De las 40 familias
que vivían del cultivo de sandía, sidra y maní, quedan en
ese lugar sólo las taperas y tres casas ocupadas.
Las reflexiones
que siguen son el resultado de una recorrida por la región
al sur y este del río Queguay en el departamento de
Paysandú. Hacia el sur se localiza uno de los focos más
importantes y dinámicos de la forestación en el Uruguay.
Partimos del Km 444, como se llama a la estación del antiguo
ferrocarril, situada a la altura del Km 39 de la Ruta 90,
que une la capital del departamento con la ciudad de Guichón.
A escasos
kilómetros de allí, siguiendo por la R-90, se encuentra el
pueblo de Piedras Coloradas, la autodenominada Capital de la
Madera, como reza en un cartel, y donde se realiza, todos
los años, la Fiesta de la Madera. Las modestísimas
viviendas, entre las que se cuentan algunas carpas
improvisadas de un grupo recién llegado desde la frontera,
incitan a descubrir el verdadero significado de esos
nombres.
Las Flores, hoy le llaman Pueblo Seco
Parece obvio que
una plantación forestal tan extendida unas 40 mil hectáreas
en la zona, creciendo a una velocidad de 1,65 metros cada
seis meses, tiene que requerir cantidades considerables de
agua. Sin embargo, desde esferas oficiales y el ámbito
técnico de las empresas se lo ignora o se minimiza y resta
importancia.
Recorriendo la
zona, lo obvio es contundente: la falta de agua para consumo
humano ya hizo desaparecer el antiguo poblado de Las Flores,
hoy conocido por Pueblo Seco, a 3 km de Piedras Coloradas.
De las 40 familias que vivían del cultivo de sandía, sidra y
maní, quedan en ese lugar sólo las taperas y tres casas
ocupadas.
Las plantaciones
llegaron hasta 30 metros del lugar habitado, apenas separado
por el camino. El impacto comenzó a percibirse entre el
segundo y tercer año de iniciada la forestación de La Merced
y Caja Bancaria. Los pozos de hasta 22 metros se fueron
secando y hoy existe un único pozo con agua, de 55 metros de
profundidad.
Durante un tiempo,
la falta de agua en el pozo familiar se remedió trayéndola
de más lejos. Los niños aprovechaban la ida a caballo a la
escuela para volver cargados con dos bidones de agua. Pero
al final se fueron porque las cosechas no eran suficientes.
Además del pozo seco, faltaba la humedad del suelo para los
cultivos.
Cuando se les
plantea el problema del agua, los ingenieros de las empresas
forestales recomiendan perforar más abajo. El costo en la
zona de un pozo profundo, para llegar a 60 metros y
conseguir cierto caudal, es de unos 3.500 dólares, suma
imposible para una familia modesta, que difícilmente puede
recurrir a un crédito bancario.
En la otra
dirección, hacia el oeste de Piedras Coloradas, el arroyo
San Francisco está forestado en algunos trechos en ambas
márgenes y casi hasta la propia orilla. Desde cierta
distancia se ve una delgada franja del monte criollo
original del arroyo, a la que sigue una plantación de sauces
y luego la mayor de eucaliptos detrás.
Según testimonios
recogidos en la zona, del San Francisco sólo quedan a veces
unos pozos con agua, porque el cauce se seca. La parte
superior del arroyo está ocupada por la forestación y los
vecinos aguas abajo no reciben agua suficiente para el
ganado. El caudal se recupera en parte con las lluvias, pero
sigue siendo menor.
¿Qué hacen los
sauces, ya que no son procesados y aumentan la absorción del
agua? Todo indica que el plantío de sauces en ese lugar sólo
busca evitar el pago por área no forestada. De acuerdo con
la legislación vigente, toda el área forestada y el sauce
es una especie habilitada a tales efectos está exenta de
impuestos.
