-¿Qué evaluación le merece la gestión ambiental
durante estos primeros ocho meses de gobierno?
-Se han sucedido muchos claroscuros. Por un lado, el tono de
la gestión es más flexible y abierto a la discusión.
El ministerio instaló un espacio de discusión y
consulta participativo (si bien al principio se
opuso) y aprobó un nuevo reglamento de evaluación
ambiental que ofrece varios elementos positivos.
Pero si bien hubo una mejora, la evaluación
ambiental sigue siendo estática y rígida: la empresa
pide y los técnicos del gobierno responden, cuando
debería ser un proceso de intercambio de
informaciones y exigencias, incluyendo la
participación de técnicos independientes y la
sociedad civil.
En las áreas protegidas, el ministerio ha dado un paso
positivo al convocar a una comisión asesora
nacional. Pero se repiten las dificultades a la hora
de pasar a la gestión concreta y efectiva, ya que el
programa que está analizando poner en marcha un
sistema de parques y reservas naturales sigue
atascado en estudios de diagnóstico.
El diseño de una política nacional avanza en un mar de dudas.
Hay metas claras de acción, pero por primera vez en
la historia tenemos un subsecretario con un discurso
antiambiental. En todas las anteriores
administraciones las cuestiones ambientales quedaban
en manos del subsecretario, y por lo general los
discursos eran favorables aunque después poco y nada
se avanzaba. Ahora nos enfrentamos a un
subsecretario mediático y con declaraciones que
atacan el tema ambiental en defensa de la economía.
-La gestión ambiental involucra además del
ministerio respectivo a otros, como Ganadería,
Salud, Industria y Economía. ¿Se avanzó en esa
articulación?
-Se ha difundido el mito de que toda la gestión ambiental
está en manos del Ministerio de Vivienda,
Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente (MVOTMA), cuando en realidad otros
ministerios también tienen un enorme peso en esta
área. Por ejemplo el Ministerio de Ganadería,
Agricultura y Pesca (MGAP) está muy rezagado en
varios planos y carece de los procedimientos de
información y participación con los que cuenta el
MVOTMA. El MGAP recibirá un préstamo precisamente en
el área ambiental: unos 37 millones de dólares
provenientes del Banco Mundial y del Fondo Mundial
de la Naturaleza de las Naciones Unidas para la
conservación de los recursos naturales. Un proyecto
plagado de problemas por una incorporación
inadecuada de los temas ambientales y escasa
participación.
En todos estos ministerios hay contradicciones, y creo que
eso no sólo se debe a las limitaciones para
incorporar la dimensión ecológica sino a la ausencia
de una estrategia de desarrollo nacional.
-Usted sostiene que el desarrollo económico no tiene
por qué estar reñido con la protección del ambiente.
Esta concepción, ¿está incorporada en los
gobernantes más allá del discurso?
-No. En ese terreno tenemos un problema muy serio. Mientras
la economía moderna incorpora costos y beneficios
ambientales, en este gobierno prevalece una visión
ortodoxa y anticuada que concibe que primero debemos
promover el crecimiento económico y después vendrán
las medidas de protección ambiental. Se razona que
el país sigue inmerso en una crisis, y por eso lo
primero es lograr inversiones y exportar. Pero en
realidad la conservación ambiental es una condición
para un desarrollo genuino. Además, la falta de
cuidado ambiental siempre genera un costo que
también es económico y que usualmente se transfiere
al resto de la sociedad.
Esto a su vez está relacionado con las incertidumbres sobre
las posibles estrategias de desarrollo del país, una
discusión que casi no existe. Tenemos una estrategia
financiera, lo que podríamos llamar una
“contabilidad”, pero carecemos de horizontes claros
para el desarrollo productivo.
Uno de los mejores ejemplos de vinculación positiva entre
metas ambientales y económicas es la producción de
carne orgánica. Uruguay tiene más de 700 mil
hectáreas certificadas bajo ese sistema, donde hay
un circuito económico exitoso que está en marcha con
frigoríficos que exportan el producto. A pesar de
todo eso, la documentación disponible sobre
conservación de recursos naturales del programa del
MGAP ignora este enorme rubro, y por lo tanto se
pierde la oportunidad de promover la producción
orgánica.
