Desde
la invención del papel en la antigua China, su uso ha
ido en un aumento constante. Un soporte que Occidente
importó de Oriente. Pronto superó al papiro y comenzó
a diversificarse hasta alcanzar los más variados
sectores industriales. Hoy, el consumo de celulosa
tiene consecuencias que suponen una deforestación
consecuente y consentida. Cientos de hectáreas son
taladas y replantadas cada día en un proceso que se
retroalimenta desde los bosques a la industria. Y
muchas veces desde la impresión a la papelera. El
reciclaje todavía es una solución cara y, por ello,
poco interesante.
Los bosques aparecen y
desaparecen a los ritmos que marca el consumo. Además,
las plantaciones de especies como pinos y eucaliptos
no suponen un freno a un fenómeno que tiene en la
pérdida de la biodiversidad su más preocupante
destino. Las empresas plantadoras justifican
socialmente el aumento de la producción de celulosa:
la alfabetización, el acceso a la información escrita
y a una mejor calidad de vida. La realidad es
diferente y, como el consumo, no es igual en todos
sitios: el norte sigue explotando al sur.
Mientras los Estados
Unidos y Japón tienen un consumo per cápita de papel
de 330 y 230 kilos al año, países exportadores de
celulosa como Chile, Sudáfrica, Brasil e Indonesia
muestran unas cifras de 42, 38, 28 y 10 kilos
respectivamente. Consumidores y exportadores mantienen
unas relaciones de abastecimiento que poco influyen en
las necesidades reales de la población.
El uso final del papel
también desmiente algunos supuestos iniciales.
Alrededor del 40 por ciento de la producción mundial
es utilizado para embalaje y envoltura, frente al 30
por ciento destinado a ser soporte de escritura o
impresión. Incluso este último aspecto es matizable.
En Estados Unidos, el 60 por ciento del espacio de las
revistas y periódicos está reservado para la
publicidad al tiempo que la tirada anual de diversos
folletos, catálogos y material publicitario asciende a
unos 52.000 millones de unidades. Productos de corta
vida y escasa utilidad que denotan un consumo excesivo
e injustificado.
Los avances informáticos
no han frenado el consumo actual de papel. El soporte
digital no cubre todas las necesidades y su alcance es
menor. El nivel de alfabetización se mueve lejos del
número de hectáreas de las nuevas plantaciones. El uso
de la celulosa se orienta hacia fines meramente
comerciales en la mayoría de los casos. La
rentabilidad económica se enfrenta de nuevo a la
sostenibilidad ambiental. La demanda de papel se
impone en una sociedad que sigue apoyándose en una
planteamiento insostenible.
Justo Pérez
CCS. España
Convenio La Insignia /
Rel-UITA
26 febrero del 2004.