Desplazamientos involuntarios
por los agronegocios en Uruguay
La expansión de los
monocultivos en América Latina es consecuencia de la
consolidación de un proyecto productivo, extractivo y de
transferencia de Naturaleza de los países del Tercer
Mundo a los países industrializados en función de la
acumulación de ganancias.
Orquestada por los grandes bloques económicos, esta
forma de producción se impuso en muchos países de la
región de la mano de las empresas transnacionales —Uruguay
no es la excepción—, e invade no sólo las formas de
trabajo, sino las construcciones cultural y subjetiva de
las comunidades afectadas. Altera las formas de verse a
sí mismas y de relacionarse con el medio en que
conviven.
En el
caso uruguayo, es una constante la venta o arriendo de
la tierra a las empresas del agronegocio para tales
monocultivos. El
efecto son
desplazamientos involuntarios que, como otros procesos
migratorios, son la consecuencia de decisiones
políticas, económicas, sociales y ambientales que se
enfrentan de manera diferente según las condiciones de
los diversos colectivos.
En
América Latina, las migraciones son producto de la
destrucción de los bosques, de la implantación de los
monocultivos, de la minería, del cambio climático y
tienen origen en el colonialismo, la colonización
económica y el racismo ambiental.
En el
caso de la agricultura familiar uruguaya estamos frente
a un proceso de desterritorialización que se produce, no
debido a que estas familias pertenezcan a “todos los
lugares”, sino que por el contrario, como dice
Octavio Ianni, “ya no son de ningún lugar”. Son
movilizados, desplazados de los lugares donde han
desarrollado su vida, en muchos casos más de cincuenta
años.
Un
proceso de investigación-acción participativa realizado
a lo largo del 2008 con víctimas del desplazamiento por
los agronegocios sojero y forestal (editado bajo el
titulo Estamos rodeados*) recogió los testimonios
de las personas afectadas sobre los impactos del
desarrollo de esa lógica productiva y financiera de los
agronegocios sobre algunas poblaciones rurales de
Uruguay, específicamente en los departamentos de
Rocha y Río Negro.
Punto de partida
La
nueva modalidad de ocupación del espacio rural,
denominada monocultivo, sea de soja o eucaliptos, genera
desplazamientos de poblaciones y una subsecuente
violación a sus derechos económicos, sociales,
culturales y ambientales.
Indagamos entonces las razones planteadas por mujeres y
hombres rurales para arrendar o vender sus tierras, y
para no hacerlo, las trayectorias migratorias de quienes
vendieron sus tierras, y los factores previos que
llevaron a tal decisión —haciendo énfasis en aquéllos de
tipo productivo y en los impactos sobre la posesión de
la tierra, la subjetividad y los aspectos culturales, la
salud, la pérdida de servicios y otros.
Poner
énfasis en los monocultivos de soja y las plantaciones
de árboles se debe a la amplia incidencia que estas dos
expresiones del agronegocio han tenido en Uruguay
en las últimas décadas y a su importante proyección a
futuro. El crecimiento de las explotaciones forestales
en la década de 1990 fue de 570 por ciento. A ello se
suma el cada vez mayor número de fábricas de
procesamiento de pulpa de celulosa que gestionan su
instalación en Uruguay.
El crecimiento de la
soja ha sido exponencial, pasando de 8 mil hectáreas en
1998 a 600 mil hectáreas en la actualidad, y su
exportación creció de 10848 toneladas en 2000, a más de
700 mil en 2008.
Se
enfocaron localidades siguiendo el aumento en la
cantidad de tierras arrendadas o vendidas en la última
década, la existencia de cambios en el uso del suelo, el
desplazamiento de otros tipos de producción más
sustentables en términos sociales, ecológicos,
económicos y culturales, los datos sobre movilidad
poblacional en cada uno de esos territorios y la
existencia de redes sociales en la zona. Esto nos llevó
a los departamentos de Rocha y Río Negro: espacios donde
desarrollamos este intercambio con las y los pequeños
productores familiares.
