La Corte de La Haya comunicó hoy, jueves
13, que no entiende ajustado a derecho el reclamo del gobierno argentino
pidiendo la aplicación de una medida cautelar que suspendiera las obras de
las plantas de celulosa de BOTNIA y ENCE emplazadas sobre el fronterizo río
Uruguay, en las proximidades de la ciudad uruguaya de Fray Bentos y a
algunos kilómetros de la argentina Gualeguaychú.
No hay inminencia de
daños ambientales o económicos ni de lesiones al derecho irreversibles,
estimó la Corte, despejando el terreno para que, ahora sí, comience el
verdadero juicio que deberá elucidar si Uruguay respetó los términos del
tratado sobre uso del río Uruguay firmado por ambos países en 1975. Un
juicio que, según las previsiones de los expertos, insumirá tres o cuatro
años para producir un fallo. El tiempo suficiente para que todo pueda
ocurrir.
Tanto en Argentina como
en Uruguay se evalúa la nueva situación creada a partir de este fallo
preliminar, pero en ambos países el análisis tiene características
diferentes y, a su vez, internas agitadas. En Argentina la Asamblea
Ambientalista de Gualeguaychú integrada por vecinos y vecinas de esa ciudad
absorbe el golpe y se prepara probablemente para volver a cortar las rutas
de comunicación con Uruguay, única acción de todas las que emprendió que
logró provocar reacciones en el gobierno uruguayo. El presidente Néstor
Kirchner ha hecho saber por intermedio de la actual secretaria de Medio
Ambiente, la abogada y ex asesora de la Asamblea de Gualeguaychú Romina
Picolotti, que los cortes no son deseables puesto que pueden perjudicar la
posición argentina en los dos juicios en curso, el de La Haya y el del
Tribunal de Resolución de Controversias del MERCOSUR.
Los lenguajes del
conflicto
A partir de este punto
es necesario ensanchar la visión del “campo de batalla”, porque para
entender lo que verdaderamente ocurre es necesario hacer inteligibles los
diversos lenguajes que se practican en esta virtual Torre de Babel con forma
de plantas de celulosa, y que corresponden siempre a intereses y situaciones
existenciales diferentes. Rompe los ojos desde hace meses que en este
conflicto es imprescindible un acuerdo metodológico previo para que
cualquier análisis pueda fructificar. Analizar los dichos y los hechos no es
suficiente; hay que recorrer el camino que lleva a ubicar el lugar y la
posición que ocupan cada cual en el mapa de los intereses en juego. Algo así
como elegir el objeto sobre el cual ajustar el foco antes de sacar la foto,
porque de lo contrario la imagen obtenida será siempre borrosa, confusa, con
aristas imprecisas. Y esto genera fastidio, desconfianza y, al fin,
intolerancia generalizada.
Aparecen así dos voces
claramente diferenciadas: la de los que se sienten directamente amenazados
en sus condiciones de existencia –los vecinos y habitantes de la zona–, y la
de los y las profesionales de la política, lo que incluye a ambos gobiernos
y a sus oposiciones. Cada uno de estos campos, claro, tiene además sus
matices internos, pero ello no afecta este intento de análisis.
El lenguaje de las
potenciales víctimas
Los vecinos actúan
impulsados por un sentimiento de amenaza concreta, real, visible: la
construcción dentro del territorio que ellos perciben como su hábitat de
industrias que exponen a su entorno a muy importantes riesgos de
contaminación grave. Bien leído, esto no es discutible.
