En un artículo publicado en el semanario Brecha, del
18/11/05, titulado "Otra forma de ver el problema de
las celulosas. La lección del Anglo", el sociólogo
José Arocena hace una analogía entre el proceso de
instalación, producción y cierre del Frigorífico
Anglo en Fray Bentos y el correspondiente a las
plantas de celulosa de Botnia y Ence en la zona, con
el fin de extraer algunas enseñanzas y previsiones
para el futuro.
Antes que nada, debemos destacar que, más allá de la
discusión que entablaremos a continuación con dicho
artículo, la presentación de Arocena parte de un
punto de vista serio y meditado, que merece nuestro
respeto. La aclaración resulta necesaria, porque la
proliferación de simplificaciones groseras,
afirmaciones absolutas y adjetivos descalificadores
hace por momentos bastante difícil el desarrollo de
un debate adecuado sobre una cuestión compleja y de
gran relevancia para el país.
Como punto de partida, para Arocena "es estratégicamente más
importante prever los posibles efectos negativos de
la monoindustria, que preocuparse solamente por los
efectos ambientales", que "son controlables y
aplicando las tecnologías actuales se reduce mucho
el impacto negativo". Y agrega: "El debate ambiental
es importante, pero en buena medida su virulencia
(sic) se acrecienta porque no se percibe un proyecto
nacional de desarrollo en el que se inserte este
tipo de emprendimiento".
La preocupación de Arocena es que no se olviden las lecciones
de la experiencia del Frigorífico Anglo --la cual
asemeja, en grandes rasgos, a los actuales proyectos
de inversión en la producción de celulosa--, para
que no vuelva a repetirse la decadencia económica y
social que se abatió sobre la población de Fray
Bentos tras el cierre de aquella industria. Para
"atenuar el efecto negativo de la crisis
monoindustrial", propone una acción capaz de crear
"un tejido diversificado de nuevas empresas".
La
desvalorización de la cuestión ambiental
En primer lugar, digamos que las opiniones de Arocena acerca
de la importancia de los problemas ambientales en
juego, y la forma de manejarlos por medio de la
tecnología, son un reflejo fiel del pensamiento
predominante en el país, especialmente entre los
académicos y profesionales universitarios destacados
dentro del gobierno del Frente Amplio. En este
enfoque, lo ambiental es sólo un aspecto de la
realidad, que afecta pero no incluye al individuo, y
pretender que ocupe todo el escenario es un error.
Algunas cifras comparativas
La "Liebig
Extract of Meat Company Limited", que
luego se convertiría en el Frigorífico
Anglo, fue constituida en 1865, con
capitales ingleses. La Liebig Co. en la
industria, el Banco de Londres y Río de
la Plata en las finanzas y el primer
empréstito del gobierno uruguayo fueron
las avanzadas de la inversión extranjera
en el Uruguay. En 1884 se estimó en 6,5
millones de libras el total de las
inversiones británicas en el país.
A
pesar de la importancia en su época, la
inversión que dio origen el Anglo fue
bastante menor que las actuales en curso
y prometidas en el futuro inmediato para
forestación y plantas de celulosa. Por
otra parte, la presencia de la Liebig Co.,
que llegó a procesar a un ritmo de
150.000 vacunos por año, no alteró la
estructura de la propiedad de la tierra
vigente en el país, mientras que el
modelo de la celulosa va acompañado de
una fuerte concentración y
extranjerización en la propiedad de los
establecimientos.
Las
diferencias del impacto social entre el
Anglo y Botnia y Ence son bastante
grandes también. Mientras el frigorífico
llegó a emplear directamente de 3 a 5
mil trabajadores --una tercera parte de
los habitantes de Fray Bentos, según las
crónicas--, las plantas de celulosa
juntas prometen ocupación directa para
600 personas, cuando la ciudad cuenta
hoy con 22.000 habitantes. Quizás para
mitigar este impacto, las forestadoras
hablan en su propaganda de 25.000
puestos generados por su presencia en el
país…
El
impacto de la celulosa en el empleo se
vuelve directamente negativo si se le
restan las cifras de aquellas
actividades que se sienten amenazadas
por la instalación de las nuevas
plantas, tales como el turismo, la pesca
artesanal y la apicultura, la lechería y
la agricultura, que emplean a unas dos
mil personas. De esta manera, no hay
suma, sino sustitución de una actividad
por otra, con mucho menor oferta de
trabajo. |
En definitiva, este es el pensamiento en que han sido
formados las generaciones que pasaron por la antigua
Universidad de la República. Las más recientes
universidades privadas no han introducido a este
respecto otra visión (José Arocena se desempeñó como
Rector en la Universidad Católica del Uruguay).
