Biocombustibles:
¿Cuál es la prioridad del Estado Mexicano sobre el
maíz? |
¿Llenar millones de autos con etanol, o llenar millones de
estómagos, incluyendo de desnutridos, y conservar economías
y culturas que no se compran en ninguna gasolinera, ni
planta industrial del mundo?
A raíz de un aumento del precio del maíz amarillo en los
Estados Unidos, debido, se dice, al aumento de la
demanda para derivarlo a las plantas productoras de etanol,
algunos funcionarios mexicanos, sin reparar en la
responsabilidad que tienen para definir una política de
Estado que beneficie a la mayoría de nuestro país, responden
automáticamente a la propuesta de algunos poderosos sectores
agrícolas que sueñan con sacar jugosas ganancias de esa
nueva situación del mercado de EE.UU.*
Sin embargo, la pregunta obligada es que si acaso en México
vivimos una situación similar a la de EE.UU. y
debemos
responder con la misma política, o el Estado
mexicano debe responder a las particularidades propias para
que verdaderamente alcancemos resultados exitosos, de los
que están ayunos la mayoría de los productores rurales, campesinos e indígenas.
La situación productiva, social y mercantil del maíz y otros
granos en Estados Unidos es diametralmente opuesta a
la de México. En EE.UU. la administración ha
adoptado una nueva estrategia multianual de producción
masiva de biocombustibles, sobre todo de etanol, a partir de
maíz en su primera etapa, como parte de una política de
objetivos múltiples. Los objetivos más publicitados han sido
encaminarse a disminuir su dependencia de abasto externo de
combustibles y sustituir unos combustibles por otros más
sustentables, supuestamente menos contaminantes y más
saludables.
Sin embargo, este país principal productor mundial de granos
apoyados por enormes subsidios gubernamentales, también se
enfrenta al reto de colocar sus grandes excedentes
subsidiados en el mercado mundial, provocando un comercio
desleal que viola reglas internacionales, destrucción de
productores en otros países y obstáculos a la creación de un
marco internacional de comercio multilateral.
Canalizar o redirigir sus excedentes al mercado interno
resulta una distensión de una parte del conflicto
internacional y una oportunidad de darle alternativa a sus
sectores beneficiados por el gran agro-negocio industrial, e
incluso levantar esperanzas de satisfacer demandas de otros
productores familiares o pequeños y regiones que exigen
atención.
No obstante, el desarrollo de esa estrategia estadounidense,
como de otras naciones como Brasil o la Unión
Europea, requiere superar múltiples obstáculos y
objeciones tanto políticas, como ambientales y sobre todo de
naturaleza socio-económica, que también México debe
tener en cuenta.
Existe un sobre dimensionamiento o exageración sobre la
contribución que el etanol hace en materia de independencia
energética y ambiental y reducción de costos. Los cálculos
académicos estadounidenses indican que aún dedicando toda la
producción de granos, tan sólo se cubriría el 12 % de la
demanda energética total; mientras no cambie la política y
el modelo de derroche energético (matriz energética de
producción-consumo) seguirá la dependencia y fuente
principal de la producción de gases de invernadero,
principal responsable del cambio climático y los daños
globales.
La producción de etanol y su uso está lejos de caracterizarse
como proceso no-contaminante. Recientemente, el 7 de
febrero, el Premio Nobel Mario Molina afirmó en la
Cámara de Diputados que la producción de etanol es
contaminante, contribuye con más CO2, y es insignificante lo
que se gana en energía neta. Además su producción requiere
un gran consumo de agua (en proporción, para cada unidad de
etanol se requieren 6 de agua); actualmente la producción de
etanol no es realmente rentable y por ello se canalizarán
enormes subsidios gubernamentales, objetivo evidente de las
grandes monopolios de producción, comercialización y
biotecnología. Finalmente, cada día crece el cuestionamiento
social sobre la naturaleza irracional de usar granos
alimenticios para alimentar motores, y se apunta a la
necesidad de intensificar la investigación para usar
celulosa de hierbas o desechos para obtención de biocombustibles.
A diferencia de Estados Unidos, México tiene
una frágil suficiencia en maíz blanco y un creciente déficit
en granos forrajeros y oleaginosos.
Y si en EE.UU. el uso industrial de maíz y otros
granos es una forma de manejo de la gran oferta y sus
excedentes, el reto en México es lo contrario:
incrementar la oferta nacional para satisfacer la demanda
doméstica alimentaria, forrajera y agroalimentaria
manufacturera.
