El modelo agroindustrial expresado en
plantaciones y monocultivos de productos como la
palma africana, que no son destinados a la
alimentación de la población sino a la
exportación, ha dejado una profunda huella en la
naturaleza y en las comunidades humanas,
ocasionando graves impactos ecológicos y
sociales.
Comparado con otras latitudes, Guatemala
es un país relativamente pequeño pero con una
gran riqueza en biodiversidad. El país se
encuentra en la región mesoamericana,
centro de origen de especies como el maíz,
frijol común y varias especies de calabazas,
entre otras.
Su ubicación entre dos grandes océanos, la
diferencia de alturas que van desde el nivel del
mar hasta los 4,220 metros en la cumbre del
volcán Tajumulco, y su condición como parte de
un gran puente continental, han generado mucha
riqueza biológica que se expresa en una gran
variedad de ecosistemas y especies animales y
vegetales, muchas de ellas utilizadas por las
comunidades locales para su subsistencia.
Gran parte de esa riqueza natural se ha perdido
aceleradamente debido a un cambio en el uso de
los suelos y al mal manejo del territorio
influenciado por intereses económicos y
políticos.
El modelo agroexportador y monocultivista a gran
escala, que en años anteriores se concentraba
mayormente en la región de la costa sur, se ha
trasladado hacia los departamentos del norte del
país, donde además de caña de azúcar se
encuentran plantaciones de palma africana;
la expansión que realizan las empresas de
palma se da en un contexto de desalojos y
compras forzadas de la tierra a comunidades
empobrecidas quienes tienen que migrar a otros
lugares.
Las áreas más afectadas por los monocultivos de
palma africana son: la región de Izabal,
específicamente cerca del Refugio de Vida
Silvestre Bocas del Polochic, que además es
sitio Ramsar, y en la región de La Franja
Transversal del Norte, en el Ixcan y el sur de
Petén.
Según el Instituto Nacional de Estadística, para
2003, había 49 fincas dedicadas a la producción
de palma africana con una superficie total de
31.185 hectáreas,
obteniendo una producción de más de siete
millones de quintales, la cual se destina
fundamentalmente a elaboración de aceites
esenciales y grasas para la industria
alimenticia y de jabones.
La encuesta agropecuaria 2007 estableció que el
número de fincas destinadas a este producto
habría aumentado a 1.049 para ese año y la
superficie cultivada de palma africana se habría
extendido a 65.340 hectáreas,
lo que significa que esta última se habría
duplicado en los últimos cuatro años. Cálculos
contenidos en el informe de Action Aid
realizados en junio de 2008, arrojan un total
estimado de
83.385 hectáreas ya en cultivo o en proceso
de ser plantadas con palma africana y destinadas
a la producción de biodiesel.
A pesar de violaciones a los derechos humanos y
de los daños ecológicos ocasionados por las
plantaciones de palma, en Guatemala aún
no se ha posicionado el tema en el espacio y
debate público nacional.
Los impactos actuales generados son: pérdida
de tierras para la agricultura, compras forzadas
de tierras, desplazamientos y migraciones
forzadas las cuales llegan hacia las áreas
protegidas, en algunos casos las comunidades son
señaladas de “invasoras” y de destruir el
patrimonio natural, pero nunca se mencionan las
causas y el origen de estos hechos.
A esto se suma el uso abusivo de las fuentes de
agua, la competencia por el agua entre las
grandes extensiones de palma africana y caña de
azúcar con las comunidades rurales.
Para la producción de aceites y azúcar, en
muchos lugares ya se han destruido bosques y
ecosistemas naturales transformándolos en
monocultivos, lo que trae un fuerte impacto en
la naturaleza, la conectividad de los
ecosistemas y la gente.
Con las actividades agroindustriales y las
plantaciones nuestro país pierde mucho más que
biodiversidad, pierde la posibilidad de brindar
condiciones de vida más justas y dignas a las
generaciones actuales y futuras.
Carlos Salvatierra
Tomado de WRM
22 de mayo de 2009