Salvo honrosas excepciones, en esos ámbitos impera
el presupuesto positivista según el cual la
naturaleza está ahí para ser sometida por la
inteligencia del Hombre en su exclusivo beneficio.
Esa noción va acompañada por una confianza ilimitada en la
capacidad y sabiduría del Ser Humano para
desarrollar la ciencia y la tecnología necesarias a
tal fin. Los efectos negativos sobre el medio
ambiente son todos superables. Si todavía no se
consiguió eliminarlos, ya se llegará. "Estamos
usando las mejores tecnologías disponibles", es la
frase de moda; una versión elegante de la más
popular "¡es lo que hay, valor!" ¿Crisis ambiental
planetaria? Aquí no existe, nosotros somos el
"Uruguay Natural".
La rigidez de las respuestas del gobierno ante los
cuestionamientos ambientales a las plantas de
celulosa es una expresión de ese enfoque, sumada a
la creencia de que la sociedad uruguaya no se
inquieta demasiado al respecto. Y esto va más allá
de las esferas académicas y de gobierno. Para
algunos analistas, el ambiente sigue en esa
categoría de grupos y temas discriminados que
defienden unos pocos. Los debates del Protocolo de
Kyoto, por ejemplo, se exponen como si fueran ajenos
al Uruguay.
Estas apreciaciones contrastan, sin embargo, con una encuesta
encomendada por la propia DINAMA, aunque no muy
difundida, en donde 79% de los uruguayos apoyó la
idea de que "proteger el ambiente es tan importante
como promover el crecimiento económico". Además, 50%
consideró que la prioridad uno debe estar en la
protección del ambiente, mientras que un 34% se la
asignó al crecimiento económico. No se percibió
ningún cambio en la comunicación oficial posterior a
esta encuesta.
De ahí que parezca más un problema de formación y de
convicciones arraigadas que de sentido de la
realidad, acompañadas de una suerte de despotismo
ilustrado que supone que, si son temas técnicos,
sólo los técnicos pueden determinar. Y esto se
refleja en el estrecho concepto de participación
manejado desde el gobierno, que no genera espacios
de discusión y, menos aún, de decisión con los
actores afectados. A lo sumo, se le ofrecen
explicaciones y se le pide confianza en los
técnicos.
No está demás registrar que en este tema, y sólo en este
tema, hay una coincidencia total entre el enfoque
del gobierno actual y el de sus predecesores, al
punto de haber convocado a la única interpelación
con fines laudatorios hacia el gobierno de toda la
historia parlamentaria del país. Ni el Partido
Colorado ni el Partido Nacional tuvieron o les
interesa desarrollar una política ambiental nacional
y, mucho menos, dar apoyo a formas de participación
que supongan ampliar esta esmirriada democracia.
Política de
desarrollo y previsión estratégica
El tamaño del Uruguay y la envergadura de los proyectos de
producción de celulosa, con la consiguiente
consolidación y ampliación del modelo de forestación
asociado a ellos, no deja lugar a dudas: se juega un
proyecto de desarrollo nacional por varias décadas
hacia adelante. La experiencia del Anglo duro 104
años, asociada en forma directa a la ganadería, que
era la cultura productiva dominante en el país. La
opción actual por la celulosa es de mayor
envergadura aún, en todos los planos.
La previsión estratégica de Arocena se reduce a pensar cómo
mitigar los impactos del previsible cierre de las
megaplantas, que da por descontado cuando se
modifiquen las circunstancias del mercado mundial
que lo hacen viable, a través de un llamado a la
innovación y la creatividad. ¿No sería mejor
invertir el sentido de ese proceso? O sea,
desarrollar nuestra creatividad para NO PASAR por la
crisis monoindustrial, a la que debería agregarle la
crisis del monocultivo. ¿Qué es más razonable?
El "plan nacional de desarrollo" implícito en este enfoque es
el de que Uruguay no tiene otra alternativa que
adaptarse a las decisiones de los actores externos
del país, en este caso las "megainversiones" en la
forestación y la producción de celulosa. La
estrategia local debe preocuparse entonces solamente
por el momento en que esos capitales se vayan. Pero
¿cuál será el legado económico, social y ambiental
de este proceso? Arocena sólo parece considerar la
experiencia del Anglo en Uruguay.
