Desde hace una
semana arden casi 100 mil hectáreas de
pastizales en el Delta del Paraná, Entre Ríos y
Santa Fe, provocando una densa humareda que,
arrastrada por los vientos, afecta a Buenos
Aires y el sur de la provincia, así como a las
ciudades del sur del Uruguay, donde cubrió a la
litoraleña Colonia, a Montevideo, Punta del Este
y llegó hasta Rocha, en la frontera con Brasil.
El gobierno argentino responsabilizó a 300
productores, propietarios y arrendatarios de
esos predios, a quienes acusa de “codicia” por
haber encendido el fuego de forma intencional
para ahorrarse el costo de la limpieza mecánica
y/o química de las tierras en barbecho. Todos
han sido denunciados ante la justicia que
investiga el origen de los incendios.
Centenares de personas fueron asistidas en los
hospitales bonaerenses, 137 de los cuales eran
menores de edad. La principal razón de las
consultas fue la congestión de las vías
respiratorias. Después de que se produjeran
varios accidentes múltiples con muertos y
heridos graves, una decena de rutas de la zona
fueron cortadas de manera intermitente porque la
escasa visibilidad las torna peligrosas.
En Montevideo, los servicios de
emergencias móviles registraron un incremento
del 30 por ciento en la cantidad de llamados,
todos vinculados a malestares diversos
provocados por el humo.
La ministra de Medio Ambiente argentina,
Romina Picolotti, calificó de “bárbara” la
actitud de productores que, según dijo,
encienden nuevos focos después que los bomberos
y brigadistas logran extinguirlos.
Si Picolotti y el gobierno argentino
tienen razón, además de las responsabilidades
penales y civiles que este hecho infame podrá
generar, queda expuesta la inmoralidad extrema a
la que se puede llegar cuando se vive en y de la
lógica del lucro a toda costa. Someter a 15
millones de personas a una agresión nunca antes
vista, destruir los ecosistemas de las zonas
incendiadas, reavivar los focos extinguidos por
los bomberos, crear condiciones para que haya
accidentes mortales en las rutas, todo vale a la
hora de hacer dinero.
Poco importa si se trata de ganaderos o de
sojeros: el sistema productivo y la mentalidad
son la misma. No es sorprendente que esto
ocurra, siendo que desde hace años -y ahí con la
complicidad de los gobiernos- estos mismos
“agentes productivos” están bombardeando la
región con glifosato y otros herbicidas,
con fertilizantes e insecticidas, imponiendo
cultivos transgénicos hasta la puerta de
las casas.
Muchos de esos productos químicos son aplicados
de manera indiscriminada, y la tierra recibe una
carga tal de agrotóxicos que llegan hasta
las napas freáticas, e incluso están
contaminando las zonas de recarga del
Acuífero Guaraní, la reserva subterránea de
agua dulce más grande del mundo.
Desgraciadamente estas sustancias no hacen humo,
y por eso el daño es más fácil de ocultar,
aunque seguramente es mucho más extendido en el
espacio, en el tiempo y en la gravedad de los
efectos de la contaminación en el ambiente y la
salud humana.
La “actitud bárbara” esta vez quedó expuesta
ante la opinión pública. Pero cuando el fuego se
apague y el humo se haya disipado, la
contaminación permanecerá y continuará
ampliándose, de un lado y otro del río Uruguay y
el Río de la Plata.
Es una ingenuidad imaginar una actitud ética en
alguno de estos actores sociales y políticos,
que sólo se sentirán limitados por la presión de
una sociedad conscientizada al respecto. Tal vez
este “ensayo general” de catástrofe ambiental
ayude a las mayorías a percibir que hoy es humo,
pero mañana puede ser algo mucho peor, que el
humo se ve y se respira, pero que otros
contaminantes pasan desapercibidos durante mucho
tiempo, que el ambiente es uno solo y para
todos, sin fronteras, sin muros, sin
“propiedades privadas” encapsuladas.
Ojalá podamos ver más allá de las cortinas de
humo.