Las
fábricas de pasta de papel no sólo son un serio
peligro para el medioambiente, sino también para sus
operarios.
Actualmente, el gobierno de Néstor Kirchner y el
de Tabaré Vázquez se enfrentan en el Tribunal de la
Haya por la instalación de dos plantas de celulosa
en el río Uruguay. Los argentinos se oponen con
tenacidad a esta fábrica de papel y así lo han hecho
ver en cada una de las marchas y protestas que han
organizado en Gualeguaychú. Conscientes del riesgo
para la naturaleza, para sus actividades económicas
y modos de vida, los habitantes de esta ciudad de
Argentina, acompañados por organizaciones
ambientales de Uruguay y Chile, rechazan la
instalación de las plantas de celulosas de las
transnacionales
Ence
(España) y
Botnia
(Finlandia). Es la muestra de una ciudadanía alerta,
vigilante y responsable de hacer valer sus derechos.
De este mismo modo se han manifestado en Chile
los habitantes de Valdivia, al sur del país, para
demostrar su repudio a la empresa
Celulosa Arauco
y
Constitución (Chile), responsable de
la muerte de los cisnes de cuello negro en Valdivia.
El desastre ecológico del Santuario de la Naturaleza
del río Cruces, producido por esta fábrica de pasta
de papel durante 2005, sensibilizó a la sociedad
chilena, al punto de situar a la empresa
Celco
como una de las peor evaluadas por la opinión
pública.
Este rechazo generalizado de la población a
Celco
se debe a su negro historial ambiental y a su escasa
preocupación por el entorno social y natural donde
asienta sus plantas de celulosas. Esta
despreocupación también afecta a sus trabajadores.
Así quedó demostrado el 25 de enero de 2006, cuando
murió uno de sus empleados. El geólogo Luis
Alejandro Barrios Álvarez, de 45 años, falleció por
inhalación de gases en un vertedero de la misma
empresa de celulosa.
A este episodio se suma la triste historia que
vive hoy un ex trabajador de
Celco.
Francisco Rojas se desempeñaba hasta diciembre del
año pasado como operador de gammagrafía en la
construcción del complejo de esta celulosa en la
Octava Región, al sur de Santiago. Su labor era
controlar la calidad de las soldaduras a través de
una fuente radiactiva. Durante 12 horas diarias,
ejecutaba esta tarea de alta peligrosidad para su
salud, pero nunca recibió información de los riesgos
de manipular elementos radiactivos.
Lamentablemente, el 15 de diciembre de 2005 se
produjo el primer accidente radiactivo de Chile. La
víctima fue Francisco Rojas, quien sin percatarse
dejó caer una cápsula de iridio 192. Luego de dos
semanas, este empleado de
Celco
comenzó con mareos y malestares en su cuerpo, pero a
esas alturas ya había sido despedido injustamente
por la empresa, sin indemnización y sin causa
justificada.
Francisco estaba cesante cuando la Mutual de
Concepción confirmó el diagnóstico de los malestares
que le aquejaban: quemaduras radiactivas. Sin
trabajo, con dos hijos pequeños, con fuertes dolores
y en el absoluto abandono de
Celco,
este trabajador sufrió en carne propia el desprecio
por los empleados que expresan los grandes grupos
económicos en Chile.
Según la
Organización Internacional del Trabajo, sólo el 30%
de los empleos del país entra en la categoría de
decente.
Francisco fue una víctima más de la precariedad
laboral, que tanto abunda en las fábricas de pasta
de papel. Uno de sus compañeros, Miguel Ángel
Fuentes, también afectado por el accidente
radiactivo de
Celco,
ha corrido mejor suerte, pues está siendo tratado en
Francia y ha evolucionado adecuadamente al
tratamiento.
Sin embargo, ambos sufrieron el riesgo de
enfrentarse a la nula preocupación de la celulosa
por el bienestar de sus trabajadores. Es decir, las
fábricas de pasta de papel no sólo son un serio
peligro para el medioambiente, sino también para sus
operarios.
Marcel Claude
*
Convenio Rel-UITA / La Insignia
*
Economista y director de
Oceana.
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