-¿En qué consiste el curso?
-Se trata de un trabajo en economía y ambiente para el post
grado en Ciencias Ambientales. Una de las formas de mostrar
cómo y dónde se articulan la economía y el ambiente es tomar
un “estudio de caso”, y para esta ocasión hemos elegido los
emprendimientos de celulosa en Fray Bentos, especialmente el
de Botnia. Usaremos las metodologías de análisis que tenemos
disponibles para detectar qué cambios en la realidad
provocarán los impactos de estos emprendimientos en las
zonas de plantación, de transporte, de operaciones y en la
propia planta, así como las posibles consecuencias para
zonas como la de Gualeguaychú y otras.
-¿Usted ya conoce estos casos?
-Por supuesto hice un trabajo previo como el análisis de una
buena parte de la bibliografía existente –en lo que me ayudó
una ecóloga en Buenos Aires– y la elaboración de algunos
elementos de base para calcular cuánto costaría el manejo
sustentable de esa zona, qué productos generaría, cuáles
serían los niveles de ocupación que crearía ese manejo
integral en el área que correspondería a Botnia, y a esto le
vamos a superponer las actividades que impondría la
presencia de Botnia. De ahí podemos concluir cuáles serían
los efectos de esa implantación en el corto, mediano y largo
plazo. Estas variaciones serán enfocadas desde los puntos de
vista ecológico, económico y social.
-¿Cómo se hacen esas cuentas?
-Hemos desarrollado una metodología específica que apunta a
considerar el costo del manejo integral de los recursos y
sus efectos en la oferta ecológica, es decir, en lo que un
sistema ecológico estable, no depredado, puede aportar al
sistema económico en términos de ingresos reales, ocupación,
entre otras cosas.
-¿Qué son las
cuentas patrimoniales?
-Son el registro físico y monetario de los recursos
naturales para su manejo integral.
-¿Y qué es
manejo integral?
-Primero hay que entender el concepto de ecozona –o sea una
zona razonablemente homogénea como un bosque, un río, una
pradera– que puede ser considerada como una fábrica de la
naturaleza de la que se pueden obtener diversos productos,
con un costo de producción y un proceso de fabricación que
consiste en la captación y transformación de la energía.
Este proceso se puede producir naturalmente o ayudado por el
trabajo humano que consiste, primero, en conocer la
realidad, y después en cambiarla sin depredación. Eso
implica tener un inventario, realizar tareas de
regeneración, de restauración cuando es necesario, tareas de
control y participación, estudios de mercado para decidir
dónde serán comercializados esos productos. Todo eso
conforma un costo de manejo de la naturaleza, y genera
múltiples beneficios porque en lugar de obtener un solo
producto habrá diez o 20.
-¿Qué se pone en
un inventario?
-La flora, la fauna, el agua, el suelo, el aire (su
calidad), la conservación de cuencas, la conservación de
biosfera y el paisaje. Las podemos imaginar como columnas, y
sus interrelaciones miden las condiciones ecológicas que
deben existir para obtener una producción múltiple: maderas
para usos diversos, fauna explotable, el aumento de la vida
útil de la infraestructura vial por un manejo adecuado de
cuencas, la captación de turismo vinculada a la calidad del
paisaje, la interrelación positiva del intercambio gaseoso,
ya que la captación natural de carbono que ocurre en
nuestros territorios debería pagarse como parte de la
solución a un proceso de producción inconcluso de los países
del Norte que liberan dióxido de carbono a la atmósfera, la
utilización del aire como energía, como difusor de semillas,
etcétera. Todo esto y mucho más se puede hacer a la vez,
pero para eso hay que conocer los recursos, aprender a
manejarlos y luego cuidarlos.
-Se trata de un concepto de economía muy distinto al que
estamos habituados a escuchar.
-Estamos hablando de la economía de la naturaleza.
-No es la economía del dinero.
