja, y quién establece
las normas sobre toda la cadena es aún más importante
que saber quiénes son los dueños de la tierra. En países
como Bolivia, Paraguay y Uruguay se
discute mucho el tema de la extranjerización de la
propiedad de la tierra, pero habría que atender también
al tema de quién controla y maneja toda la cadena de un
sector y para qué.
Hoy, independientemente de la forma de propiedad
(comunitaria, cooperativa, estatal, mixta o privada) la
mayoría de los gobiernos de la región terminan
reproduciendo un cierto tipo de estrategia agropecuaria
de alta maquinación, de monocultivos de amplia cobertura
geográfica, de uso intensivo de agroquímicos y en
algunos casos de variedades transgénicas. Todos apuestan
a una fase agroindustrial y de exportación a los
mercados globales, dejando en segundo lugar las demandas
o intereses de cobertura alimentaria dentro de los
propios países.
Ahí están los casos de Bolivia, Paraguay y
Uruguay, donde sectores completos de la
producción ya están en manos de capitales extranjeros.
Al sector granos lo controlan capitales argentinos. En
Uruguay, los principales frigoríficos son hoy
brasileños, y los capitales de ese país han avanzado
sobre el arroz y las proteínas animales. Quien es el
dueño de la pradera donde pasta la vaca -o del ganado-
pasa a un segundo lugar, porque toda la cadena
frigorífica uruguaya está totalmente controlada por el capital
brasileño.
-¿Los gobiernos progresistas han ofrecido alguna
resistencia a este modelo?
-Justamente, el problema se agrava porque los gobiernos
progresistas comparten la política de atraer e
incentivar la inversión extranjera y no hay una
presencia estatal de regulación sobre lo que hacen estos
capitales. Y ésto también genera problemas en la
integración. Como los gobiernos regionales fracasaron en
coordinar políticas agropecuarias (el MERCOSUR no
las tiene ni se plantea tenerlas) en los hechos está
caminando en paralelo una integración empresarial, que
además queda en manos de las propias empresas. En poco
tiempo van a pasar cosas muy extrañas: cuando
Paraguay y Uruguay tengan que negociar con
Brasil ciertas características del comercio
interregional en carnes o en granos, en realidad van a
estar defendiendo a subsidiarias de los propios
capitales brasileños.
Y hay otro asunto: el Estado brasileño está financiando
la expansión del capital nacional en el sector
agroindustrial en la región. Lo hace a través del Banco
de Desarrollo Económico y Social, por ejemplo por medio
de la creación de fondos de inversión que compran parte
de los papeles que se necesitan para financiar
adquisiciones o fusiones. La novedad es que de estos
esquemas de inversión participan fondos de pensión que
manejan dinero de los trabajadores. La
internacionalización del capitalismo brasileño tiene
entonces una pata de apoyo estatal y otra de apoyo
sindical. El movimiento sindical del sector
agroalimentario debería comenzar a reflexionar sobre
cómo abordar esta problemática.
-¿Qué consecuencias acarrean estas estrategias de uso
intensivo del capital sobre la pequeña producción
familiar?
-Como esas estrategias necesitan de ciertas escalas para
ser rentables, la agricultura del pequeño productor
familiar, la agricultura campesina se hacen totalmente
marginales. En Chile, por tomar un caso, el
Estado asume que van a ser sectores condenados y los
subsidia. Es lo que sucede con los pequeños agricultores
criollos o mapuches del sur: se sabe que nunca van a
entrar en esta economía de alta escala. El problema es
que los gobiernos progresistas no pueden sostener una
ola de protesta social, que contradice su propia idea de
justicia social, y entran en una lógica de
asistencialismo focalizado y sin perspectiva.
Sucede también en Uruguay, en Brasil y en
menor intensidad en Argentina: los propios
gobiernos incentivan esta agricultura exportadora y de
alto impacto, reconocen que tiene efectos negativos,
como el desplazamiento de pequeños productores, pero
toman parte de los excedentes que genera ese "boom" de
exportaciones y adoptan programas sociales para
amortiguar y compensar esos impactos. La diferencia
entre gobiernos progresistas y gobiernos tradicionales
está en la captación de los excedentes.
-De los efectos ambientales de ese modelo pocos se
ocupan…
-Todos los gobiernos progresistas tienen ese énfasis
exportador: agroexportador en Uruguay y
Argentina, minero y agrario en Brasil, minero
en Chile, minero en Ecuador. Éste último,
de todas maneras, presenta cosas positivas: su
Constitución actual es de vanguardia en temas
ambientales. Allí se está dando una discusión sobre la
estrategia de desarrollo para salir de la dependencia
del petróleo, y hay condiciones políticas para darla
porque la Constitución tiene una sección dedicada a los
derechos de la naturaleza. El derrame petrolero de Texaco de décadas atrás, que ha tenido impactos
desastrosos de todo tipo, creó una sensibilidad especial
a la contaminación generada por esa industria. En la
otra punta está Bolivia, cuya Constitución,
reformada bajo la gestión de Evo Morales, es la
única que fija al Estado el deber de
industrializar los recursos naturales.
-Según tu punto de vista, la formulación de estrategias
de desarrollo alternativas encuentra hoy más
dificultades que en el pasado reciente...
-Antes era más sencillo criticar a una transnacional, que
tenía su casa central en el extranjero, pero ahora hay
organizaciones nacionales, algunas de base popular,
totalmente volcadas a este tipo de desarrollo
agropecuario, gobiernos progresistas que apoyan este
modelo y hasta sindicatos de base industrial que lo ven
bien. La presión social sobre los gobiernos es, en buena
medida, en favor de una mayor eficiencia en el uso de
los recursos naturales, pero no hay discusión sobre la
cualidad de ese uso. Desde los gobiernos de signo
progresista se utiliza repetidamente la excusa de la
pobreza, que si no seguimos ese modelo “vamos a ser
pobres”, lo que impide que se haga un abordaje más fino,
más serio sobre los programas para combatir la pobreza y
cómo salir de la pobreza. Se genera así el círculo
vicioso de que las propias corrientes exportadoras
financian parte de los programas de atención a la
pobreza que ellas mismas crean.
Por otra parte, también en la academia ha habido un
retroceso. Los temas de desarrollo están en caída, los
de desarrollo rural son una pequeñísima fracción y los
de desarrollo con una visión alternativa son minúsculos.
En la agropecuaria, los vínculos entre las empresas y el
sector académico son muy importantes…
-¿Qué pistas de salida propondrías?
-Repensar las estrategias de coordinación productiva
agropecuaria; abandonar la competencia entre los
distintos países, todos por el mismo producto y por los
mismos mercados; orientar la producción a resolver los
problemas de insuficiencia alimentaria con una lógica
regional. Es increíble que en esta zona haya países que
sean exportadores netos de alimentos y que tengan
enormes problemas alimentarios dentro de fronteras.
En su forma tradicional la soberanía alimentaria implica
que todos los países produzcan de todo, pero eso también
generaría un impacto ambiental muy fuerte. No tiene
sentido que Argentina produzca bananas, o
Uruguay azúcar, sí lo tiene que haya una
complementación productiva y alimentaria, lo que lleva a
establecer cadenas de producción compartidas y a tener
una política comercial del bloque hacia afuera. Ahí sí
habría una política de Estado y no de empresas, como
sucede ahora.