Ya suele ser menos común relacionar el incremento de los
valores que miden la macroeconomía con la verdadera mejora de las
condiciones de vida de toda la población analizada. Aún así, persiste cierta
creencia en que cualquier crecimiento económico acaba chorreando beneficios
para las capas más pobres de una sociedad. Es la “teoría de la marea” que
explica el profesor Martínez Alier: si sube la marea todo sube, los
yates y los cayucos. La teoría encierra una injusticia obvia: unos empiezan
la carrera subidos en un yate y otros en un cayuco y eso no cambiará. Al
contrario, las diferencias se irán acrecentando, si el mar (la economía) en
el que navegan estas embarcaciones asciende (incremento del PIB) el
valor del yate aumentará y el del cayuco también, pero la diferencia en
valores absolutos entre una embarcación y otra será mayor. La brecha entre
la riqueza y la pobreza se habrá ensanchado.
Pero más allá de las macro cifras el asunto es que la teoría
de la marea (el crecimiento económico siempre conlleva beneficios para
todos) es en muchos casos falsa, porque los recursos de los que depende
cualquier crecimiento económico forman parte de un único ecosistema, donde
cuando la marea sube, ahoga a muchas personas y destruye costas y paisajes.
Un ejemplo claro lo presenta la revista chilena Enlace mostrando las
repercusiones del modelo forestal implementado en su país. Esta actividad,
enfocada a la producción de celulosa para la exportación, es la segunda en
importancia en Chile en términos de macroeconomía, pero la
sustitución de bosques nativos por plantaciones de monocultivos de árboles
exóticos ha empobrecido y expulsado de sus tierras a la gente que vivía en y
de esas tierras. Las empresas madereras consiguen enormes ganancias, pero la
falta de agua “ya que las plantaciones forestales han resecado los
suelos”, y contaminación de los ríos, es incompatible con la vida en el
campo.
“La mayoría de los jóvenes ha emigrado en busca de trabajo.
Sufrimos mucho por las forestales’, dice Pilar Antileo de la comuna de Los Sauces,
donde el 33,8% de la población vive entre la pobreza y la indigencia
rodeados de emporios madereros Su familia ya no tiene huerto, ‘no se
puede plantar sin agua’. Llegaron a tener 150 aves que producían huevos
para el gasto y algo para la venta, pero ahora no se puede porque los zorros
que soltaron las forestales para que se comieran a los conejos [que
afectaban a los pinos], también se comen a las gallinas.
Pues eso, que siempre hay zorros que se comen a las gallinas.
Gustavo Duch Guillot *
Galicia-Hoxe
24 de agosto de 2007
* Director
de Veterinarios Sin Frontera
Imágen:
agrupacionnuevoboca.com.ar
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