Esta semana
la transnacional suecofinlandesa Stora Enso confirmó que
prevé realizar una inversión total cercana a los 1.000
millones de dólares en Uruguay en los próximos cinco años.
En una primera etapa, la firma, que el año pasado facturó unos
12.400 millones de dólares y es líder mundial en papel y
celulosa, destinará, entre 2005 y 2006, unos 250 millones de
dólares a la adquisición de 100 mil hectáreas en la zona
central del país, hoy destinadas al pastoreo y a diversos
cultivos, donde plantará pinos y eucaliptus. Su idea es que
esos terrenos sirvan de “plataforma forestal” para la
construcción, previsiblemente en 2010, de una fábrica de
celulosa que se servirá de las aguas del río Negro, que
atraviesa horizontalmente el país y lo divide en dos.
La compañía
de capitales mayoritariamente noreuropeos, que dice haber
elegido a Uruguay entre 16 países que evaluó para llevar a
cabo este emprendimiento, ya comenzó a comprar tierras de
productores nacionales en función de sus planes de
expansión. Esta sería la segunda inversión en importancia
realizada por Stora Enso en América Latina luego de la
efectuada en el sur de Brasil, donde precisamente este
miércoles 28 inauguró la Fábrica de Pulpa Veracel en el
estado de Bahía, en asociación con Aracruz Celulose, la
mayor empresa brasileña del sector.
En Uruguay,
Stora Enso se suma a la también finlandesa Botnia y a la
española Ence, que ya tienen avanzados sus planes de
instalación en el departamento de Río Negro, sobre la ribera
del río Uruguay, en las cercanías de la frontera con
Argentina. Los proyectos de ambas empresas supondrían una
inversión, según dijeron sus directivos, cercana a los 1.600
millones de dólares, y llevarían la capacidad de exportación
de celulosa del país a unos 700 millones de dólares anuales,
que se sumarían a otros 300 millones que podrían generar
otras empresas que producen madera aserrada y tableros. La
capacidad de producción de la fábrica de Stora Enso sería de
un millón de toneladas, la misma que prevé Botnia, y estaría
destinada esencialmente a la exportación.
De acuerdo
a Oscar Costa, presidente de la Asociación de Productores
Forestales, en caso de que el sector forestal continuara
creciendo al ritmo en que lo hace desde hace varios años se
convertiría en el principal de la economía uruguaya,
superando incluso a la producción de carne, tradicional del
país.
Los
anuncios de las inversiones de las empresas de celulosa,
tanto las de las que ya están en vías de concreción como la
relativamente sorpresiva de esta semana de Stora Enso, han
sido acompañados de estruendosas campañas de propaganda en
todos los medios de comunicación y de una verdadera ofensiva
de seducción dirigida a periodistas y a dirigentes políticos
nacionales y locales.
En todas
ellas se pone el acento en la cantidad y calidad de los
empleos que estos emprendimientos crean y en lo respetuosos
que los mismos son del medio ambiente.
Yukka
Harmala, presidente de Stora Enso, dijo en
Montevideo que la planta que su empresa proyecta generará
unos 2.000 puestos de trabajo directos y entre 8.000 y
10.000 indirectos. Cifras similares manejaron los directivos
de las otras dos firmas que se instalarán en Uruguay.
De hecho,
la mera posibilidad de que emprendimientos de este tipo
lleguen a concretarse ya ha provocado una verdadera fiebre
en las zonas del interior del país que se verían
“beneficiadas”, por lo general económicamente deprimidas y
con altos niveles de desempleo.
En Fray
Bentos, capital del departamento de Río Negro en
cuyas cercanías se radicarían las fábricas de Botnia y Ence,
el precio de la tierra y de los alquileres de viviendas se
han incrementado. Cadenas de hipermercados y de centros
comerciales que no estaban presentes en la zona y sucursales
de bancos y de tiendas de la capital planean instalarse en
la ciudad en previsión de la anunciada llegada de miles de
personas en busca de un empleo.
“Es la
táctica que han utilizado en todos los países en los que han
desembarcado: seducir a la opinión pública y mostrar las
bondades ambientales de sus instalaciones”, comentó el
uruguayo Ricardo Carrere, coordinador del Secretariado
Internacional del Movimiento Mundial por los Bosques
Tropicales (WRM, por sus siglas en inglés).
Carrere,
que en junio pasado visitó Finlandia invitado por la
Asociación para la Protección de la Naturaleza de ese país,
sostiene que los empleos creados por las celulosas no son ni
tantos ni tan buenos y que el medio ambiente y la salud
humana se ven, sí, seriamente afectados.
Según
concluyó un equipo de investigadores brasileños que analizó
para el WRM la calidad del empleo creado por el gigante de
la celulosa Aracruz Celulose en ese país, los puestos de
trabajo generados por esas plantas son de dos tipos: los muy
calificados, y los muy poco calificados. Los primeros, bien
remunerados y que gozan de protección social, son ocupados
en gran medida por técnicos originarios de los países
centrales de donde provienen las empresas. A los “nativos”
van los otros, los escasamente calificados, que además son
mal remunerados y por lo general tercerizados, es decir
carentes de protección social.
En cuanto
al respeto del medio ambiente, Carrere sostiene que en la
propia Finlandia “las fábricas de celulosa tienen una larga
historia de contaminación. El mismo grupo de empresas (UPM/Kymmene,
Metsa-Botnia, M-Real, Stora Enso) que ahora se presentan al
mundo como cuidadosas del medio ambiente contaminaron
impunemente durante décadas el agua, el aire y la salud de
la gente de ese país. Fueron las luchas ambientalistas de
los años ochenta y principios de los noventa las que
finalmente obligaron a la industria mundial de la celulosa y
el papel a introducir cambios tecnológicos para limitar sus
emisiones y efluentes contaminantes”. Pero aun así, los
malos olores clásicos de este tipo de establecimientos y la
contaminación generada persisten, señala el técnico.
