Qué nostalgia de los pagos y tiempos aquellos cuando
“Huracán”, “Ciclón” o “Tifón” eran nombres cariñosos
de pingos retozones, matungos mañosos o perros
cimarrones.
Hoy son términos usados como excusas, confusas
explicaciones y justificaciones en los medios de
comunicación y las cabezas de los “cientistas”,
climatólogos, meteorólogos de televisión y otros que
antes eran arrogantes y ahora aparecen sorprendidos,
estupefactos.
El fenómeno meteorológico ocurrido en el sur de Brasil
hace pocos días merece un análisis serio, profundo,
reflexivo. Errar es humano, pero para la autoridad del
gobierno no hay disculpa o razón que justifique la
equivocación, sobre todo teniendo en cuenta que esos
errores pueden exponer la vida humana a importantes
riesgos.
Recibimos una llamada telefónica de nuestra hija que
estudia en Quebec, Canadá, asustada por la noticias
que difundía la televisión de ese país “avisando” que
un gran “huracán” se aproximaba a la costa meridional
de Brasil.
Quedé atónito con la llamada de nuestra hija, porque
aquí, en las radios de viernes y sábado por la tarde
anunciaban que, en la peor de las hipótesis, el
fenómeno no era más que un “vientito de sesenta
quilómetros por hora”, que no llegaría hasta Rio
Grande do Sul pero en cambio sería una buena ocasión
para que los surfistas se divirtieran en las playas de
Santa Catarina. ¡Cuánta improvisación,
irresponsabilidad e incompetencia!
Ingenuos de nosotros, seguimos las recomendaciones
radiofónicas: partimos hacia el litoral para ser
testigos “culturales” del episodio, sin imaginar los
riesgos a los cuales nos estábamos exponiendo, pues
nos hallábamos a más de 150 kilómetros del área de
epicentro. En la mañana del sábado vimos varios barcos
pescando, a pesar de que el agua del mar estaba
extrañamente caliente, límpida y agitada.
En la noche del sábado, en los informativos de la
televisión, pudimos asistir a un choque de opiniones
entre las autoridades gubernamentales, que afirmaban
que el fenómeno se disiparía, además de la discusión
de que no se trataba de un huracán.
Felizmente, las autoridades catarinenses, con
orientación de la NASA, alertaron a los barcos
pesqueros para que retornaran a sus puertos, y
movilizaron a la Defensa Civil para el cuidado de las
áreas que serían probablemente impactadas a lo largo
de su litoral. La catástrofe no fue mayor gracias al
trabajo de la NASA.
En la mañana del domingo pudimos verificar que había
árboles tumbados, rutas interrumpidas, casas
derrumbadas o arrancadas de sus cimientos, víctimas
humanas y numerosos daños, inclusive en el litoral y
la capital gaúchas. ¡Gigantesca incompetencia!
Ahora podemos constatar que quienes recomendaban a los
surfistas que fuesen a las playas de Santa catarina
carecen de la más mínima noción de la responsabilidad
que implica difundir un boletín meteorológico, y se
excusa en que los doctos de las universidades e
institutos de excelencia también se equivocaron al no
prever mayor gravedad en el fenómeno arrasador e
innovador.
Buenos tiempos aquellos en que los caballos y los
perros también tenían nombres como Nerón, Calígula,
Satanás, además de Ciclón, Huracán, Tifón o Ventarrón,
cuando en las Naciones Unidas no estaba el IPCC (Panel
Intergubernamental sobre Cambio Climático) y no
existían las amenazas del efecto invernadero. En 1989,
se realizó en Ginebra la primera Conferencia
Internacional sobre Cambio Climático, y en ella los
soviéticos, ya casi rusos, provocaban la hilaridad
general al afirmar que, en el futuro, producirían
ananá en Siberia.
Regresemos al fenómeno que nada tiene de inesperado,
pues las agencias aseguradoras alemanas e inglesas
calculan e incluyen como un costo adicional la
posibilidad de tales fenómenos en las pólizas que
venden en el Atlántico Sur, en función del cambio
climático y el efecto invernadero.
Las autoridades se justifican argumentando que fueron
sorprendidas porque fue el primer episodio de este
tipo, pero debemos alertar acerca de que el Estado
nacional no puede tener responsabilidades “relativas”.
Fueron las responsabilidades y las políticas
“relativas” las que colaboraron para que el huracán
“Mitchel” matara a más de 40 mil personas en Nicaragua
y el Caribe, y apenas cuatro en Estados Unidos. La
pobreza y la miseria, aquí como allá, serán
responsabilizadas por una parte de los daños, pero eso
no es verdadero. Es triste, pero como en el Caribe, un
futuro fenómeno causará el mismo nivel de estragos.
En la juventud todavía teníamos el vigor de
avergonzarnos, ahora ya no nos sentimos
corresponsables, por muchas razones: el hundimiento
del navío Taquarí en Cabo Polonio (Uruguay), el
incendio en Vila Socó, la clínica de hemodiálisis de
Caruarú, la plataforma P-36 de Petrobras, la explosión
de la planta de cohetes de Alcántara, el desastre en
la fábrica de papel Goytacaz... son sencillos
recuerdos.
Infelizmente no fue la primera, pero quedaremos muy
contentos si fue la última vez que responsables,
autoridades, especialistas pasan vergüenza ante una
catástrofe.
En Goiana, no hace mucho tiempo, un recolector de
hierro viejo y chatarra buscando su pan de cada día
encontró un tubo abandonado en una construcción.
Rompió una ampolla de Cesio 137 y se produjo el mayor
desastre que hasta ese momento había ocurrido en el
planeta con ese elemento radiactivo. Pero lo peor es
que fue un médico veterinario el primero en
diagnosticar las quemaduras radiactivas. En Brasil
Central, la basura radiactiva aún se encuentra al aire
libre.
La ciencia y el saber abandonaron su antiguo templo,
emigraron a otro donde sólo se habla de “mercado” y
“cadena de negocios”; el Estado ya no ejerce sus
funciones, a no ser para proteger y garantizar los
intereses de las empresas transnacionales y de su
elite política.
Cuando buscábamos espacios donde difundir estas
advertencias sobre el cambio climático, la devastación
de la naturaleza, el efecto invernadero, el
“establishment” político afirmaba que todo estaba muy
bien y que estos cambios no existían. Sólo veían los
costos que implicaba crear una infraestructura
preventiva, y que eso era perjudicial para sus
intereses inmediatos y segmentarios. De la misma
manera, y desde un cinismo absoluto, podríamos afirmar
que no hubo irresponsabilidad en la reciente
catástrofe, porque la reconstrucción hará crecer el
Producto Bruto Interno y se beneficiará la economía.
Ciudadanía subordinada no tiene economía, ni saber.
Cuando el ventarrón se lleva el sombrero o la riada
arrastra las zapatillas, sólo sus dueños lo saben, lo
sufren y lo pierden. El resto es sustituido por nuevas
catástrofes...