El
presidente Jorge Batlle pronunció tiempo atrás dos frases
célebres: “el azúcar no existe” y “esa industria se
terminó”. Como lo ha demostrado muchas veces en su gobierno
“divertido”, se equivoca. Para que sus frases fueran ciertas
se debía haber terminado con la caña de azúcar, como sí se
hizo con la remolacha azucarera, las dos materias primas que
sustentan a esta industria. Lo que revelan esas frases es
que el ataque lanzado por el gobierno de Batlle contra la
industria azucarera se ha trasladado también a la producción
agrícola de caña.
Pero la
gente de Bella Unión, a diferencia de los pueblos que
dependían de la remolacha azucarera, se resiste al abandono
del cultivo y la cosecha de la caña de azúcar, pues es
fundamental para su subsistencia. La caña se ha convertido
en una tradición cultural de la que los pobladores de Bella
Unión no se quieren apartar pues da origen a su forma de
vida.
Se trata de
una planta extraordinaria, que en los países donde se
produce en forma relativamente fácil por su situación
geográfica -zonas tropicales y subtropicales- es utilizada
no sólo para producir azúcar sino para otros productos, como
la “rapadura brasileña” o la “panela” colombiana (donde es
parte de la dieta básica), la “miel proteica” caribeña, las
“cremas saborizantes” mexicanas, el alcohol y las bebidas
alcohólicas derivadas de la fermentación del jugo. Esta
planta genera además materiales de construcción y forrajes,
especialmente para animales rumiantes.
El norte del
Uruguay está en el límite de lo que se considera la zona
subtropical. Por lo tanto la caña de azúcar no es un cultivo
fácil y de bajo costo, como tampoco lo es en el sur de
Brasil. Pero la caña sirve igualmente para la producción de
alcoholes que pueden ser usados de manera ventajosa como
combustibles carburantes, tal como lo prevé la ley que dio
creación a la estatal Administración Nacional de
Combustibles, Alcohol y Pórtland (ANCAP). Informes de
expertos internacionales que han llegado a Uruguay a
analizar y asesorar en la implantación de los cultivos
avalan que la caña se produce en Bella Unión con aceptable
grado de eficiencia y buen resultado teniendo en cuenta las
condiciones que tienen su clima y su suelo.
Sin embargo,
dando muestras de torpeza, ineptitud, falta de conciencia
social y olvido de la gente, nuestros gobernantes afiliados
al neoliberalismo resolvieron liquidarla. Felizmente, cuando
el pueblo se entera y se da cuenta de que se está atentando
contra su bienestar, se rebela y dice "no".
La mayoría
de los uruguayos no saben que Bella Unión es sinónimo de
caña de azúcar y que ella está presente en todas las
actividades, festividades y celebraciones que allí se
realizan. Es su forma de vida, uno de sus principales bienes
culturales, y los habitantes de la ciudad no pueden aceptar
que desaparezca.
Las empresas
que se han creado alrededor del cultivo de la caña, luego
del ataque lanzado desde el gobierno contra esta industria,
están fundidas económicamente y sólo resisten en base al
espíritu de sus forjadores. Pero los programas de
“reconversión industrial” que se implantaron en la zona no
han podido sustituir al cultivo e industrialización de la
caña de azúcar.
Obtener
otros productos de la caña, además de azúcar, como diversos
tipos de alcoholes, forrajes y energía eléctrica, es uno de
los objetivos a lograr para defender el futuro de esta
industria. En Uruguay se ha discutido mucho sobre la
elaboración de alcohol carburante (AC) para ser mezclado con
naftas y gasoil.
En el
pasado, por razones de costos esa idea no prosperó cuando el
barril de petróleo costaba menos de 30 dólares, pero a los
precios actuales (de 45 a 50 dólares el barril) ese
argumento ya no es de recibo. Por otra parte, ha
desaparecido el monopolio de ANCAP sobre toda actividad
relacionada con alcoholes, a lo que se agrega que hoy existe
una ley la 17547, de 2002- que declara de interés nacional
la producción de combustibles alternativos, elaborados con
materias primas nacionales de origen animal o vegetal,
renovables y sustitutivos de los combustibles derivados del
petróleo.
Esta
variante energética es la que ofrece las mejores
perspectivas para la defensa de la caña de azúcar como
cultivo. Y no sólo de la caña de azúcar, sino también de
otras materias primas que sufrieron los embates neoliberales
y que pueden contribuir a generar trabajo rural amparándose
en la citada ley, como variedades de la remolacha azucarera
llamadas remolachas alcoholígenas.
Sin embargo,
no basta con producir caña y remolacha como se hacía para
producir azúcar. Un plan nacional dirigido a crear y
recuperar puestos de trabajo permanente en el campo uruguayo
debe romper la zafralidad de la cosecha de estas materias
primas, pues el trabajo zafral obliga a la emigración del
trabajador y no facilita su afincamiento y estabilidad
laboral.
Una forma de
alcanzar este objetivo es integrando varias materias primas
(por ejemplo la caña, la remolacha y el sorgo dulce) con el
fin de que el trabajo sea continuo todo el año y de generar
complejos productivos multifacéticos, una suerte de sistemas
integrados que instalan entre ellos una sinergia que lleva a
rebajar costos y a un mejor aprovechamiento del equipo
instalado. Esto se concreta en la formación de polos de
desarrollo alrededor de las unidades productivas, que
deberían permitir frenar la emigración desde el campo hacia
los cinturones de miseria de las ciudades y crear puestos de
trabajo y condiciones de vida dignos.
Una buena
opción es entonces destinar la caña de azúcar a la
producción de AC asociada a la producción de forrajes, para
favorecer la actividad ganadera en un país como el Uruguay,
exportador de carnes.
Una ley
vigente en Brasil obliga a que, en un plazo de diez años,
todas las naftas contengan al menos un 25 por ciento de AC.
En cuanto al gasoil, dispone que se debe comenzar con una
mezcla del 5 por ciento, para alcanzar proporciones
superiores más adelante. Estas mezclas generan una reducción
de las importaciones de petróleo, con el consiguiente ahorro
de divisas para el país.
Uruguay
podría inspirarse de ese ejemplo y destinar los ahorros
generados con la reducción de las compras de crudo a las
inversiones necesarias a la instalación de las destilerías
para AC de que todavía no dispone.
Sustituir el
25 por ciento de las naftas en un plazo de diez años
necesita de la plantación de 25 mil hectáreas de caña de
azúcar, y de otro tanto para remplazar el 10 por ciento del
gasoil que se consume actualmente. Esa reconversión podría
dar trabajo permanente a unas 10 mil personas en forma
directa y a una cifra similar en forma indirecta.
Existen
fundadas esperanzas de que el nuevo gobierno de izquierda,
que asume el 1 de marzo, apoye esta lucha de Bella Unión por
recuperar sus fuentes de trabajo, con un enfoque que se
puede parecer o no al aquí esbozado pero sí con una
explícita voluntad política de contribuir a ello y con
recursos financieros que podrían obtenerse del ahorro de
divisas que no se gastarían en petróleo.
Ingeniero Químico Rómulo Ferreira
© Rel-UITA
21 de
diciembre de 2004