Con Leonardo Boff
Podemos ser más con menos
“El
lugar más inmediato para comenzar los cambios es cada
uno”, sostiene Leonardo Boff. En esta reciente
entrevista el teólogo, filósofo y escritor brasileño
habla sobre la necesidad de comenzar los cambios en
nosotros que van a beneficiar a la Tierra. “Cada uno en
su lugar, cada comunidad, cada entidad, en fin, todos
debemos comenzar a hacer algo para dar un rumbo
diferente a nuestra presencia en este planeta”. Para
Boff, no debemos depositar nuestras esperanzas en las
decisiones que vienen de arriba.
-¿Cree usted en la voluntad política de los grandes
líderes mundiales para revertir la situación climática
en la que se encuentra nuestro planeta?
-No, no
creo. Los grandes no tienen ninguna preocupación que
vaya más allá de sus intereses materiales. Todas las
políticas que hasta ahora fueron pensadas y proyectadas
por el G-20 apuntan a salvar el sistema
económico-financiero, con correcciones y regulaciones
(que hasta ahora no se realizaron) para que todo vuelva
a lo que era antes. Antes reinaba la especulación más
desvergonzada que se pueda imaginar. Basta pensar que el
capital productivo, aquél que se encuentra en las
fábricas y en el proceso de generación de bienes, suma
60.000 billones de dólares.
El
capital especulativo, basado en papeles, alcanzaba la
cifra de 500.000 billones. Circulaba en las bolsas
especulativas del mundo entero, gerenciado por
verdaderos ladrones y falsarios. La verdadera
alternativa sólo puede ser: salvar la vida y la Tierra y
poner la economía al servicio de estas dos prioridades.
Hay una tendencia al suicidio dentro del capitalismo:
prefiere morir o hacer morir antes que renunciar a sus
beneficios.
-Aunque fue muy esperada la COP 15, que se realizó en
Copenhague, Dinamarca, no produjo resultados eficaces y
compromisos más serios. ¿Cuál debe ser el papel de la
sociedad civil en este caso?
-Llegamos a un punto en el que todos seremos afectados
por los cambios climáticos. Todos corremos riesgos,
inclusive el de que gran parte de la humanidad tenga que
desaparecer por no conseguir adaptarse ni mitigar los
efectos maléficos del calentamiento global. No podemos
confiar nuestro destino a representantes políticos que,
en realidad, no representan a sus pueblos sino a los
capitales con sus intereses presentes en sus pueblos.
Necesitamos nosotros mismos asumir una tarea salvadora.
Cada uno en su lugar, cada comunidad,
cada entidad, en fin, todos debemos comenzar a hacer
algo para dar un rumbo diferente a nuestra presencia en
este planeta. Si no podemos cambiar el mundo, sí podemos
cambiar este pedazo de mundo que somos cada uno de
nosotros.
No podemos confiar nuestro destino a
representantes políticos que, en realidad,
no representan a sus pueblos sino a los
capitales con sus intereses presentes en sus
pueblos. Necesitamos nosotros mismos asumir
una tarea salvadora. |
Sabemos
gracias a la nueva biología y por la física de las
energías que toda actividad positiva, que va en la
dirección de la lógica de la vida, produce una
resonancia morfogenética, tal como se dice. En otras
palabras, el bien que hacemos no queda reducido a
nuestro espacio personal. Ese bien resuena lejos, se
irradia y entra en las redes de energía que vinculan a
todos con todos, reforzando el sentido profundo de la
vida. De ahí pueden ocurrir surgimientos sorprendentes
que apunten hacia un nuevo modo de vivir sobre el
planeta y nuevas relaciones personales y sociales más
inclusivas, solidarias y compasivas.
Efectivamente, se nota por todos lados que la
humanidad no está inmóvil ni endurecida por las
perplejidades. Miles de movimientos están buscando
formas nuevas de producción y alternativas que respondan
a los desafíos.
Solamente hablando de ONG, existen más de un
millón en el mundo entero. Es un movimiento de base y no
de cúpulas, las cuales siempre interrumpen los cambios.
-Nunca las cuestiones ambientales estuvieron tan en
evidencia como en los últimos años. Términos como
“calentamiento global” y “cambios climáticos”, a pesar
de varios alertas realizados hace bastante tiempo, hoy
son parte de la vida cotidiana de mucha gente en todo el
planeta. ¿En esta “crisis de civilización” todavía hay
tiempo para hacer algo? ¿De dónde podrá venir esa
“salvación”?
-Si
trabajamos con los parámetros de la física clásica, la
inaugurada por Newton, Galileo Galilei
y Francis Bacon, orientada por la relación
causa-efecto, estamos perdidos. No tenemos tiempo
suficiente para introducir cambios, ni sabiduría para
aplicarlos. Iríamos fatalmente al encuentro de lo peor.
Pero si cambiamos de registro y pensamos en términos de
proceso evolutivo, cuya lógica viene descripta por la
física cuántica que ya no trabaja con materia sino con
energía (la materia, por la fórmula de Einstein,
es energía altamente condensada), ahí el escenario
cambia de figura.
