Unos tres mil
comuneros de las provincias peruanas de Huancabamba, Ayabaca
y San Ignacio, en el norte del país, llegaron hasta el
campamento de la empresa estadounidense Majaz, a 3.000
metros de altura, y se produjeron violentos choques con el
saldo de un comunero muerto, 14 policías y cuatro comuneros
heridos, más de 30 detenidos y un número indeterminado de
desaparecidos.
A mediados de abril, la coordinadora de rondas campesinas de
Huancabamba había anunciado la realización de una marcha
masiva hacia el campamento de Majaz para pedir que se
retire. Paralelamente, desde San Ignacio, otros millares de
ronderos se dirigieron hacia el helipuerto, que carece de
licencia municipal para operar. Majaz solicitó la
intervención policial para proteger sus instalaciones.
Los ronderos dejaron claro que la marcha surgió de resoluciones de
asambleas comunales públicas, porque estaban cansados de que
no se les escuche, por eso empezaron a organizarse. Los
propios organismos de base como las Rondas Campesinas
dijeron basta de usurpaciones en las mesas técnicas, donde
no hay ningún representante legitimado por sus comunidades.
Luego de tres días detenidos en Huancabamba, los campesinos
revelaron a una radio local las torturas a que fueron
sometidos por las fuerzas policiales e informaron que se les
acusa de invadir terrenos particulares, cuando es la empresa
Majaz la que se ha posesionado de su territorio, lo ha
cercado y no deja transitar libremente al ganado y a los
verdaderos dueños de esas tierras.
El proyecto
y los impactos
La empresa
minera estadounidense Majaz S.A., subsidiaria de la inglesa
Monterrico Metals, está realizando trabajos de exploración
en plena línea de frontera con el Ecuador, comprendiendo
6.400 hectáreas del Cerro Chinguelas, entre las provincias
de Ayavaca y Huancabamba.
El Proyecto Minero Río Blanco se propone extraer, con una
inversión de 800 millones de dólares, una riqueza potencial
de 1.300 millones de toneladas de cobre existentes en ocho
concesiones mineras ubicadas en El Carmen de la Frontera y
Ayabaca.
Las
concesiones mineras se encuentran en la región ecológica
denominada páramo, donde hay muchas lagunas, una gran
variedad de plantas y animales en peligro de extinción, así
como gran variedad de plantas medicinales útiles para la
medicina científica y tradicional que, de acuerdo al
Convenio Mundial sobre Diversidad Biológica, el Estado
peruano tiene la obligación de proteger.
El biólogo Paúl Viñas, de la asociación ecologista Pro-Aves, señaló
que la minería es una amenaza para los bosques montanos
porque implica su erradicación y la salida forzosa de
cientos de especies que allí viven. Además, como estos
bosques retienen humedad, se pone en riesgo la formación de
acuíferos con los que se alimentan los ríos que bajan hacia
la zona de la costa.
En las cumbres
altoandinas de Ayavaca y Huancabamba, donde pretende operar
la empresa, nacen las aguas de los ríos Quiroz, que abastece
hasta el valle de Chira en Piura, y Río Blanco, que da
origen al río Canchis y Chinchipe en la Provincia de San
Ignacio, afluentes del gran Marañón y del Amazonas.
El camino de
la confrontación
La paciencia de los campesinos se desbordó en los últimos meses a
raíz de una sorpresiva mortandad de peces en sus ríos y
lagunas, debido a las pruebas de perforación profundas
realizada por la minera, con el uso de fuertes sustancias
erosivas, que fueron captadas por la napa acuífera que
alimenta a los ríos de la zona y produjeron así la
contaminación denunciada.
La empresa se niega a reconocer que la actividad minera en diversos
puntos del Cerro Negro, de la Cordillera de Chinguelas,
entre 2.000 y 3.000 metros de altura, tiene un impacto
directo sobre las cuencas de los ríos Chinchipe, Canchis y
Huancabamba, que abastecen a la agricultura, ganadería y a
la población de las provincias de Huancabamba, Ayabaca y San
Ignacio.
En cambio, la empresa y el gobierno dicen que detrás de la protesta
se encontrarían narcotraficantes interesados en plantíos de
amapola que se encontrarían en bosques adyacentes a las
concesiones de la minera, así como organizaciones
ambientalistas a las que acusó de querer mantener la pobreza
en la zona.
"Esos son
pretextos creados para proteger a las inversiones mineras
que están asentadas en toda esta zona. Quieren militarizar
la zona y convertirla en tierra de nadie, porque para ellos
la vida de los campesinos no vale nada", declaró el alcalde
de la provincia de San Ignacio, Carlos Martínez.
A su vez, el obispo de Chulucanas, Daniel Turley, también refutó
las alegaciones de la empresa diciendo que se trata de
"campesinos, con el corazón en la mano, personas que
comparten, generosas, buenas y sacrificadas, preocupadas por
la naturaleza, el medio ambiente y por su vida".
La historia
vuelve a repetirse
En medio del conflicto, los obispos católicos de Piura, Chulucanas
y Jaén ya habían hecho un pronunciamiento conjunto
solicitando al gobierno nacional que se dejen sin efecto las
concesiones mineras en sus tres jurisdicciones.
Los obispos aludieron al caso de Costa Rica, cuyo gobierno prohibió
hace tres años toda explotación minera de tajo abierto en su
territorio, por la imposibilidad de limitar los daños
ambientales producidos por dicha actividad, que amenazaban
con dañar al ecosistema de ese país, una importante fuente
de divisas
El Ministro de Energía y Minas sostiene que si el Perú desea
ser un país minero, debe asumir las consecuencias. En
Huancabamba, Jaén y San Ignacio, la Iglesia católica, los
alcaldes, las rondas y las demás autoridades han dicho, en
todos los tonos, que no desean empresas mineras en su
territorio.
Parece repetirse la historia de Tambogrande, también en el norte
del Perú, en donde la población local debió recurrir a una
prolongada movilización, inclusive en el plano
internacional, para lograr que este mismo Ministerio de
Energía y Minas cancelara la concesión de la canadiense
Manhattan, cuyo proyecto de mina de tajo abierto amenazaba a
uno de los valles más productivos del país.
Víctor L. Bacchetta
© Rel-UITA
10 de agosto de 2005