En realidad, el caso de la Liebig Co. tiene diferencias
significativas con las Ence, Botnia y Stora-Enso de
hoy (ver recuadro). Estas se asemejan a las mayores
empresas del mundo en la extracción de petróleo, gas
y minerales en gran escala. Uruguay no posee
experiencias con actividades extractivas e
industriales de este porte y si va a tenerla debería
estudiar la historia y prepararse. Algunas
expresiones de suficiencia que se utilizan para
obviar el problema evidencian más bien su
ignorancia.
Hablamos de la crisis monoindustrial y nos olvidamos que ya
estamos en la "crisis del monocultivo". ¿Qué futuro
se le abre a la gente que ha sido y sigue siendo
expulsada ahora del campo por el monocultivo de
árboles? ¿Qué perspectiva se le está dando a los
productores ganaderos y agrícolas que intentan
permanecer? Y, en 30 años más, ¿cómo quedará la
tierra en los millones de hectáreas plantados con
pino y eucalipto? Existen suficientes experiencias
como para responder la última pregunta.
¿Precisamos soportar 30 o 40 años estas monoindustrias y
monocultivos para llegar a una industria
diversificada y duradera, con dignidad social y
ambiente sano? Es otro cuento lindo para dormir la
siesta. Visión estratégica y creatividad están
demostrando realmente los que, para evitar ese duro
callejón, proponen soluciones que significan más
trabajo para los uruguayos y conservan mejor su
salud y el ambiente.
Desarrollo
nacional y participación social
Un aspecto importante de la preocupación de Arocena se
refiere a la participación social en el desarrollo,
porque en la búsqueda de soluciones a la crisis
monoindustrial incluye "la capacidad innovadora de
la población" (local, naturalmente), así como la
iniciativa en el mismo sentido de la industria
dominante y de los gobiernos local y nacional.
En los últimos tiempos, junto con la incorporación del
concepto de sustentabilidad, ha quedado claro que la
participación social es un componente estratégico
del desarrollo. Los proyectos de desarrollo sin esa
participación no generan procesos duraderos, la
inversión puede dar el lucro esperado, pero los
beneficios para la población local son muy pobres,
además de aumentar los legados ambientales
negativos.
Esta conclusión adquiere especial validez en los proyectos de
explotación de recursos naturales --como es el caso
que nos ocupa aquí--, al punto que varios
investigadores y analistas han elaborado la teoría
de "la maldición de los recursos", según la cual los
países con importante dotación de riquezas naturales
han estado más expuestos a procesos de corrupción
política, deterioro social y conflictos permanentes.
La participación de las comunidades en los proyectos de
desarrollo que las afectan es una de las vías
fundamentales para evitar tales males. Esta
participación debe superar las formas de delegación
del poder político propias de la democracia
representativa y las relaciones tradicionales de las
empresas con su entorno social. E incluye el
análisis de los proyectos desde su origen, su
ejecución y la planificación del final.
A este respecto deberían tenerse en cuenta las discusiones
del sector de las industrias extractivas, donde está
bastante difundido el concepto de "licencia social
para operar". La expresión indica que, si no se
logra el acuerdo de la comunidad, un proyecto de esa
envergadura puede volverse inviable. No se trata de
una aprobación a la ligera, en su versión más
estricta se habla de "consentimiento libre,
informado y previo".
Aunque pueda sorprender, las poblaciones más concientes en la
actualidad de este requisito son las comunidades
indígenas, por haber sido de las más marginadas y
perjudicadas por ese desarrollo, mientras que las
comunidades pobres no-indígenas resultan más
vulnerables a los manejos de empresas y gobiernos
que usan ciertos valores todavía arraigados en la
cultura y el sistema político nacionales.
Sin embargo, hoy en día, este es un proceso muy dinámico. Las
poblaciones locales están adquiriendo otra
conciencia de sus intereses y derechos. Es una
conciencia de participación. No esperan a ser
llamadas y no entregan la representación a terceros,
exigen un lugar propio en el proceso de toma de
decisiones. Este nuevo actor tiene mayor interés en
evitar los desastres, no apenas en remediarlos.
Víctor L. Bacchetta
©
Rel-UITA
22
de diciembre de 2005