Del caos
nace un nuevo orden. Las turbulencias actuales
preanuncian una emergencia nueva, venida de aquel
trasfondo de energía que subyace en el universo y en
cada ser (llamado también “Vacío Cuántico” o “Fuente
Originaria de todo ser”). Las emergencias o surgimientos
introducen una ruptura e inauguran algo nuevo todavía no
ensayado. Así, no sería extraño que, de repente, los
seres humanos volvieran en sí y pensaran una
articulación central de la humanidad para atender las
demandas de todos con los recursos de la Tierra,
recursos que, si son racionalmente gerenciados, son
suficientes para nosotros, los humanos, y para toda la
comunidad de vida (animales, plantas y otros seres
vivos).
No sería extraño que los seres humanos
volvieran en sí y pensaran una articulación
central de la humanidad para atender las
demandas de todos con los recursos de la
Tierra, recursos que, si son racionalmente
gerenciados, son suficientes para nosotros,
los humanos, y para toda la comunidad de
vida (animales, plantas y otros seres
vivos). |
Posiblemente, llegaríamos a esto sólo ante un peligro
inminente o después de un desastre de grandes
proporciones. Ya decía Hegel: el ser humano no
aprende nada de la historia, sino que aprende todo del
sufrimiento. Prefiero a San Agustín que en las
Confesiones reflexionaba: el ser humano aprende a partir
de dos fuentes de experiencia: el sufrimiento y el amor.
El sufrimiento por la Madre Tierra y por sus hijos e
hijas y el amor por nuestra propia vida y supervivencia
van a salvarnos.
Entonces, no estaríamos frente a un escenario de
tragedia cuyo fin es fatal o inevitable, sino de una
crisis que nos acrisola y purifica y nos crea la
oportunidad de un salto rumbo a un nuevo ensayo
civilizatorio, éste sí, caracterizado por el cuidado y
por la responsabilidad colectiva por la única Casa Común
y por todos sus habitantes.
-Hay
varias demandas pidiendo que la Corte Penal
Internacional reconozca los delitos ambientales como
crímenes de lesa humanidad. ¿Usted piensa que sería una
alternativa?
-Las
leyes solamente tienen sentido y funcionan cuando
previamente se ha creado una nueva conciencia con los
valores ligados al respeto y al cuidado de la vida y de
la Tierra, percibida como nuestra Madre, pues nos provee
todo lo que necesitamos para vivir. Si existe esa
conciencia, puede materializarse en leyes, tribunales y
cortes que hagan justicia a la vida, a la Humanidad y a
la Tierra con castigos ejemplares. En el caso contrario,
los tribunales sólo tienen un carácter legalista, de
difícil aplicación, sin su necesaria aura moral, que le
confiera legitimidad y reconocimiento por parte de
todos.
Entonces
debemos primero trabajar en la creación de esa nueva
conciencia. Yo mismo estoy trabajando con un pequeño
grupo, a pedido de la Presidencia de la Asamblea de la
ONU, en una Declaración Universal del Bien Común
de la Tierra y de la Humanidad. Esa declaración deberá
difundirse por todos los medios de comunicación,
especialmente por Internet, para favorecer la creación
de esta nueva conciencia de la humanidad.
La nueva centralidad no es más el desarrollo
sustentable, sino la vida, la humanidad y la Tierra,
entendida como Gaia, un superorganismo vivo.
-Por
otro lado, no se piensa en nada orientado hacia el
consumo, por ejemplo, que no tenga interferencia directa
en el caos que se produjo en la Tierra. ¿Podría hablar
un poco sobre eso?
-El
propósito de todo el proyecto de la modernidad, nacido
en el siglo XVI, está asentado sobre la voluntad de
poder que se traduce en la voluntad de enriquecimiento,
que presupone la dominación y explotación ilimitada de
los recursos y servicios de la Tierra. En nombre de esta
intención se construyó el proyecto-mundo, primero por
las potencias ibéricas, después por las centroeuropeas y
finalmente por la hegemonía estadounidense. Al principio
no había cómo darse cuenta de las consecuencias funestas
de esta empresa, pues ésta incluía entender la Tierra
como un simple baúl de recursos, algo sin espíritu que
podría ser tratado como quisiéramos. Surgió el gran
instrumento de la tecno-ciencia que facilitó la
concreción de este proyecto. Transformó el mundo, surgió
la sociedad industrial y actualmente la sociedad de la
información y de la automatización.
Toda
esta civilización ofrece a los seres humanos, como
felicidad, la capacidad de consumo sin obstáculos, sea
de bienes naturales, sea de bienes industriales.
Llegamos a un punto en el que consumimos un 30 por
ciento más de lo que la Tierra puede reproducir. Ella
está perdiendo más y más sustentabilidad y biocapacidad;
simplemente no aguanta más el nivel excesivo de consumo
por parte de los dueños del poder y de los controladores
del proceso de la modernidad.
El 20
por ciento de los más ricos consume el 82,4 por ciento
de toda la riqueza de la Tierra, mientras que el 20 por
ciento de los más pobres tiene que contentarse con sólo
el 1,6 por ciento de la riqueza total. Ahora nos damos
cuenta de que una Tierra limitada no soporta un proyecto
ilimitado.
