Turismo versus medio ambiente |
A medida que crece
el negocio turístico en todo el mundo, se hace más
necesaria una política sostenible al respecto.
El 10 de enero de 2001, el Gobierno chino concedió el permiso
para la construcción de un hotel en el campo base
norte del Everest, en el Valle de Rongbuk. Muchas
fueron las voces que se alzaron en su contra, sobre
todo, la de montañeros que veían cómo la montaña más
alta del mundo podía convertirse, aún más, en un
destino turístico convencional. Cuatro años después,
parece cada vez más probable que esta atrocidad contra
la naturaleza se haga realidad.
Russel Brice es el principal valedor de esta idea. Conocido
de sobra en los circuitos alpinistas, se ha
enriquecido durante años por la comercialización
exagerada de cualquier bien que pueda ser necesario en
la montaña: decenas de dólares a cambio de una llamada
telefónica de un minuto o por el préstamo momentáneo
de unas cuerdas. Cualquier útil es susceptible de ser
empleado para aumentar su riqueza.
Ahora, su cabeza, similar a una máquina de fabricar dinero,
se concentra casi de manera exclusiva en levantar el
hotel a mayor altura del mundo, a unos 5.000 metros en
concreto. El negocio es sencillo: en el año 1964, el
Parque Nacional de Sagarmatha tuvo veinte visitantes;
en 1994, 12.000. Cada año, hay quince expediciones
puramente comerciales, es decir, personas que pagan un
dineral por el mero hecho de estar allí sin tener ni
idea de escalar.
La ascensión al Everest siguiendo la ruta sureste es
relativamente sencilla. Con una preparación física sin
llegar a ser exagerada, un buen equipo y un grupo
experimentado de serpas (montañeros nepalíes altamente
especializados) casi cualquier persona podría
aproximarse a la cumbre. Mucha gente adinerada decide
emprender esta aventura como capricho del que jactarse
o porque ha decidido llevar a cabo otra práctica de
turismo. Esta cara de la montaña se ha convertido en
lo más similar a un vertedero, llena de botellas
vacías de oxígeno, plásticos, ropa y todo tipo de
basura. Con la construcción del hotel, los deshechos
aumentarían en la misma proporción que lo haría el
número de personas. Se sacrifica la montaña, la
naturaleza, su magnificencia por el mero turismo.
El reto del turismo
sostenible
El turismo es una de las actividades que más dinero mueve al
año y que menos respeta el medio ambiente. Según la
Organización Mundial del Turismo (OMT), en el año 2003
los ingresos procedentes de esta actividad giraron en
torno a los 523.000 millones de dólares. Pero el
turismo no siempre es sostenible o responsable y no
por qué no se sepa lo qué hay que hacer. En junio de
1992 se redactó la Declaración de Río de Janeiro sobre
Desarrollo y Medio Ambiente, en la que se daban las
recomendaciones oportunas para la elaboración de
líneas generales a seguir con el objetivo de poner en
marcha políticas más razonables. Sin embargo, trece
años después, las cosas no siguen el camino adecuado.
El turismo tiene efectos positivos, no se puede negar. Se
crea empleo, las poblaciones locales se ven
beneficiadas con los ingresos generados, se favorece
el intercambio cultural…Pero en lo referente al medio
ambiente, tiene demasiados efectos negativos: se
destruyen paisajes para la construcción de
infraestructuras y edificios, se alteran los
ecosistemas, o se favorece el cambio climático por las
emisiones de dióxido de carbono procedentes de los
transportes aéreos. Prueba de ello son los campos de
golf, tan habituales últimamente en España, que
requieren de un ingente consumo de agua; las playas a
las que se recorta espacio para construir casas o las
montañas que cada vez en mayor número son coronadas
por estaciones de esquí.
Son demasiados los ejemplos que se pueden poner del daño que
ocasiona el turismo al medio ambiente. Pero no es esta
práctica en sí. Son las autoridades de los países, los
turistas que recuerdan a Atila, arrasando con todo lo
que encuentran. Los manglares, los arrecifes de coral,
la cuenca amazónica, el hotel del campo base del
Aconcagua, el litoral español…los sufren cada año.
Ejemplos a seguir
Pero no todos son casos negativos. Por ejemplo, Islandia
recibe al año 72.000 turistas que se dejan catorce
millones de dólares en las industrias que giran en
torno a la observación de ballenas. Entre 1986 y 1989,
año en el que se finalizaron las capturas, la caza
comercial de cetáceos generó cuatro millones de
dólares. Aunque dejemos el medio ambiente a un lado y
nos centremos sólo en el ámbito económico, es mucho
más rentable. De hecho, con el anuncio de las
autoridades del país de que van a retomar esta caza,
muchos turistas han decidido no elegirlo como destino
de sus viajes. Lo mismo ocurre con Kenia y sus safaris
fotográficos de fauna salvaje, los osos polares de
Alaska o los gorilas de montaña en Ruanda.
Los gobiernos de los países turísticos tienen que ser
conscientes de las verdaderas razones por las que los
turistas acuden a ellos: importantes ecosistemas y
algunas especies emblemáticas. Los ingresos motivados
por esta práctica, deben ser empleados en su
mantenimiento y mejora, no en facilitar el acceso a un
mayor número de personas con más plazas hoteleras
pensando en mayores ingresos, que no llegarán, ya que
de esta manera se degrada el medio ambiente y se
expolian los destinos turísticos hasta agotarlos.
Aunar los términos turismo y sostenible se impone como
la única política deseable a largo plazo.
Christian Sellés
Agencia de
Información Solidaria
18 de marzo de 2005
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