-Lo es también, en cuanto pague la sustentabilidad. Pero,
cuidado: la economía del dinero persigue una máxima ganancia
en el plazo más corto, conduce a una maximización de
planificación del horizonte de las inversiones, y a una alta
rotación del capital, o sea, a ganar lo más posible lo antes
posible. Esto choca generalmente con la capacidad
regenerativa de los recursos naturales, y con el intento de
mantener la sustentabilidad en el mediano y largo plazo. Así
de cierto y de simple. Lo que demuestran mis trabajos es que
manejar la biodiversidad sustentablemente, integralmente, en
el caso de las plantaciones no sólo de la flora arbórea sino
también de la fauna, de la captación del carbono y los demás
elementos ya mencionados, es mucho más conveniente desde el
punto de vista económico, y hasta en el corto plazo, que la
extracción inconsulta a gran velocidad de uno sólo de esos
recursos hasta acabarlo, porque casi siempre se acaba
también con todos los demás. En el caso de Botnia son
plantaciones ya destinadas a la fabricación de celulosa,
pero están pensadas sin integralidad.
-Ese enfoque
suele confundirse –intencionalmente o no– con un “rechazo a
la modernidad”.
-Cuando existía el desarrollismo todavía no teníamos estos
métodos, no sabíamos tanto como para evidenciar estas partes
de la realidad que durante mucho tiempo permanecieron
invisibles. En verdad, este enfoque es de “gran modernidad”,
para expresarlo en esos mismos términos. Analizar la
versatilidad y la heterogeneidad de la oferta natural en
relación con las necesidades humanas es algo muy “moderno”.
Persiste la gran discusión acerca de qué es el progreso, qué
relación tiene con la calidad de vida. Normalmente la
conceptualización teórica tradicional del progreso es la del
desarrollismo, que suponía que un incremento del producto
bruto conduciría a un aumento de la disponibilidad de bienes
lo que provocaría un creciente bienestar. Pero lo que hemos
visto es que el incremento del producto bruto no siempre
lleva a un aumento de la disponibilidad de bienes porque la
distribución de los ingresos es desigual, y aún de
producirse no siempre genera un mayor bienestar porque está
mediando un proceso cultural, antropológico del concepto
calidad de vida, y que puede resumirse en la pregunta de si
tener más bienes nos hace más felices. Pero ese debate a
esta altura se expresa en términos más claros: ¿cómo se
puede entender como un progreso real el aumento de un
desarrollo productivo destructivo? Esto ya no lo bancan
siquiera los países desarrollados, cuyas industrias deben
adaptarse más y más a procesos cada vez menos destructivos.
-¿Cuál es la
crítica más habitual que recibe su sistema?
-Se relaciona con la seguridad de las diversas opciones
productivas de un manejo integrado. Por ejemplo: ¿quién me
asegura que la fauna se podrá vender competitivamente?, o
¿quién comprará el carbono captado por la flora? Contesto
diciendo que se supone que tenemos un Estado activo que
intenta promover actividades iniciales, utilizaciones de los
elementos naturales, la investigación para determinar su uso
sustentable. Y a su vez también empresas activas ante estas
posibilidades, porque para las que tengan un criterio
abierto, despierto, aquí hay buenas posibilidades de
inversión. Para las otras implicará solamente un mayor
riesgo y preferirán opciones más conservadoras y
tradicionales, sin percibir que son mucho más peligrosas a
mediano y largo plazo.
-¿Cómo
reaccionan los políticos ante este planteo?
-Es un grave problema, porque la enorme mayoría no tiene la
más pálida idea acerca de esta realidad. En Argentina hay 35
millones de hectáreas de bosques, si se extrajera un metro
cúbico por año y por hectárea no habría deterioro ambiental
ni del recurso, pero se están sacando 4 millones de metros
cúbicos por año con la mayor depredación imaginable. Sin
duda se está dilapidando bosque, pero lo peor es que apenas
estamos aprovechando una pequeñísima parte de toda la
riqueza que allí existe, mucho de la cual va desapareciendo
con los bosques. Lo mismo podemos decir de la pesca: estamos
agotando dos especies que constituyen el 67 por ciento de la
producción comercializada, pero estamos sacando 70 especies.
Las demás 68 especies vuelven muertas al mar, y no porque
sean tecnológica y alimentariamente inadecuadas, simplemente
el mercado actual no las conoce o no se las ha promovido
cabalmente.