“Es la
táctica que han utilizado en todos los países en
los que han desembarcado: seducir a la opinión
pública y mostrar las bondades ambientales de
sus instalaciones” |
En países
subdesarrollados como los latinoamericanos es muy poco
probable que la situación sea mejor que en los centrales, a
pesar de que los responsables de las empresas del sector
machaquen y machaquen que utilizarán los mismos mecanismos
de control y las mismas técnicas para limitar la
contaminación que se emplean en la Unión Europea.
Así lo
entienden, por ejemplo, grupos ambientalistas uruguayos y
organizaciones sociales del más diverso tipo de la ciudad
argentina de Gualeguaychú, vecina a Fray Bentos, que han
alertado sobre las consecuencias negativas que tendría la
instalación de las plantas de Botnia y Ence sobre las aguas
del río Uruguay, compartido por ambos países.
Jorge Busti,
gobernador de Entre Ríos, provincia argentina a la que
pertenece Gualeguaychú, acusó al gobierno uruguayo de violar
el tratado bilateral sobre el río Uruguay y anunció que lo
demandará ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos
por los daños causados al ambiente y a las economías locales.
“Estamos
haciendo un estudio cuyos trabajos preliminares indican que
la depreciación que se produciría en toda la zona de
Gualeguaychú y sus alrededores es de 30 por ciento de la
producción agrícola, avícola, apícola y el turismo, que en
cifras sería de 600 millones de dólares”, señaló Busti este
lunes 27.
Las
asociaciones de Gualeguaychú, que se han venido movilizando
intensamente desde hace meses contra las plantas de celulosa
y que en ese marco organizaron esta semana una manifestación
que reunió a varios miles de personas en la zona limítrofe,
interpusieron ante el Banco Mundial un recurso para que no
otorgue un crédito de 200 millones de dólares solicitado por
Botnia para sus proyectos en Uruguay.
Entre el 10
y el 14 de octubre un equipo del ombudsman de la Corporación
Financiera Internacional (CFI, dependiente del Banco
Mundial) se instalará en Montevideo y al cabo de un mes se
expedirá sobre la demanda.
“La guerra
de las celulosas”, como se la llamó en ciertos medios,
enfrentó incluso durante un tiempo a los gobiernos centrales
de Uruguay y Argentina, y ese conflicto se trasladó al
terreno comercial, a pesar de que ambos países son socios en
el Mercosur y que ambos gobiernos se profesan mutua simpatía
política (los dos son considerados de centroizquierda).
Pero la
expansión del sector forestal cuestiona también el modelo de
“país productivo” que la coalición de centroizquierda
Encuentro Progresista-Frente Amplio preconizó para acceder
al gobierno en Uruguay en las elecciones del 31 de octubre
pasado.
Mientras un
sector del Ejecutivo ha visto con muy buenos ojos los
anuncios de inversiones de las multinacionales de la
celulosa por el monto de las inversiones programadas, grupos
sociales y ambientalistas e inclusive funcionarios del
propio gobierno afirman que tal como fue concebida hasta
ahora la industria forestal ha favorecido el monocultivo y
se ha expandido en áreas aptas para otro tipo de actividad
agrícola o ganadera. Asimismo, dicen que alentó una
actividad que ha creado puestos de trabajo de muy baja
calidad y una producción con escaso valor agregado.
Andrés
Berterreche, director de la Dirección General Forestal del
Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, afirmó que el
gobierno uruguayo “pretende que la forestación se integre
con el sector agrícola-ganadero y sirva a la creación de
empleo de calidad y generador de una producción nacional con
mayor valor agregado. Que no sirva sólo para exportar madera
en bruto o en forma de chips o a un modelo exclusivamente
pulpero sino también a la fabricación de piezas y partes de
muebles, chapas, tableros”.
El gobierno
actual, agregó
Berterreche, se propone reformar la ley
vigente para redefinir las zonas de prioridad forestal, que
según la normativa actual pueden llegar a extenderse a 3,5
millones de hectáreas. Por el momento hay forestadas unas
800 mil hectáreas, que representan cuatro por ciento del
territorio nacional, y podrían llegar a un millón hacia
2010.
Este año
fueron eliminadas las subvenciones que beneficiaban a esta
industria y que supusieron que unos 100 millones de dólares
de las arcas estatales se volcaran a ella en los últimos
quince años. Sin embargo, según dijo esta semana el
empresario forestal Oscar Costa, esas subvenciones ya no son
necesarias a la expansión del sector, que “a esta altura ya
puede volar solo”. Además, las firmas transnacionales del
área gozan de permanentes créditos de organismos financieros
multilaterales como la CFI.
De acuerdo
a Chris Lang, coordinador para Africa y Asia del grupo
Plantations Watch, la CFI ha estado detrás del crecimiento
exponencial de la industria de la celulosa y el papel en el
mundo, y actualmente está brindando apoyo a los planes de
implantación de estas compañías en China y América Latina,
zonas definidas como “prioritarias” para su firma por el
presidente de Stora Enso.
“La CFI
existe para promover inversiones sostenibles del sector
privado en los países en desarrollo”, pero “estamos abiertos
a los negocios, y la celulosa es un muy buen negocio”,
admitió recientemente Tatiana Bogatyreva, directiva del área
de inversiones de la corporación.
Daniel
Gatti
©Rel-UITA
29 de
setiembre de 2005