El medio ambiente se ha convertido en un negocio. Las
empresas han intoxicado los medios de comunicación con
mentiras sobre las plantaciones y los bosques
artificiales en un intento de sacar más dólares a
costa de degradarlos. Los interesados insisten en la
importancia de los "bosques plantados" para solucionar
los problemas del medio ambiente, como si plantar
cientos de árboles fuera la solución a los problemas
medioambientales. Plantar árboles puede ser muy bueno,
pero también puede ser muy malo.
El engaño y la contaminación informativa comienzan
cuando se intenta equiparar los llamados "bosques
plantados" con las plantaciones naturales. Aunque las
empresas se empeñen en decir que una plantación es un
bosque, la verdad es muy distinta. Un bosque contiene
numerosas especies de árboles y arbustos de todas las
edades, una gran cantidad de especies vegetales, flora
y fauna y otros elementos como nutrientes del suelo,
agua, energía solar y el clima. Todos estos elementos
aseguran su regeneración y conservación, algo muy
complicado en los "bosques plantados".
Otra de las supuestas ventajas de las plantaciones es
que generan empleo. Bajo este argumento se han
comenzado inmensas plantaciones que iban a crear una
nueva industria que beneficiaría a las poblaciones
locales. Sin embargo, esto no es cierto. Las grandes
plantaciones generan empleo en la plantación y la
cosecha, pero después de la siembra el empleo
desciende de forma importante.
Los puestos de trabajo que se crean gracias a las
plantaciones comerciales son de mala calidad: de
carácter temporal, con bajos salarios y en condiciones
de mala alimentación y alojamiento precario. En muchas
ocasiones, la plantación implica la previa destrucción
del bosque, con lo que los pobladores locales pierden
sus ocupaciones y sus fuentes de ingreso.
A todo esto hay que sumar que las plantaciones no dan
lugar a industrias locales. La producción se convierte
casi siempre en exportación directa, sin procesos
técnicos ni manipulación, lo que imposibilita
contratar mano de obra.
Estas plantaciones comerciales se mueven bajo los
empresariales. Lo más importante en ellas es el
crecimiento de las especies, que permite rentabilizar
rápidamente las inversiones. Para ello se utilizan
fertilizantes y herbicidas que afectan al suelo y al
agua. Esta misma lógica empresarial determina que los
árboles sean cortados cada pocos años, lo que implica
una gran salida de nutrientes y la destrucción del
hábitat en el que estaban viviendo especies locales.
En muchas ocasiones, las plantaciones comerciales
tienen como único objetivo producir enormes cantidades
de madera. De esta forma, los bosques dejan de cumplir
su función natural (generar vegetales, animales,
frutas, hongos, miel forraje, etc.) para convertirse
en empresas industriales. Se talan árboles de forma
indiscriminada y las especies plantadas son
sustituidas en función de las necesidades del mercado.
El bosque ha dejado de ser un bien público para
convertirse en un espacio privado, en un lugar donde
los árboles y las especies se mueven según las
fluctuaciones del mercado.
Por supuesto, las plantaciones comerciales no tienen
en cuenta a los pobladores locales ni la interacción
entre los seres humanos y su medio ambiente. En muchas
regiones del mundo se convive en armonía con los
bosques y se les considera un espacio sagrado. "¿Cómo
se puede comprar o vender el firmamento, ni aun el
calor de la tierra?", clamaba el Jefe indio Seattle.
"Si no somos dueños de la frescura del aire ni del
fulgor de las aguas, ¿cómo podrán ustedes
comprarlos?".
No podemos basar las políticas medioambientales en el
incremento de los "bosques plantados". Los esfuerzos
deben orientarse hacia la conservación de los bosques
y plantaciones, no hacia la sustitución de ecosistemas
por plantaciones comerciales. Debemos considerar la
naturaleza como un bien público, no como un negocio al
que hay que sacar el máximo beneficio económico.