A los efectos de la actividad
pesquera hay que sumar otros factores: los vertidos al mar,
la destrucción de los espacios costeros, la falta de
legislación sobre el transporte de sustancias peligrosas o
el cambio climático, ejemplos de las agresiones a las que
están expuestos nuestros océanos.
La actividad pesquera de los
últimos años ha ido agotando la vida marina. Muchas
poblaciones de ballenas y pequeños cetáceos podrían
desaparecer en las próximas décadas y la producción pesquera
ha ido descendiendo desde principios de los años 90. El
resultado: un ecosistema más vulnerable al cambio climático
o la contaminación.
A la catástrofe medioambiental
hay que añadir el drama social que está provocando la
extinción comercial de muchas especies, particularmente en
los países del Sur, en los que las poblaciones costeras que
dependen de la pesca figuran entre los grupos más pobres y
desfavorecidos.
En los últimos años no ha habido
cambios significativos en la forma en la que los gobiernos
hacen frente a la crisis de los océanos. Las grandes flotas
industriales han seguido recibiendo generosas subvenciones y
las flotas ilegales continúan eludiendo todo control. Las
costas siguen degradándose a marchas forzadas, los modelos
de acuicultura industrial más destructiva (como el
langostino tropical) siguen expandiéndose y la globalización
del comercio pesquero sigue contribuyendo a la pérdida de
seguridad alimentaria en los países más pobres.
Desde la Cumbre de Río en 1992
se han negociado importantes acuerdos internacionales, sin
embargo, el estado de los océanos sigue empeorando y muchos
compromisos se quedan en meras declaraciones de intenciones.
Sin embargo, hay que tomar medidas concretas para salvar los
mares de nuestro planeta.
La primera, reducir la capacidad
de las flotas pesqueras hasta niveles sostenibles. La
capacidad de muchas flotas excede con mucho la capacidad
productiva de los océanos. Algunas especies se han
extinguido por esa causa.
La eliminación de técnicas
pesqueras destructivas pondría fin a la devastación de los
fondos marinos, la captura de especies no objetivo y los
descartes. Una tercera parte de la captura pesquera mundial
es arrojada muerta por la borda.
Del mismo modo, hay que
finalizar con la pesca pirata, barcos que faenan al margen
de las normativas pesqueras en vigor. Las banderas de
conveniencia deben ser perseguidas, así como a aquellos que
les proporcionan suministros en alta mar.
La mayor parte de los
ecosistemas marinos no tienen ningún tipo de protección. El
cierre de zonas de especial valor ecológico a la explotación
humana permitiría la recuperación de muchas poblaciones y
ecosistemas amenazados. Además, hay que garantizar la
preservación de los ecosistemas costeros, base fundamental
de la producción global de los océanos. Las costas se
degradan a marchas forzadas por la presión urbanística, la
ocupación de la franja costera con instalaciones portuarias,
la contaminación, el cambio climático, la extracción de
arena de los fondos marinos para regenerar artificialmente
las playas o la proliferación de la acuicultura industrial.
Los vertidos de sustancias
peligrosas al mar también deben ser eliminados y castigados
severamente. El hombre ha producido más de 100.000
sustancias sintéticas que no existían en la naturaleza. Los
mares y los océanos son especialmente sensibles a los
vertidos de sustancias tóxicas, que en muchos casos se
acumulan en los tejidos grasos de los animales marinos. Es
necesario promover un nuevo régimen de responsabilidades en
el transporte marítimo de sustancias peligrosas para que no
ocurran desgracias como la del Prestige.
Las emisiones de gases de efecto
invernadero causantes del cambio climático son hoy una
amenaza real para los océanos. Los arrecifes de coral se
están blanqueando por el aumento de temperatura de las
aguas, y esto es sólo un síntoma del impacto.
Es imprescindible la educación y
la información sobre la necesidad de mantener los océanos.
Los ciudadanos tienen que implicarse y exigir a las
administraciones y organismos internacionales medidas
legales para salvar nuestros mares. Sólo una población
sensibilizada y consciente de los beneficios del mar,
trabajará para conservarlo.
Juan López de Uralde *
CCS. España
22
de
junio de 2004
* Director de Greenpeace-España.