Desde hace algunos meses,
representantes de la Comisión Nacional Forestal (CONAFOR)
entregan a comunidades indígenas, en varias zonas de México,
formatos de cartas en las que las comunidades solicitan al
gobierno que declare sus territorios –o parte de ellos–
"área pritoritaria" para el Programa de Pagos por Servicios
Ambientales. Según informa Ojarasca, estas misivas simulan
venir de las propias comunidades, con los nombres impresos
de las autoridades comunales o ejidales. (Ramón Vera
Herrera, La jornada/Ojarasca número 97, mayo 2005).
La entrega de las cartas es precedida de una reunión
"informativa", a la que llegan representantes de la CONAFOR
e instituciones como la Procuraduría Agraria, la Comisión
Nacional para el Desarrollo de Pueblos Indígenas, la
Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales y
autoridades estatales y municipales. Básicamente dicen a las
autoridades comunales o ejidales que firmando estas cartas e
integrándose al Programa de Pagos por Servicios Ambientales
les pagarán de 300 a 400 pesos por hectárea de bosque,
siempre que sigan un plan de manejo forestal autorizado por
el gobierno, el cual será monitoreado vía satélite y
mediante otras formas que la comunidad debe facilitar. En
algunos casos, les explican también que los primeros años
será el gobierno el que pagará y luego vendrán empresas que
continuarán haciéndolo. Y así, dicen, ellos se convertirán
en "empresarios" del agua y del bosque.
Estas cartas, en lugar del entusiasmo que esperaba la CONAFOR,
provocan enojo y rechazo, por lo que consideran una nueva
agresión del gobierno disfrazada de beneficio. Una de las
razones principales de ello es que lo ven como otro intento
de enajenar su territorio. No la tierra, el bosque o el agua
por separado, sino el despojo del manejo colectivo y
autogestivo que ejercen sobre su territorio, inseparable de
la tierra, sus formas de vida, organización, decisión,
cultura, es decir, lo que los hace ser pueblos indios.
Quizá esta sea la trampa principal que conllevan estos
mecanismos. Se presenta como pago o reconocimiento por algo
que las comunidades ya están haciendo: por el cuidado del
ambiente, las cuencas, los bosques, la biodiversidad,
etcétera. Les prometen recursos económicos que necesitan,
por la situación de empobrecimiento en que los han colocado
siglos de colonialismo y de políticas de los mismos
gobiernos que ahora les ofrecen este "pago". El requisito es
que acepten que el manejo del territorio lo puedan decidir
instituciones externas a los pueblos, ejidos y comunidades.
En muchos casos este "plan de manejo", mediado por despachos
o profesionales que se quedan con buena porción de los
fondos prometidos, aparentan "no hacer nada" (es decir,
dejar intocados los bosques por unos años) o "nada nuevo",
porque coincide con el manejo que ya hacía la comunidad. La
gran diferencia reside en que sea lo que fuere ya no será
por definición de la comunidad o ejido, sino del gobierno,
que establece las normas de las "áreas prioritarias" o de
quien pague por el servicio ambiental que presta el
territorio.
Los recursos de que dispone la CONAFOR son préstamos que
entregan el Banco Mundial y el Fondo Mundial para el Medio
Ambiente (GEF, por sus siglas en inglés), principales
promotores de estas políticas. Su objetivo es consolidar
"mercados" de servicios ambientales, es decir, no solamente
pagos, sino también cobros por servicios ambientales.
Disimulado bajo el aparente reconocimiento de los beneficios
que aportan quienes cuidan desde hace siglos los bosques,
ríos y biodiversidad, se introduce que bienes comunes, como
agua y aire, tendrán que ser pagados por todos los
pobladores (además de pagar primero los préstamos que toma
el gobierno del Banco Mundial, que engrosan la deuda externa
pública) Quien no pueda hacerlo, no tendrá derecho a ellos.
Los pagos de servicios ambientales convierten el manejo del
territorio en mercancía, lo someten a las reglas del
mercado. ¿Qué pasaría si una comunidad decide que ya no
quiere participar en el programa y desea volver a decidir
sobre el manejo de su bosque? Según los contratos, además de
suspender los pagos programados, serán multados y podrían
perder más de lo que recibieron. Pero al estar en "áreas
prioritarias de servicios ambientales", será el gobierno el
que decidirá qué se puede hacer allí o no. Las comunidades
no podrán alegar ni su derecho a consulta, porque ya
firmaron al gobierno que "solicitaban" ese "reconocimiento".
Si como aspira la CONAFOR, quien toma el contrato es una
empresa –muy probablemente extranjera, porque quienes entran
en esos negocios son las multinacionales más contaminantes,
que así justifican la destrucción que hacen del ambiente–,
ésta podría demandar indemnización al Estado por
incumplimiento de contrato. Si son industrias como
Mitsubishi y otras que se dedican al "mercado secundario" de
esos servicios –compran contratos de "pagos de servicios
ambientales" en países donde salen baratos y los venden a
otras empresas en naciones donde se pagan más caros–, hasta
pueden alegar "pérdida de ganancias" y aplicar reglas
similares a las del capítulo 11 del Tratado de Libre
Comercio de América del Norte.
Es necesario aceptar y apoyar el aporte que hacen a toda la
sociedad quienes cuidan los recursos naturales en sus
propios términos, por ejemplo reconociendo sus derechos
integrales y colectivos. Estos mecanismos, por el contrario,
son nuevas formas de negarlos.
Silvia Ribeiro *
28 de julio de 2005
*
Investigadora del Grupo ETC.