La competencia desleal de
Estados Unidos
contra África
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Los
subsidios al algodón estadounidense arruinan a los agricultores
africanos
Nunca había
sufrido tanto”. Cheik Kone cultiva algodón desde hace tres décadas en Kongseguila,
al sur de Malí. Por primera vez, este año los beneficios obtenidos de su
venta no cubren el dinero gastado en semillas, pesticidas y fertilizantes
para sus nueve hectáreas de tierra.
Kone es uno de los diez
millones de habitantes de África Central y Occidental que dependen
directamente de la producción de algodón. Su situación es grave: apenas
logran lo suficiente para sobrevivir porque el precio en el mercado
mundial ha caído hasta los niveles más bajos desde la Gran Depresión.
La razón de esta
tremenda bajada de los precios se encuentra en las ingentes subvenciones
que los grandes productores de algodón de Estados Unidos reciben de su
Gobierno. Los subsidios han aumentado artificialmente el nivel de
producción del algodón estadounidense y estimulado sus exportaciones. Al
incentivar la producción en un momento en que la demanda estaba estancada,
los precios en el mercado internacional cayeron sin remedio.
Pero la espectacular
bajada no preocupa a los granjeros estadounidenses. Su Gobierno les
protege de la misma caída de precios que ha generado.
En mayo del año pasado, el
presidente Bush aprobó la
Farm Bill,
una ley que asigna cuatro mil millones de dólares anuales a los 25.000
productores estadounidenses. Es decir, unos 160.000 dólares por cabeza.
Estas millonarias
subvenciones garantizan a los granjeros norteamericanos recibir por el
algodón un 76% por encima del precio de mercado, por lo que pueden
realizar
dumping,
vender el producto por debajo del coste de producción. Según el Comité
Consultivo Internacional del Algodón (CCIA), la eliminación de los
subsidios al algodón de Estados Unidos aumentaría el precio en un 26%.
Tal volumen de ayudas
sólo se entiende en el peso político de los
lobbies agrarios.
Especialmente en algunos Estados del sur que auparon a George W. Bush a la
Presidencia, donde las plantaciones de más de 12.000 acres están cuidadas
por abundantes aspersores mecánicos y tractores guiados por GPS. “Los
subsidios benefician a lo que históricamente fue el sector agrícola más
importante del país, que no es aquel al que va a parar el dinero que los
habitantes gastan cotidianamente”, asegura Timothy Josling, especialista
en agricultura y comercio de la Universidad de Stanford.
En estas condiciones,
los granjeros africanos no pueden competir en el mercado mundial del
algodón. En su informe “Cultivando pobreza”, la ONG Oxfam International
calcula en 300 millones de dólares las perdidas anuales de África por
culpa de estas injustas prácticas comerciales. Las consecuencias son
especialmente graves en países como Benín, donde el algodón supone un 70%
de sus exportaciones. Esta materia prima también es la principal fuente de
ingresos estatales para países como Burkina Faso o Malí. Este último ha
perdido un 1,7
% del PIB a consecuencia de la bajada de precios.
Evidentemente, los
perjuicios no acaban en la población agraria. Otros sectores se ven
afectados indirectamente por la falta de dinero de la población y el
Estado se queda sin importantes beneficios para invertir en partidas
fundamentales como sanidad o educación. Estas pérdidas sitúan a muchos
países al borde incluso de una nueva crisis de la deuda.
Frente al discurso
oficial de la Casa Blanca, los países pobres producen el algodón de manera
más eficiente. Según el Banco Mundial, el coste por producción de esta
materia en África Central y Occidental es de 50 céntimos por libra, uno de
los más bajos del mundo. Por el contrario, el de Estados Unidos es tres
veces superior al de Burkina Faso.
Otro de los falsos mitos
es que los subsidios del Gobierno estadounidense protegen al pequeño
agricultor tradicional.
El
10% de las granjas de algodón más extensas reciben tres cuartos del
volumen total de ayudas. Prueba de ello es la US Ryler Farms, una gran
plantación de Arkansas que recibió en 2001 casi seis millones de dólares
en subsidios, el equivalente al promedio de ingresos de 25.000 granjeros
de Malí. Incluso el senador republicano de Indiana,
Richard Lugar, se opone a las ayudas porque “en vez de ayudar, están
destruyendo a las pequeñas familias estadounidenses dedicadas a la
agricultura”.
Pero la mayor prueba de
la hipócrita actitud de Washington se encuentra en los datos de ayuda al
desarrollo a estos países. Los subsidios a productores estadounidenses
triplican el presupuesto del US AID para los 500 millones de agricultores
de África. Sirva el ejemplo de Malí: recibió 37 millones de dólares en
concepto de ayuda al desarrollo en 2001, pero perdió 43 millones por el
descenso de sus ingresos por exportación. En palabras del Secretario
General de Naciones Unidas, Kofi Annan, “no tiene sentido dar con una mano
para después quitarlo con la otra”.
Esta situación ha
llevado a cuatro países africanos (Chad, Burkina Faso, Malí y Benin) ha
sumarse a la demanda que Brasil presentó el pasado septiembre ante la
Organización Mundial del Comercio (OMC), contra Estados Unidos por los
subsidios al algodón. En 2000, Washington prometió eliminarlos pero, según
avanzan las negociaciones, se muestra más reticente. De hecho, la Farm
Bill supone un aumento de los subsidios y una ruptura de la “Cláusula de
Paz” incluida en el Acuerdo sobre Agricultura de la OMC.
En la Ley de
Oportunidades y Crecimiento para África (AGOA) la Administración Bush
condiciona sus inversiones a que el continente abra sus mercados agrarios.
Así, mientras la liberalización es un imperativo para los países pobres,
no llega a mero consejo para los países ricos.
Es hora de que la OMC
tome medidas y acabe con el insultante doble discurso que rige el comercio
internacional. Tiene una excelente posibilidad en su Conferencia
Ministerial de septiembre en Cancún (México).
Antonio Pita
Agencia de
Información Solidaria
pitajim@terra.es
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