En el arroyo
Valdez, a unos 3 km de Piedras Coloradas, los vecinos
también registran una reducción clara del caudal. En Colonia
Diecinueve de Abril, los pozos de 20 a 25 metros ya no
sirven, deben ser cada vez más profundos. Los bañados de la
zona han desaparecido; donde antes no se podía pasar hoy es
transitable.
Falta de pastos y campos de pastoreo
En la ruta desde
Paysandú, al mismo tiempo que comienza a aproximarse una
muralla gigantesca formada por los montes de eucaliptos de
la forestación, llama la atención la cantidad de ganado
pastando en el camino, es decir, en la angosta franja de
terreno que debe quedar entre la carretera y el alambrado de
los campos linderos.
A veces están
atados o cuidados por sus dueños pero, para contener muchos
animales en una ruta de intenso tráfico como esa, ha llegado
a construirse, en varios trechos, un alambrado paralelo,
común y a veces electrificado, algo que obviamente
contraviene todas las reglas de uso de la vía pública y de
seguridad en la carretera.
Este fenómeno no
es una anécdota, se sigue encontrando en todos los caminos
de la región, principales y secundarios, y es síntoma de la
falta de pastos y de tierra para el pastoreo. La tierra de
pastoreo se ha reducido por la enorme superficie ocupada por
la forestación y por la misma razón se ha reducido la
producción de forrajes.
Hasta en la zona
del Queguay Chico, alejada de las plantaciones de árboles,
se acusa el impacto de la forestación en la falta de tierras
para el pastoreo. "Antes, cuando venía una seca fuerte,
siempre había campos para llevar el ganado, pagando por
supuesto. Hoy simplemente no tenemos adónde ir", comenta un
estanciero del lugar.
Algunas
forestaciones practican el silvopastoreo, o sea, permiten la
introducción de animales para pastar en la plantación, algo
que conviene obviamente a la empresa forestal pero que, para
el dueño del ganado, es un mero paliativo y, aparte de que
lo debe pagar, le puede traer consecuencias peligrosas y
mucho más caras.
Mientras el ganado
en la plantación consume el poco pasto que encuentra, limpia
el terreno, los caminos internos y la franja de 20 metros
libres que marca el fin del campo, llamada "cortafuego". Las
empresas forestales cobran 0,50 a 0,70 dólares por hectárea
por año por aceptar un servicio que si lo contrataran no
sería nada barato.
Que las
forestadoras puedan cobrar en vez de pagar es indicativo de
la fuerte demanda de lugares para pastar. Pero sucede que,
adicionalmente, en el ambiente húmedo de las plantaciones se
cría un hongo que puede ser mortal para la vaca. A veces el
animal se salva con una dosis de drogas, pero muchas veces
las vacas han muerto.
Algunos consideran
que la responsabilidad es del ganadero, porque dicen que la
vaca come ese hongo por falta de sal y de calcio, que le
debería ser administrado antes de soltarlo en la plantación.
El hecho es que, de una u otra forma, ya sea con tratamiento
previo o posterior a la ingesta del hongo, el que paga más
es el ganadero.
Y tampoco es una
anécdota. Productores del lugar estiman que la mortandad por
el hongo ha llegado hasta un 20 por ciento del ganado
introducido. Y esto por un simple paliativo que se reduce
con el tiempo, porque a medida que los árboles crecen dejan
pasar menos el sol y el pasto que puede crecer a su
alrededor es menor.
Aumento (real y relativo) de las plagas
Al indagar si se
registra un aumento o reducción de las plagas que han
afectado o puedan afectar la producción agrícola y ganadera
de la región, el jabalí concita la unanimidad. Todos los
vecinos de la forestación coinciden en afirmar que el jabalí
creció y amplió sus desplazamientos, favorecido por estas
condiciones.
Tradicionalmente,
el jabalí se guarecía en el monte lindero de los ríos y
arroyos. En la actualidad, la plantación le da protección
porque no hay vigilancia con el fin de evitarlo. Y aparte de
que se deje o no cazar allí a veces sí y a veces no, la
caza del jabalí no se practica por necesidad sino por
deporte, un deporte muy caro por cierto.