Si quisiéramos universalizar el nivel de consumo de
los países ricos para toda la Humanidad, los cálculos ya
fueron hechos: necesitaríamos por lo menos tres Tierras
iguales a ésta, lo que se revela como una imposibilidad.
Tenemos que cambiar, en el caso de que
queramos superar esta injusticia social y ecológica
universal y tener un mínimo de equidad entre todos.
-¿Hasta qué punto cree usted que la sociedad civil
organizada puede ser agente de una nueva práctica de
consumo?
-Se debe
comenzar por algún lugar. El lugar más inmediato es
comenzar por cada uno. El desafío frente al problema
universal, es convencerse de que podemos ser más con
menos. Importa hacer la opción por una simplicidad
voluntaria y por un consumo compasivo y solidario
pensando en todos los demás hermanos y hermanas y demás
seres vivos de la naturaleza que padecen hambre y están
sufriendo todo tipo de carencias. Pero para ello,
debemos realizar la experiencia radicalmente humana de
que de hecho todos somos hermanos y hermanas y que somos
ecointerdependientes y que formamos una comunidad de
vida.
El problema no es la Tierra, sino nuestra
relación con ella, relación de agresión y de
explotación implacable. Necesitamos
establecer un acuerdo Tierra y Humanidad
para que ambos puedan convivir |
La
economía se orientará para producir lo que realmente
necesitamos para vivir y no para acumular ni para lo
superfluo, una economía de lo suficiente y de lo decente
para todos, respetando los límites ecológicos de cada
ecosistema y obedeciendo los ritmos de la naturaleza.
Esto es posible. Pero precisamos de una “metanoia”1 bíblica, de
una transformación de nuestros hábitos, de nuestra mente
y de nuestros corazones. Esta transformación constituye
la espiritualidad. No es facultativa, es necesaria. Cada
uno es como una gota de lluvia. Una moja poco. Pero
millones y millones de gotas hacen una tempestad; ahora
es necesario un tsunami del bien.
-
Brasil, a causa de la floresta amazónica y otras
florestas nativas, debería tener un papel fundamental en
la cuestión ambiental. ¿Cómo evalúa usted la postura del
gobierno brasilero en relación con el tema?
-El
gobierno brasilero no acumuló todavía la suficiente masa
crítica ni la conciencia de la importancia de la
floresta amazónica en la consecución del equilibrio
climático de toda la Tierra. Si el problema es el exceso
de dióxido de carbono en la atmósfera, entonces son las
florestas las grandes secuestradoras de este gas que
produce el efecto invernadero y, en consecuencia, el
calentamiento global.
Ellas
absorben los gases contaminantes por medio de la
fotosíntesis y los transforman en biomasa, liberando
oxígeno.
En vez de establecer la meta de deforestación cero y
en esa posición ser rígido e implacable, por amor a la
humanidad y a la Tierra, el gobierno establece que para
2020 va a reducir la deforestación en un 15 por ciento.
Y hay políticas contradictorias, pues por
un lado el Ministerio de Medio Ambiente combate la
deforestación, y por el otro el BNDS financia
proyectos de expansión de la soja y de la actividad
pecuaria que avanzan sobre la floresta. Por detrás están
los grandes intereses del agronegocio que presionan al
gobierno a mantener una política flexible y que daña el
equilibrio de la Tierra.
-Se
ve la gran actuación de movimientos sociales y entidades
en defensa de la naturaleza, reclamando más de sus
gobiernos en ámbitos internacionales. ¿Cree que hay, en
este momento, más empoderamiento?
-Pienso
que la Cumbre de Copenhague tendrá una función semejante
a la que tuvo la Eco-92 en Río de Janeiro. Después de la
Eco-92 surgió en el mundo entero la cuestión de la
sustentabilidad y de la crítica al sistema del capital
visto como esencialmente antiecológico, pues implica una
producción ilimitada a costa de la extracción ilimitada
de los recursos y servicios de la naturaleza.
Creo que ahora la Humanidad tomará
conciencia de que, a partir de la sociedad civil
mundial, de los movimientos, organizaciones,
instituciones, religiones e iglesias, cambia de rumbo o
tendrá que aceptar entonces la aniquilación de la
biodiversidad y el riesgo del exterminio de millones y
millones de seres humanos, no excluida la eventualidad
de la desaparición de la propia especie humana.
Esta
conciencia va a encontrar los medios para presionar a
las empresas, a los grandes emprendimientos y a los
Estados para hallar una nueva relación con la Tierra. El
problema no es la Tierra, sino nuestra relación con
ella, relación de agresión y de explotación implacable.
Necesitamos establecer un acuerdo Tierra y Humanidad
para que ambos puedan convivir interdependientemente,
con sinergia y espíritu de reciprocidad. Sin esto no
tendremos futuro. El futuro vendrá a partir de la fuerza
de la simiente, es decir, de las prácticas humanas
personales y comunitarias que crean redes, ganan fuerza
y consiguen imponer un nuevo orden que garantizará un
nuevo tipo de historia.