-Nos resulta
fácil aceptar ideológicamente que la economía se expresa en
todas las cosas, así como la política, pero no tenemos la
misma percepción con respecto a “lo ambiental”.
-Hace cinco o seis años yo tenía una posición diferente,
pensaba que “lo ambiental” no es una nueva ciencia sino la
articulación de diferentes saberes orientados a profundizar
la interrelación entre la sociedad y la naturaleza, a
mejorar la calidad de vida de la población, etcétera. Hoy
creo que lo ambiental, después de muchos años, tiene objeto
de análisis propio, métodos diferenciales, contradicciones
propias, movimientos sociales propios y conflictos propios.
Quiere decir que está en la instancia de tener elementos
suficientes para diferenciarse, aunque con respecto a los
métodos y las conceptualizaciones aún estamos a mitad de
camino. Se ha producido bastante en muy poco tiempo, pero
hay que continuar avanzando. De alguna manera lo que yo hago
es una crítica a la economía política señalando cuáles son
las producciones que ha dejado fuera de su enfoque. Marx
pensó que había una primera producción, la de mercancías, y
una segunda que es la de fuerza de trabajo. Para mí hay
además otras dos más: la reproducción de la naturaleza, que
hoy es un verdadero y completo problema económico cuyo costo
de producción no fue tenido en cuenta, ya que se partió de
la base de que la naturaleza es infinita y se reproduce
sola. Este es el concepto implícito en la economía política
clásica. Hoy sabemos que no es así, y a esta producción le
llamo preprimaria.
-Mencionó una
cuarta producción.
-Este concepto es un poco más polémico: de la introducción a
la economía política se puede extraer el concepto de que no
hay producción sin consumo, el último eslabón de la
producción. Si eso es así, cuando se genera fuerza de
trabajo que no se puede vender, entonces no es fuerza de
trabajo, es otra cosa. Y si eso pasa muchas veces, durante
muchos años y en más de una generación, entonces lo que se
genera es otra cosa. La desocupación actual es distinta a la
de antes, a lo que llamábamos desocupación friccional o
ejército industrial de reserva. Lo de ahora es mucho más que
eso.
-¿Qué es,
entonces?
-Todavía no está suficientemente analizado, pero podemos
decir que no es una desocupación que está esperando ser
insertada en el mercado, ya no espera eso. Es, además, un
modo productivo que se mueve fuera del mercado tal como lo
visualizamos; es la cuarta producción a la que llamo
“reproducción de la vida”. Esto es, producción para la
supervivencia, de cualquier modo, a cualquier costo, entre
lo legal y lo ilegal. El objetivo es reproducir la vida. En
Argentina le pusieron “producción social”. Todo desecho es
un insumo, y la racionalidad es la producción para el
consumo, no para el cambio. Entonces, todo está cuestionado:
los conceptos de producción, de consumo y de valor. La
definición clásica dice que “sólo el trabajo agrega valor”,
pero esto es muy polémico, porque en realidad lo que agrega
valor es el gasto de fuerza humana de trabajo sumado con el
gasto de la energía del elemento natural donde ese trabajo
se desarrolla, sin lo cual el trabajo es meramente una
abstracción poco útil. Pienso que Marx no tenía exactamente
ese enfoque, aunque confundió mucho cuando escribió que
“sólo” el trabajo agrega valor. La naturaleza no agrega
precisamente valor, pero participa en el trabajo, es un
proceso conjunto; lo que agrega valor es el hombre en la
naturaleza transformando un producto.
-¿Por qué los
países socialistas, gobernados por partidos marxistas, no
han rescatado este concepto de economía ambiental?
-Uno de los libros editados por la Academia de las Ciencias
de la URSS en 1966 sobre el hombre y el medio ambiente,
desarrolla en siete capítulos los elementos teóricos básicos
por los cuales según Lenin, Stalin y otros es imposible que
en el socialismo exista deterioro ambiental. Pero en el
octavo y último capítulo enumera los “nuevos” elementos por
los cuales hay deterioro ambiental en el socialismo.
