El cielo, a punto de encenderse |
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El lunes 6 de
diciembre comienza en Buenos Aires (Argentina), la
décima conferencia de los países miembros de la
Convención Marco sobre Cambio Climático. Se calcula
que unas 6 mil personas convergerán en esa ciudad para
debatir sobre las evidentes alteraciones en el clima
planetario, las medidas urgentes que son necesarias
para revertirlo y las opciones energéticas que deben
ensayarse en el futuro próximo. |
Este décimo encuentro tiene
lugar bajo circunstancias muy particulares, tanto a nivel
global como en el caso específico de América Latina. La
evidencia científica sobre el aumento de la temperatura
promedio del planeta a estas alturas es irrebatible, y la
causa principal son acciones humanas diversas que generan
gases con un "efecto invernadero" que altera el clima
global.
Muchos considerarán que en la coyuntura actual no se debe
insistir con un "tema ambiental" ya que las urgencias giran
alrededor de nuevos temas como el militarismo, el
unilateralismo de Estados Unidos o la guerra en el Medio
Oriente. En América Latina hay otros que insisten que la
prioridad es la pobreza o la deuda externa, y por lo tanto
las cuestiones ambientales son un lujo que deben esperar
para después.
Si se observa con atención se verá que es evidente que el
movimiento ambientalista es consciente de problemas como la
seguridad mundial y la crisis de la pobreza en América
Latina. Pero también afirma que el cambio climático es uno
de los problemas críticos que nos toca vivir en la
actualidad; es más: alerta de que si no se toman medidas
concretas, algunas cuestiones actuales, como el hambre,
seguramente se agravarán en muchos sitios.
El llamado "efecto invernadero" se debe a la acumulación de
gases que incrementan la retención de radiación en la
atmósfera y por lo tanto elevan la temperatura media del
planeta. Entre los principales gases que originan ese efecto
se destacan el monóxido y dióxido de carbono, que provienen
de la quema de hidrocarburos desde fuentes diversas como
automóviles o fábricas. También ha aumentado la
participación de las emisiones debidas a incendios
forestales y otros cambios en los usos de la tierra, que
generan, en especial, metano.
El aumento de la temperatura ya es evidente en nuestro
continente. Por ejemplo se reducen los hielos continentales
en los Andes de Sudamérica, tanto en las regiones australes
de Chile y Argentina como en glaciares de las alturas
andinas de Bolivia, Perú y Colombia. Sin embargo, el "efecto
invernadero" no se debe interpretar simplemente como un
aumento de la temperatura o veranos más calurosos; el
proceso también desencadena que sean más frecuentes los
acontecimientos extremos como sequías o inundaciones, y
simultáneamente, en algunas áreas aumentarán las lluvias
mientras otras se desertificarán.
La conferencia de Buenos Aires afronta por lo tanto un
desafío enorme para reducir las emisiones de esos gases,
promover medidas para mitigar los efectos negativos que ya
estamos sufriendo y buscar alternativas energéticas más
limpias. Muchas discusiones girarán alrededor de la
inminente puesta en marcha de uno de los instrumentos clave
de la Convención, el "Protocolo de Kioto". Arrastrándose su
aprobación por años, la adhesión de Rusia ha determinado que
el Protocolo entre en vigor en febrero de 2005 y establezca
metas obligatorias en la reducción de las emisiones. Desde
el punto de vista de la comunidad científica y
ambientalista, esas reducciones constituyen medidas todavía
insuficientes, pero por lo menos representan los primeros
pasos en acciones concretas para no profundizar el camino.
En esos y otros temas el oponente principal es Estados
Unidos, que es el primer contaminador global, con
aproximadamente el 25% de las emisiones de gases con efecto
invernadero. Desde hace años, EEUU rechaza las medidas de
reducción propuestas por el Protocolo de Kioto y ha llegado
incluso a cuestionar la evidencia del cambio climático. La
razón que se invoca una y otra vez es la necesidad de
mantener la economía -suponiendo que una reconversión
energética implicaría pérdidas millonarias-, y la situación
se ha agravado todavía más con la administración Bush y la
fuerte influencia de las empresas petroleras.
La postura de Estados Unidos es tan negativa que toda la
escala de debate se distorsiona de tal manera que otras
posiciones aparecen como moderadas. Se genera así un debate
internacional que rodea los temas de fondo y se entretiene
con medidas convencionales (como la compra de bosques en el
sur para fijar el carbono que se sigue emitiendo en el
norte) mientras se siguen acumulando los gases de efecto
invernadero.
Los gobiernos de América Latina no parecen comprender la
gravedad del problema. Apelan a la excusa de la pobreza para
repetir, o al menos intentar repetir, estrategias
energéticas que son ineficientes y contaminantes, mientras
que también usan idéntica razón para justificar tímidas
medidas ambientales. Pero nuestros gobiernos no pueden
continuar midiendo sus acciones a partir de las posturas de
Estados Unidos; no basta decir que sus posiciones son
mejores que las de Washington: es necesario iniciar nuevas
estrategias que reviertan significativamente la emisión de
los gases invernadero, y en especial ensayen opciones
alternativas que permitan continuar con los programas de
desarrollo a través de otras fuentes de energía.
No es asunto menor que la sede de la conferencia sea Buenos
Aires; Argentina acaba de pasar por una fuerte crisis
energética en el pasado invierno, que rápidamente arrastró a
los vecinos Chile y Uruguay, con fuertes impactos
económicos. Esos y otros ejemplos dejan en evidencia que, en
realidad, luchar contra el cambio climático y buscar otras
opciones energéticas no sólo es coherente con el desarrollo,
sino que también es un deber para proteger nuestro entorno.
Ese camino requiere crear estrategias regionales de
coordinación energética, que diversifiquen las fuentes y
mejoren la eficacia.
Mientras todo esto se discute en Buenos Aires, el efecto
invernadero sigue su marcha, y en muchos casos los efectos
son acumulativos. Nuestros cielos están a punto de
encenderse, y para evitarlo es necesario pasar a medidas
concretas de acción. Ya no se puede esperar por lo que hagan
otros países. Es necesario que América Latina comience a
diseñar su propia estrategia regional.
Eduardo Gudynas *
Ambiente América Latina / CLAES
6 de diciembre de 2004
* E. Gudynas
es analista de información en el D3E
(Desarrollo, Economía, Ecología, Equidad América Latina)