-¿En qué medida es practicable este equilibrio
cuando hay fuertes intereses políticos y económicos
en juego?
-En América Latina esto ha sido muy difícil. La necesidad de
lograr fuertes superávit fiscales junto al pago de
la deuda externa, y las debilidades de la inversión
interna, hacen que los países caigan en estrategias
basadas en la exportación de materias primas, lo que
en realidad es exportar la naturaleza.
Lamentablemente Uruguay está siguiendo el mismo
camino, y en lugar de fortalecer el sector
exportador agropecuario que permite generar empleo y
valor agregado por medio de un cierto tipo de
industrialización (como puede ser el sector
agroalimentario), está dando un paso atrás para
exportar pulpa de papel con un enorme riesgo
ambiental, lo que a su vez genera menos empleo y
valor agregado. En este contexto las presiones
económicas y políticas contra los temas ambientales
son enormes.
La experiencia de los países desarrollados en algunos
sectores es similar, pero en otros rubros camina en
dirección contraria, incorporando una “calidad
ambiental” a la producción. Alemania está apostando
a expandir la agroecología y el gobierno de Nueva
Zelanda apoya la carne ovina orgánica. Nosotros no
parecemos aprender de esos ejemplos.
-Históricamente las ONG han sido una piedra en el
zapato para los gobiernos blancos y colorados. ¿Qué
rol están jugando actualmente?
-La mayor parte de las ONG ambientalistas viene observando
con preocupación las dificultades para pasar a las
acciones concretas, como las incertidumbres sobre
las estrategias. Pero además tememos un fenómeno que
también se ha dado bajo el gobierno de Lula: se
cuenta con las instancias de participación pero no
se logra afectar las acciones concretas del
gobierno, mientras que el área ambiental se debilita
frente a la presión que ejercen otros ministerios
como el de Economía. Muchos militantes regresan a
las ONG cuando la izquierda se desentiende de la
temática ambiental, como sucedió en Inglaterra y
ahora está ocurriendo en Brasil.
El Estado muestra una débil capacidad para velar por la
calidad del ambiente, que es un bien común.
Actualmente, con el tema de las papeleras, se ofrece
la imagen de un gobierno muy ágil y enérgico en
defender las inversiones, pero más lento en asegurar
medidas ambientales. Frente a esto es necesario
comenzar a pensar en un ombudsman ambiental, o bien
un contralor independiente que pueda evaluar no sólo
a los privados sino también la eficiencia de las
reparticiones estatales para cumplir nuestra
normativa ambiental.
-¿Cómo ha manejado el gobierno el conflicto con
Argentina por la instalación de las plantas de
celulosa?
-No estoy conforme. El MVOTMA y en especial el subsecretario
(Jaime) Igorra han insistido en que las plantas no
tienen impactos ambientales. Eso es un error
conceptual enorme, y hasta las propias empresas
admiten que hay impactos en el ambiente y por esa
razón proponen medidas de control y mitigación. Pero
además nuestro gobierno debería aprovechar esta
discusión para promover un protocolo ambiental en el
seno del MERCOSUR. Justamente Uruguay es el que más
tiene para ganar con un acuerdo regional ya que
sufre impactos ambientales no sólo desde Argentina
sino también desde Brasil. Tenemos la oportunidad en
esta materia de liderar a nivel internacional y
dentro del MERCOSUR y la estamos desaprovechando.
Virginia Matos
Convenio Brecha/Rel-UITA
22
de Noviembre de 2005
*Eduardo Gudynas es
ecólogo social, director del Centro Latinoamericano
de Ecología Social (CLAES) y secretario de la Red
Uruguaya de ONG Ambientalistas. Actualmente está
coordinando el próximo reporte sobre el estado del
ambiente en América Latina y el Caribe para las
Naciones Unidas.