Impactos sobre las
familias
A lo
largo del proceso se encontraron una larga serie de
impactos y consecuencias de estos tipos de producción
sobre la vida, la cultura y la salud de los hombres y
mujeres: desposesión de la tierra, afectación sobre
otros tipos de producción, pérdida de identidad rural,
desvalorización del estilo de vida rural imperante,
pérdida de soberanía alimentaria, cambio del paisaje y
sentimiento de encierro y aislamiento, escasez de agua,
malas condiciones de salubridad en los alrededores y
surgimiento de plagas, disminución o pérdida de
servicios, afectación por el uso de agroquímicos,
inexistencia de nuevas fuentes de trabajo, insuficiencia
de políticas públicas para la producción familiar y la
alimentación, escasez de recursos económicos, necesidad
de buscar oportunidades de mejor calidad de vida (que
incluye acceso a derechos económicos, sociales,
culturales y ambientales y servicios y ocio), entre
otros.
La
emigración de las familias del campo uruguayo a raíz del
aumento de las hectáreas dedicadas a la soja y la
forestación, en algunas situaciones involucra aspectos
volitivos —pero no es en ningún caso voluntaria. La
venta o arriendo de los campos para estos dos
agronegocios son, en todos los casos explorados,
consecuencia de tener que enfrentar condiciones
ambientales y productivas adversas, para las cuales
tampoco el Estado da las respuestas que los pequeños
agricultores familiares esperan y necesitan.
La
amplia mayoría de las familias que deja el campo lo hace
en condiciones de precariedad, lo que pone en jaque la
realización de sus derechos económicos, sociales y
culturales, y también afecta la dimensión cultural y de
pertenencia. Esto provoca un resquebrajamiento del
tejido social que, en algunas zonas, específicamente en
la Sierra de Rocha, se comienza a rearmar en torno a
algunos productores jóvenes que se han asentado en estos
últimos años con emprendimientos, en su mayoría, de tipo
turístico. De todas formas encontramos una corriente
generalizada hacia la desarticulación de la pertenencia
a esa cultura y a ese lugar.
Es
indispensable que Uruguay retome un debate sobre
el territorio, las formas de ser y estar en los
territorios que debemos defender y promover, y los
derechos colectivos sobre el mismo. Esto es fundamental
para construir las soberanías alimentaria y energética
de nuestro pueblo.
El
abandono de los proyectos productivos vinculados a la
agricultura familiar son evaluados por las personas
entrevistadas como una pérdida de sentido en su quehacer
socio-económico-cultural, en el sentido amplio: con
respecto a lo que “toda la vida se ha hecho”, o “lo
único que saben hacer”.
La
pauperización de la agricultura familiar a pequeña
escala continúa y el vínculo identitario con la vida
agraria continúa desvalorizándose frente a otras formas
de vida. Las nuevas generaciones abandonan cada vez más
el medio rural y los que intentan retomarlo encuentran
muchas trabas para lograrlo, como el elevado precio de
la tierra.
Los
agricultores familiares de Uruguay se ven
obligados a abandonar sus tierras porque son rodeados
por grandes empresas transnacionales o grandes
productores que compran cientos y miles de hectáreas
para monocultivos o porque se van quedando solos en el
campo (con las repercusiones que esto tiene en la
pérdida de servicios públicos) hasta que la situación se
devela insostenible. El desplazamiento de estos
agricultores desde sus territorios originales genera
movimientos que en primera instancia van hacia las
periferias de las ciudades más cercanas. Éste es sólo el
primer paso. Quien siente la presión de las periferias y
la mayoría de las veces no tiene acceso a los servicios
básicos (al tiempo que sus derechos son vulnerados),
comienza a vislumbrar nuevas rutas y la cultura
migratoria se asienta como una estrategia más de
supervivencia.
La presencia y las
políticas depredadoras de las empresas transnacionales
en los territorios y la Naturaleza de los países
latinoamericanos son la principal causa de las
migraciones al norte y sur-sur.
La única forma de detener estos procesos (basada en la
realización de derechos) es garantizar la tenencia de la
tierra a las personas y familias que trabajan en ella.
Sólo políticas tendientes a construir y fortalecer la
soberanía alimentaria, y a diversificar la agricultura
para el autosustento y los mercados locales, con base en
los saberes, la cultura y las preferencias locales,
detendrán el éxodo de las familias del campo al norte
global.
Patricia P. Gainza y Mariana Viera Cherro
Tomado
de Biodiversidadla
12 de
agosto de 2009