La forestación
ofrece mayor guarida también a otros depredadores como el
zorro y el "mão pelada". La perdiz y la martineta, que eran
comunes en estos campos hasta no hace mucho, prácticamente
no se ven, porque son una presa para el zorro. "Es lo
primero que matan", asevera un productor de la Colonia de
Arroyo Negro.
Los lugareños
registran un aumento significativo de las palomas, que
habitan mucho en los montes de pinos y sobreviven a todo. No
así de las cotorras, que sólo anidan en eucaliptos grandes y
viejos, generalmente fuera de la forestación. Y tampoco de
las serpientes, porque necesitan de la luz solar para
regular su temperatura.
Pero si el jabalí,
el zorro y la paloma aumentaron su población en términos
reales, otras plagas para la producción como la cotorra han
incrementado a ojos vistas su impacto destructor,
sencillamente porque los lugares de alimento se han
reducido. Se produce un aumento relativo de la plaga y la
destrucción por área cultivada es mayor.
Un productor
cercano al arroyo San Francisco relata que los jabalíes le
mataron unas 50 ovejas. Otro productor de Arroyo Negro, al
sur de Piedras Coloradas, sobre el límite con el
departamento de Río Negro, explica que dejó de cultivar maíz
por las cotorras. La última vez no dejaron ni crecer las
plantas, le comieron todas las flores.
Algunos acotan que
ha crecido además el "jabalí de dos patas", aludiendo al
ladrón de ganado. "Aparece gente de todos lados, que no se
conoce. Primero es una, luego son tres y después son cinco
ovejas por día. Cuando querés acordarte no queda nada", se
lamenta un estanciero de Cerro Chato, que lo atribuye
también a la forestación.
Esto explica cómo
el agricultor y ganadero del lugar puede llegar a sentirse
acorralado, rodeado amenazadoramente por la forestación. La
cercanía de la muralla de eucaliptos o pinos no es un hecho
pacífico y complementario de su actividad sino, por el
contrario, una fuente de problemas que pueden trastocarle la
vida completamente.
Se cae la última promesa, el trabajo
Más allá de todos
los trastornos, que la gente del campo enfrenta con su
característico estoicismo, la última promesa que podía
"salvar", hasta cierto punto, la decisión de ir adelante con
la forestación era la de que traería más y mejor trabajo.
Pero la realidad y los testimonios que se recogen son
contundentes. No hay como negarlo.
"La forestación da
menos trabajo que la estancia cimarrona", concluye un
sanducero que, por su actividad, hace nueve años que recorre
el interior del departamento. Una estancia ganadera de 2.000
hectáreas emplea 6 a 7 personas en forma permanente,
mientras que la forestación atiende la misma área con menos
de la mitad.
El personal
permanente de una plantación de miles de hectáreas es
ínfimo. La siembra, poda y corte se realizan con cuadrillas
contratadas en forma temporaria. Los jornales pueden ir de
100 a 250 pesos, en el mejor de los casos, con un promedio
de 18 días trabajados por mes. Y otros factores reducen aun
más ese nivel de ingreso.
Uno de estos
factores es el sistema de subcontratación. La empresa
forestal encarga el trabajo a otra empresa, que es la que
contrata directamente el personal. La empresa contratista
debe competir con su propuesta ante la forestadora, por lo
que tiene que ofrecer el menor precio y eso se logra bajando
el salario del trabajador.
Por otra parte,
algunas empresas están utilizando cosechadoras de árboles,
máquinas manejadas por una persona, en tres turnos de ocho
horas, que talan el árbol, pelan el tronco y lo cortan en
trozos listos para el transporte, a razón de una hectárea
por día. Esta máquina sustituye el trabajo de una cuadrilla
de 40 a 50 personas.
Al hablar del
trabajo en la zona, todos coinciden en hacer una distinción
entre las empresas nacionales, incluso grandes, como Caja
Bancaria y Caja Notarial, y las empresas extranjeras. Las
nacionales brindan mayores oportunidades de empleo, mientras
que las extranjeras se caracterizan por reducirlo al mínimo.