En este enfoque poco
importan las divisorias políticas ya que se trata de la percepción de otra
frontera, la frontera de la seguridad sanitaria y ambiental que no se
establece siguiendo las líneas punteadas de los mapas. En los grupos de
vecinas y vecinos movilizados de ambas orillas del río esta “seguridad”
amenazada no es una entelequia, un concepto teórico o un adminículo
ideológico, sino una conciencia totalmente carnal, urgente, humanamente
impostergable que se debe defender con uñas y dientes de manera
prácticamente instintiva. Esta conciencia, este “estado del alma” se expresa
en un lenguaje que no es descifrable con ningún código “oficial” o “formal”,
incluyendo el derecho, la diplomacia y la política convencionales. Pero ese
lenguaje no es una opción caprichosa, una moda, una pose, sino que es el
único que expresa cabalmente el problema observado desde la posición de los
vecinos y vecinas de Gualeguaychú movilizados contra la instalación de las
plantas de celulosa. Se han informado abrevando en fuentes novedosas, no
oficiales, “alternativas”, y han tomado conciencia.
La lengua de
madera
Los gobernantes y
políticos/as toman el asunto con muchas manos y de forma simultánea, pero
siguiendo la estera de los lenguajes es claro que argentinos y uruguayos,
aunque utilicen palabras que se oponen, hablan el mismo idioma, comparten la
misma voz: la formalidad oficial, un traje cortado por un sastre que nada
sabía sobre conflictos ambientales. Por eso son tan simétricas las
reacciones de ambos gobiernos ante el fallo de la Corte: en Uruguay se
quiere leer como la prueba de que las plantas no contaminarán, mientras que
en Argentina las voces oficiales subrayan que las inversiones en los
emprendimientos cuestionados no son seguras porque más adelante las plantas
pueden ser desmanteladas por orden de la misma Corte. Las palabras se
contradicen, el lenguaje es el mismo.
Todos admiten la idea de
nuevas instancias de diálogo entre los gobiernos porque es una eventualidad
percibida como posible. Sin embargo, a nadie se le ocurre que el gobierno
uruguayo pueda dialogar directamente con quienes se sienten amenazados,
porque todos sabemos que sería una conversación inútil, ininteligible. El
gobierno argentino tampoco dialoga realmente con ellos, apenas los incluye
cuando los necesita para ejercer presión o marcar la correlación de fuerzas.
Pero esa puerta es de vaivén, y todos lo saben. El gobierno argentino
recupera algunas pinceladas del lenguaje vecinal, y hasta ha reclutado a una
de sus asesoras que ahora integra el gabinete, pero la cancha en la que
puede y debe moverse tiene límites bien nítidos y su juego una lógica
implacable que, llegado el momento, será lo único que regirá la decisión de
qué se sacrifica y qué es innegociable. Y en ese proceso, los vecinos y
vecinas de Gualeguaychú no tendrán voz ni voto.
El aguante
Este filtro del origen
de los lenguajes permite entonces “escuchar” lo que se dice porque se sabe
de dónde viene. La multiplicidad de sujetos y agentes que intervienen en
estos “nuevos” conflictos que podrían llamarse “ambientales”, pero que en
realidad son mucho más que eso por la calidad y cantidad de territorios
sociales, económicos, políticos y culturales que comprometen, exige una
actitud nueva, una mirada más rica y compleja de la que usamos habitualmente
para entender la realidad. Nuestras sociedades están descubriendo una nueva
dimensión de sus intereses cuya defensa aún no ha desarrollado un “derecho”
verdaderamente útil, a la altura de los “bienes” humanos que debería
custodiar como son la salud, el ambiente, el trabajo, la calidad de vida y,
todos ellos combinados, en fin, la vida misma. Por ahora y antes que
cualquier otro, el afán de lucro sigue siendo el “derecho” mejor defendido.
El conflicto por las plantas de celulosa tiene el inestimable y trágico
mérito de exponer rudamente este sinsentido, aunque la mayoría de las
miradas –especialmente la de casi todos los medios de comunicación y
periodistas uruguayos– domesticadas, burocratizadas por la rutina y la
comodidad, todavía se nieguen a percibirlo. Los “sensatos” de hoy son los
tarambanas del mañana. Los engominados que hoy defienden el derecho de las
letras antes que el de los pueblos serán despeinados por la historia. De
aquí hasta allá, corresponde hacerles el aguante a los que luchan.
Carlos Amorín
©
Rel-UITA
13
de julio de 2006 |
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