Entrevista a Michael Renner,

 investigador del World Watch Institute y director de “Vital Signs”

“Es necesario la presión ciudadana a escala mundial para cambiar el rumbo del planeta”

El World Watch Institute (WWI) con sede en Washington trabaja desde 1974 por un mundo en el que la satisfacción de las necesidades humanas no suponga una amenaza para la salud o el medio ambiente. Utopía para muchos, Michael Renner, investigador del WWI y responsable de la publicación anual “Vital Signs”, sostiene que un desarrollo sostenible es posible.

 

- ¿Estamos en el buen camino hacia un desarrollo sostenible?

 

- Hay una situación mixta. Muchas de las más importantes tendencias globales todavía marchan en la dirección equivocada. Desde el cambio climático a los bosques, pasando por los cultivos, el agua, el uso de materiales tóxicos...; en muchos de estos temas la situación, lejos de mejorar, todavía continúa empeorando. Al mismo tiempo, hay un creciente número de esfuerzos para contrarrestar sus efectos que, muy a menudo, no son visibles porque se producen a un nivel local e implican a comunidades locales y ONG. Lo cierto es que allí donde los gobiernos actúan más despacio, o ni siquiera lo hacen, la gente a nivel local va teniendo cada vez más iniciativas. El gran desafío consiste en saber si, en realidad, estos esfuerzos pueden juntarse, conectarse, si pueden cualificarse y compartirse, para saber qué es lo qué funciona, qué se puede hacer. Algo de esto ya está pasando, pero estamos sólo al principio de lo que necesitamos que suceda.

 

- ¿En qué se ha avanzado más?

 

- En los países desarrollados se puede apreciar un cierto progreso, por ejemplo en la lucha contra la contaminación aérea. Pero, donde verdaderamente se ha tenido éxito, es combatiendo la destrucción de la capa de ozono. Los productos químicos que han originado el agujero en la capa de ozono han sido combatidos de forma tajante. Aunque todavía se siguen produciendo, se hace en mucha menor medida. Después de varios años hemos llegado a un punto en el que lo consideramos un problema controlado. Pero en muchos otros temas no hemos llegado tan lejos. Son cuestiones clave como el cambio a un sistema energético usando fuentes renovables que contaminen menos. Aquí se han dado los primeros pasos, pero se necesitan muchos años más de fuerte crecimiento donde se imponga la energía eólica, solar,... Eso marcará la diferencia.

 

- ¿Cuáles son las áreas donde todavía queda mucho por hacer?

 

- Aparte de la energía, se debe progresar mucho más en la protección de las tierras, las fuentes de agua,... Porque el agua, en parte por la irrigación, en parte por el uso urbano, esta sometida a una creciente presión. Esto supone que muchos países, particularmente en África, aunque también en Oriente Medio, parte de Asia, e incluso en algunos lugares de América Latina, se enfrentarán a una creciente “crisis del agua”, una “crisis de los servicios de saneamiento”. Sobre todo si la población sigue creciendo al ritmo actual. No podemos olvidar tampoco los temas de la salud. Tan importante es hacer frente al impacto del derroche, como lo es combatir los efectos de la propagación de enfermedades infecciosas. Nos referimos al sida o la malaria. En algunos casos, más que avanzar, hemos retrocedido. En la lucha contra la malaria se habían alcanzado ciertos progresos, pero ahora es más difícil de tratar de lo que solía ser. Todo esto tiene un efecto en la gente más pobre del planeta. He ahí el gran desafío.

 

- ¿Estamos a tiempo de cambiar el rumbo del planeta?

 

- Yo creo que es posible. Hacer que eso suceda es un reto increíble. Tendría que producirse el tipo de movilización social y política que no se limite a algunas iniciativas prometedoras, la mayoría locales o regionales, sino que se produzcan a una escala más amplia, ahí estaría la clave. Del único modo en que podremos ver que algo así suceda, es si surge una enorme presión desde abajo, desde la base. Muchos gobiernos han demostrado que, por sí mismos, no están dispuestos a emprender este tipo de pasos tan necesarios.

 

- El informe anual del WWI (“State of the world 2003”) pone el acento en las buenas noticias ¿Es una manera de demostrar que todo este esfuerzo no es en vano?

 

- A menudo la realidad no es muy prometedora, predominan las malas noticias sobre las buenas. Pero después de un tiempo, la gente dice si las noticias son malas no las quiero escuchar. Así que yo creo que cuando se enfatiza que hay muchas iniciativas muchos esfuerzos en camino, aunque todavía limitados, se hace ver que el cambio es posible, que ya se está produciendo. El enigma es saber cómo de rápido puede suceder y hasta dónde se puede llegar.

 

- Por el contrario, “Vital Signs”, el otro informe que publica anualmente WWI y del que usted es además director, es más alarmante: la pobreza, las enfermedades y el deterioro del medioambiental representan una amenaza para la estabilidad global. ¿Se nos acaba el tiempo?

 

- El tiempo que resta nadie lo sabe. Es imposible saberlo, porque no esta claro en qué punto determinados ecosistemas estarán tan dañados que colapsarán, que dejarán de proveernos de esos servicios esenciales para nuestra vida. Lo único claro es que existen necesidades muy urgentes. Es importante darse cuenta de que no es sólo una cuestión medioambiental, de la que están separados el resto de temas. Existen muchas conexiones entre el medio ambiente y la salud, los conflictos armados y el empleo, y muchas otras cuestiones.

 

- ¿Todo está perdido o queda mucho por ganar?

 

Algo ya se ha perdido. Determinadas cosas no se pueden recuperar: las especies que se han extinguido, sin ir más lejos. Si pierdes un ecosistema entero, como un arrecife de coral o unos humedales o un área forestal, quizá en determinados casos pueda recuperarse, pero es muy difícil. No obstante, todavía hay suficiente base para decir que si nos esforzamos en proteger lo que tenemos todavía es posible. No es demasiado tarde, pero tenemos que ponernos con ello.

 

 

Íñigo Herraiz

Agencia de Información Solidaria

inigoherraiz@hotmail.com

3 de julio de 2003

 

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