El lema de este año fue “¡Se buscan! Mares y Océanos -
¿Vivos o muertos?”. Con esta celebración las Naciones Unidas
buscan concienciar a la sociedad en torno a la ecología y
fomentar su atención en esta fecha.
Son ya treinta y dos los años en los que se celebra este
día, y si analizamos todo lo acaecido hasta ahora en torno
al medio ambiente, esta efeméride va de mal en peor. En el
caso de los mares se puede observar un deterioro extremo:
sus aguas están contaminadas en un alto porcentaje. El 80 %
de dicha contaminación tiene su origen en actividades
terrestres. Estos desechos ocasionan la muerte de más de un
millón de aves marinas y 100.000 mamíferos marinos y
tortugas al año.
Las tres cuartas partes de las megalópolis del mundo se
encuentran a orillas del mar y más de un 40 % de la
población vive a sesenta kilómetros o menos de la costa.
Toda esta población tiene que ser surtida de pescado del que
alimentarse, pero se hace de forma vasta e irregular. De
hecho, el ritmo de pesca es superior que el de la
reproducción en la mayoría de especies. Estas cifras ayudan
a entender un poco más el sufrimiento de los mares.
El de los mares es el tema escogido para el trigésimo
segundo aniversario. Hay treinta y un temas más, desde el
calentamiento global, pasando por la desertización o el
cambio climático, que se han escogido para enfocar este día.
Demasiados. Y son muchos años ya para que la sociedad y, por
encima de ella, los gobiernos, hagan oídos sordos a los
gritos de dolor que lanza la Tierra en forma de sequías,
diluvios o desaparición de especies.
Estamos en un mundo en el que, por encima de muchos de los
intereses que nos afectan a todos, priman otros 'afanes' que
afectan a unos pocos. El medio ambiente está supeditado a la
economía, a ese monstruo que devora todo lo que se encuentra
en su camino. Y es triste, pero lo es aún más cuando en lo
único en lo que se piensa ya no es sólo en enriquecerse,
sino en hacerlo de forma rápida. ¿Para qué correr una
maratón cuando puedo completar la carrera de cien metros? Si
los países se detuvieran y reflexionaran, observarían que la
mortalidad y las enfermedades causadas por la contaminación
de las aguas costeras cuestan 12.800 millones de dólares al
año a la economía mundial; si se protegieran determinados
hábitats marinos críticos, como los arrecifes de coral y los
manglares, el tamaño y la cantidad de los peces mejoraría
así como los beneficios consiguientes, tanto para la pesca
en gran escala como para la local. Pero se piensa sólo en el
dinero de hoy, no en la pobreza de mañana.
¿Y la solución? Basta ya de llorar por el Protocolo de
Kyoto. Los países firmantes y organizaciones ecologistas se
están dejando sus fuerzas en convencer a los no firmantes
por mero papel mojado. Kyoto ha muerto, pero no por la falta
de firmas y adhesiones, sino porque lo que se pide en él es
insignificante. La reducción de los gases tiene que ser
mayor, abogar por las energías renovables tiene que ser
prioridad para los gobiernos en vez de luchar para que no
suba el barril de petróleo y percatarse de una vez, que
defender la economía y el medio ambiente no son posiciones
antagónicas.
Sin duda, es evidente que cuando Naciones Unidas decide
otorgar un día al año a una actividad para sensibilizar a la
población mundial, es que las cosas van muy mal en ese
campo. Y además rara vez se mejora. Se agradece su interés y
su predisposición, pero los gobiernos ignoran sus medidas y
consejos. Además, en lo referente al medio ambiente que es
algo que nos concierne de manera irremisible a todos, el 5
de junio debería ser todos los días del año.
Christian Sellés
Agencia de Información Solidaria
chselpe@yahoo.es
8 de junio de 2004