Destinado a
convertirse en el mayor contaminador global, el
gigante asiático no está obligado a cumplir el
Protocolo de Kioto
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31-01-2004
La hora de Kioto
El Protocolo de Kioto se hace realidad
(primera parte)
Por
Iñigo Herraiz
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Sea fumador o no, cualquier habitante de Pekín inhala
diariamente el equivalente a dos paquetes de
cigarrillos, y lo mismo ocurre en otras cinco ciudades
chinas que figuran en la lista de las más contaminadas
del planeta debido a su pésima calidad del aire. Y es
que el milagro económico chino va camino de
convertirse en una catástrofe ecológica sin
precedentes. Cuando la gran mayoría de sus 1.300
millones de habitantes todavía están muy lejos de
disfrutar del nivel de vida de los países
industrializados, China es ya el segundo contaminador
mundial, con todas las papeletas para convertirse en
el primero en menos de dos décadas.
El país crece a un promedio imbatible del 9 por ciento anual,
pero también lo hacen paralelamente sus problemas
medioambientales. Para alimentar su insaciable
maquinaria productiva, China ha explotado a fondo su
recurso más abundante: el carbón. Como sucediera en
tiempos de la Revolución Industrial en Gran Bretaña,
un 70 por ciento de la energía china proviene todavía
de este combustible fósil, que es además utilizado en
millones de hogares chinos para calentarlos o cocinar.
Negro
futuro
A esta dependencia excesiva del carbón, le debe el país, en
buena medida, el dudoso honor de ser uno de los
mayores emisores globales de CO2, el principal gas de
efecto invernadero que produce el cambio climático. Y
a ella le debe también el hecho de que la lluvia ácida
sea un fenómeno común en un tercio del territorio
chino. Su formación se deriva de las emisiones de
dióxido de sulfuro, que, según los pronósticos del
World Watch Institute, se multiplicarán por tres en
las próximas décadas, elevando su concentración en el
aire por encima de los límites fijados por la
Organización Mundial de la Salud (OMS), no ya sólo en
las ciudades sino también en las áreas rurales.
Entretanto, la demanda de crudo crece a pasos agigantados. En
apenas diez años, China ha pasado de autoabastecerse a
ser el tercer importador mundial de petróleo y el
segundo consumidor mundial. Todo ello cuando su
consumo per cápita es todavía muy bajo si lo
comparamos con el de Estados Unidos: 1,5 barriles por
persona frente a los 26 diarios del gigante americano.
Teniendo en cuenta las casas con todos los servicios
que se construirán en los años venideros, las
industrias, las carreteras, y los coches que
circularán por ellas, no es descabellado pensar que el
país asiático pueda alcanzar o superar las cifras de
consumo estadounidenses.
Por si esto fuera poco, China tiene que hacer frente al
problema del agua. El más serio de sus desafíos
medioambientales, según indican numerosos estudios, es
consecuencia por igual del incremento de la demanda y
de los elevados niveles de contaminación. El vertido
de los desechos industriales a los ríos ha inutilizado
para el consumo o la pesca dos terceras partes del
agua que fluye a través de las zonas urbanas. 700
millones de chinos beben agua contaminada.
Ningún elemento de la naturaleza ha escapado a la voracidad
de la economía china. Tampoco sus bosques. El
desarrollo de la industria del mueble y de otros
productos de madera, junto a la proliferación de la
tala y el comercio ilegal, ha deforestado el país.
Además de haberse quedado sin la mayoría de sus
almacenes de oxígeno, la desaparición de amplias zonas
forestales ha supuesto la pérdida de biodiversidad, la
erosión del suelo y el aumento de las inundaciones en
el país. Todo esto, unido a la sobrexplotación de la
tierra, ha convertido una cuarta parte del país en un
desierto que avanza 1.300 millas cuadradas cada año.
El
gran reto
Las autoridades chinas han comenzado a reaccionar cuando
muchos de los daños ocasionados a la naturaleza son ya
irrecuperables. No obstante, todavía se está a tiempo
de evitar males mayores y hay algunos signos que
podrían indicar que China, consciente de que no le
queda otro camino, esté emprendiendo un nuevo rumbo.
Ahí están los esfuerzos realizados en materia de
eficiencia energética, los publicitados, y
difícilmente verificables, datos que avalan una
reducción en el consumo de combustibles fósiles, o el
liderazgo mundial en la producción de algunas
tecnologías ecológicas. Sirva también como declaración
de intenciones, la nueva ley que pretende que una
décima parte de la demanda energética del país se
cubra con energías renovables para 2010.
Pero no conviene llamarse a engaños, la atención que presta
China a los problemas medioambientales es todavía muy
limitada, y no sólo es insuficiente para revertir la
tendencia destructiva, sino que, ni siquiera, alcanza
a frenarla. Algunos expertos señalan, sin embargo, que
el país asiático, además de ser el problema, puede ser
parte de la solución. No existe ningún otro ejemplo
que, como el chino, demuestre tan a las claras que,
dada su población y ritmo de crecimiento, el modelo de
desarrollo a la occidental es inviable. A día de hoy
China representa una amenaza para el medio ambiente,
pero, por sus dimensiones, influencia cultural y
capacidad productiva, todavía tiene la oportunidad de
convertirse en un referente del desarrollo sostenible.
Una opción que, en la medida en que sus problemas
medioambientales tienen efectos en todo el planeta,
debe ser alentada desde fuera. De ahí la importancia
de que en la próxima ronda negociaciones sobre el
Protocolo de Kioto, que entrará en vigor el próximo 16
de febrero, se imponga algún tipo de limitación a las
emisiones contaminantes chinas. Hasta la fecha, al
tratarse de un país en desarrollo, y aunque lo haya
firmado, no tiene que cumplirlo. Si esto cambiara,
quizás Kioto, que ya cuenta la notable ausencia de
Estados Unidos, el mayor contaminador mundial, podría
ser una herramienta mucho más efectiva contra el
cambio climático. Y quién sabe, quizás también así
China nunca pase de ser, o de haber sido alguna vez,
el segundo contaminador mundial.
Iñigo Herráiz
Agencia de Información Solidaria
3 de
febrero de 2005