A México le urge tener una oferta alimentaria estable
y accesible para disminuir los altos grados de desnutrición,
sobre todo infantil, de muy numerosas y socialmente
sensibles comunidades indígenas y no indígenas, creación de
empleos dignos y mejoramiento del bienestar comunitario en
el espacio rural y también retomar una estrategia de
política estatal para disminuir el grado de dependencia
alimentaria que ha alcanzado niveles políticos y de presión
internacional muy sensibles y peligrosos.
El círculo vicioso que se integra entre la pobreza y la
desnutrición, como entre desempleo y exclusión social, es
muy clara en amplias regiones del país y no sólo es un
problema de justicia social y gobernabilidad, también es
parte de las debilidades estructurales para fortalecer un
mercado interno, mejoramiento de salud y protección de
cultura y biodiversidad, y compromisos internacionales
asumidos oficialmente.
En términos económicos, actualmente en México una
política de subsidios a la producción de etanol significaría
desviar los escasos recursos gubernamentales a
proyectos no prioritarios ni estratégicos.
Además, la estrategia de producción de etanol de algunos
grupos empresariales, no únicamente se orienta a recibir
recursos gubernamentales, ni a exportarlo, sino, por una
parte y bajo el muy dudoso y muy cuestionado argumento de
aumento de la productividad mediante el uso de semillas
transgénicas, se busca consolidar el control monopólico y
tecnológico de los insumos básicos; se calcula que, después
que el gobierno de V. Fox terminó de destrozar la
empresa estatal (PRONASE) comercializadora de semilla
nacional, ahora cerca del 90% de las semillas mejoradas de
maíz son controladas por la transnacional Cargill y
sus similares; y por la otra parte, ante el deseo de que se
legisle conforme sus intereses privados y se vuelva
obligatorio el uso de un determinado porcentaje de etanol en
el transporte, esos productores en alianza estratégica con
capital foráneo, aspiran también al control monopólico de
producción e importación de biocombustibles y sentar las
bases para desplazar a PEMEX.
Pero si en términos económicos no existen similitudes entre
México y EE.UU. mucho menos los hay en
términos de cultura, historia, identidad y comunidad
alrededor de la creación, recreación y sobre-vivencia en
torno al maíz. Ya sabemos que esos valores, mientras no se
les vea con "ojos de dólares" no valen nada para el libre
mercado y los mercaderes y especuladores de siempre. Sin
embargo, esos son los valores centrales a partir de los
cuales hemos sido país y hemos construido una identidad y
singularidad como país y como comunidad. Siete mil años de
historia de maíz son raíces muy profundas que ninguna moda
mercantilista, vestida con falsa tecnología y adornada con
retórica ambientalista puede ignorar y mucho menos borrar.
En síntesis, la copia dogmática de este modelo de
biocombustibles para México es una equivocación
política por su carácter disruptivo, inequitativo e
insustentable.
La mayoría de sus propósitos son objetivos de política
privada y de lucro que se desea presentar como objetivos de
política pública, pero no desean asumir los costos sociales,
ambientales y políticos que conlleva.
Por todas esas razones, llegó la hora de exigir una verdadera
discusión pública y democrática sobre una verdadera y
conveniente política de Estado sobre maíz y biocombustibles.
Nosotros, lo mismo que la mayoría de las organizaciones
campesinas e indígenas de este país, exigimos que la
política de Estado responda al legítimo interés de la
Nación, no de intereses facciosos, antisociales y
anticulturales.
Reafirmamos nuestro respaldo y solidaridad al grito popular
de que SIN MAÍZ NO HAY PAÍS.
Nos pronunciamos por un país con maíz porque el uso
prioritario del maíz siga siendo alimentario, creado,
recreado y apropiado por nuestros campesinos.
Alejandro
Villamar**
Agencia
Latinoamericana de Información - ALAI
21 de
febrero de 2007
*
Está pendiente de dictamen final en la Comisión de
Agricultura de la Cámara de Diputados, una iniciativa de Ley
de Promoción de los Biocombustibles, promovida por un
abanico de actores privados y legisladores y crecientemente
cuestionada por otras organizaciones campesinas y sociales.
** Red Mexicana de Acción
frente al Libre Comercio
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