Recuerdo algunos como “una corta visión del soviet”, que
describía cómo se avaluaba previamente la contaminación
“inevitable” y se pagaba una especie de indemnización al
Estado. Todos pagaban, todos contaminaban, el Estado
recaudaba y todos contentos. La naturaleza, por supuesto,
destruida. Era realmente una visión burocrática del
ambiente. Otro aspecto importante fue la estereotipación
tecnológica: se producían tractores en un par de fábricas
para toda la URSS, pero los tractores eran todos iguales
cuando la diversidad de suelos y producciones hubiese
requerido maquinarias diferentes. Existían estímulos
económicos por productividad, y cuando se es motosierrista o
conductor de una topadora, lo que mejora el sueldo es la
cantidad de trabajo hecho, y no se evalúa el tendal que se
deja atrás. Se puede decir que la influencia soviética en
Cuba fue nefasta porque creó la dependencia del petróleo.
Sólo en dos tambos de toda Cuba se manejó la producción de
biogas; ambas fueron experiencias muy exitosas porque
llegaron a ser energéticamente autosuficientes. Pero en los
otros 500 tambos nunca se hizo nada de esto, se usaba
energía de origen petrolero. En realidad casi todas las
opciones productivas pasaban por un tecnicismo que no era
diferente del modelo petróleo-dependiente capitalista.
-¿Es posible un
cambio en estos aspectos dentro del sistema capitalista?
-No sé. Lo que yo hago es luchar para que sea posible, y si
no tendremos que cambiar el capitalismo. Ya casi no es
importante contestarse esa pregunta. Tengo un modelo para
analizar qué se produce, para quién se produce, con qué
elementos naturales y con qué tecnologías. Y aplicándolo
generalmente queda en evidencia la inviabilidad o
insustentabilidad del proceso porque genera deterioros
graves en la naturaleza y el ser humano. A su vez, muchas
veces existe una percepción de este problema desde la
sociedad lo que genera movimientos de protesta que producen
argumentos teóricos, propuestas alternativas. Si en la
composición de los gobiernos hay elementos de los sectores
populares, en general se admiten correcciones y retrocesos,
sobre todo si los intereses económicos no son demasiado
grandes. Esto no quiere decir que se cambie todo. Dentro del
sistema pueden cambiar ciertas cosas, pero otras cambiarán
sólo con un sistema distinto, y es probable que otras no
siquiera así cambiarán. Para aplicar de manera completa,
cabal, este manejo integral de la naturaleza que estamos
proponiendo se necesita operar un cambio en la visión de la
naturaleza, y eso no se logra de un día para otro.
-¿Cuáles son las
conclusiones que están obteniendo del análisis del caso
Botnia con esa metodología?
-Estamos trabajando. Por ahora lo que vemos es que
simplemente por tratarse de tan inmensa cantidad de pasta de
celulosa en ese lugar concreto causará deterioros fuertes.
Ya existe una cierta contaminación en la zona, que si además
tendrá que absorber una población de 60 mil habitantes,
entonces la situación será realmente grave. Es inevitable
que las consecuencias se diseminen hacia el entorno,
incluyendo la otra orilla del río, Gualeguaychú, etcétera.
Es muy probable que también revierta el desarrollo actual
–pienso en los pescadores y el turismo–, pero sobre todo
impedirá gran parte del desarrollo potencial de esta zona
que es lo que estamos intentando: revelar las
potencialidades productivas del lugar. La distancia entre
esas potencialidades y sus efectos sobre la naturaleza con
lo que se pretende hacer y sus consecuencias –todo
debidamente avaluado– develará el deterioro que se va a
causar. Para eso usamos una matriz de insumos de productos
de la naturaleza que es nuestra tarea actual. No creo que
lleguemos a terminarlo en esta ocasión, pero habremos
avanzado considerablemente para continuar en otra
oportunidad.
Carlos Amorín
© Rel-UITA
12 de
agosto de 2005
* En Uruguay: Hacia otro desarrollo. Una
perspectiva ambiental, en coautoría con Daniel Panario.
Editorial Nordan-Comunidad, 1998