Pero si el trabajo
debía ser base del bienestar, reflejado en el hábitat y las
condiciones de vida de la gente, el panorama dejado por la
forestación a su alrededor es desolador. Desde un pueblo
abandonado por falta de trabajo, como Celestino, y la
declinación de otros, al propio aumento de los problemas
sociales en Piedras Coloradas.
Puesto como
ejemplo del progreso en la zona, la "Capital de la Madera"
se parece más a esos pueblos que proliferan en América
Latina, situados por el azar en medio de una gran obra o
explotación no decidida ni manejada con su participación,
como los que quedan cerca de una represa o autopista en
construcción o de una mina.
Muchas veces, como
aquí, parte de la población original emigra y es sustituida
por otra, más transitoria o meramente de paso, que necesita
el trabajo tal como es ofrecido, sin estabilidad, sin
regulaciones, sin pretensiones. En estas condiciones, suelen
crecer los problemas de pobreza y abandono de la niñez e
incluso de prostitución.
¿Una nueva oleada de expansión forestal?
La generación a
partir de la forestación masiva de un nuevo ciclo de
despoblamiento de la campaña habría sido consecuencia, en
primer lugar, de la venta de grandes campos tradicionalmente
dedicados a la ganadería extensiva, que arrastra en forma
inevitable a los pequeños poblados y productores menores que
lindaban con aquellos.
Este proceso se
combina con coyunturas de crisis de producción y
endeudamiento en la actividad agropecuaria, que facilitan la
compra de las tierras por capitales externos. Los lugareños
recuerdan que las empresas forestales ofrecían dos y tres
veces más del valor por hectárea que podía ser pagado por un
productor tradicional.
En el momento de
la transacción, el vendedor hizo entonces un "buen negocio",
que le permitió deshacerse de un campo que le daba pérdidas
o en el que estaba endeudado. El pequeño productor no tiene
la misma suerte, no puede sacar mucho dinero por su campo y
empieza a tener la presión de verse rodeado por la
forestación.
Por último, los
pequeños poblados entre los límites de esos campos,
constituidos por modestas familias que vivían del escaso
empleo dado por la agricultura y ganadería tradicionales y
que incluso lograban satisfacer necesidades básicas con el
cultivo en una huerta no mayor de una cuadra, son los que
reciben el golpe mayor.
Nadie sabe
exactamente en la zona adónde habrán ido los que vendieron
su campo y/o se fueron del lugar. Algunos dicen que están en
Paysandú o en Young, el poblado más cercano de cierta
importancia, en el departamento de Río Negro, porque Guichón,
la segunda ciudad del departamento de Paysandú, está en
franco deterioro.
Este proceso no se
detiene en donde está. Sobre todo en dirección al sur,
dentro del departamento de Río Negro e incluso en Soriano,
las empresas de forestación están desatando una nueva
campaña de expansión, muy probablemente alentadas por la
inminente instalación en la zona de dos plantas productoras
de celulosa.
La presión es
grande porque los precios que se ofrecen son considerados
muy buenos en la zona. En las últimas semanas, por ejemplo,
cerca del Arroyo Negro se ofrecieron 1.150 dólares por
hectárea en campos con un índice Coneat de 80 a 90. Las
ofertas ignoran el límite fijado por la ley e incluyen
tierras claramente productivas.
"No sé hasta
cuánto va a seguir este asunto de la forestación, pienso que
ya deberían pararlo, con lo plantado alcanza y sobra", dice
un reputado cabañero. "Yo ni que hablar agrega, pero creo
que la generación de mis nietos sufrirá todo esto. Me han
dicho que donde se hizo forestación intensiva se han creado
verdaderos desiertos".
Víctor L.
Bacchetta*
Diario La
República
16 de agosto
de 2004
(*) Víctor L. Bacchetta realiza una investigación
periodística sobre los impactos de la forestación en el
Uruguay para el Grupo Guayubira.