Según declara Francis Collins, director del proyecto en
Estados Unidos, "la receta humana podrá ser más económica
que en otras especies, pero los frutos son más complejos. Un
mismo gen podría tener 20 funciones diferentes dependiendo
de la interacción con otros genes". El Dr. Tim Hubbard del
Instituto Sanger en Reino Unido, agrega para BBC que "esto
significa que cada gen puede ser utilizado en muchas
diferentes formas, dependiendo de cómo está regulado. El
gran tema es la regulación." Lo que controla los genes es
todavía un enigma. "Puede haber una gran cantidad de cosas
en el genoma que aún no sabemos cómo extraer. Hay una amplia
colaboración internacional tratando de averiguar que hay
aparte de los genes que codifican proteínas. El genoma
contiene pequeñas secuencias regulatorias, y estos "actores"
son importantes en el sistema de control, pero terriblemente
difíciles de ubicar."
Si la regulación de los genes depende de múltiples
interacciones que cambian sus funciones, y éstas no se
conocen, ¿qué pasa con los genes aislados que son
trasladados de una especie a otra, como es el caso de los
transgénicos?, ¿cómo se comportan en interacción con los
genes de la especie a la que fueron introducidos y activados
artificialmente?, ¿qué funciones pueden activar o desactivar
en una planta o en los que la consuman, en organismos y en
el ambiente? No hay respuesta.
En Scientific American del mismo mes de octubre, John S.
Mattick afirma: "Las suposiciones pueden ser peligrosas,
particularmente en ciencia. Usualmente comienzan con la
interpretación más plausible o más cómoda de los datos
disponibles. Pero cuando esta verdad no puede ser
inmediatamente probada y sus fallas no son obvias, las
suposiciones a menudo se transforman en artículos de fe, y
se fuerza a las nuevas observaciones a acomodarse a éstos.
Finalmente, cuando el volumen de información problemática se
vuelve insostenible, la ortodoxia debe entrar en crisis.
Podríamos estar ante uno de estos puntos de viraje respecto
de nuestra comprensión de la información genética."
Mattick continúa dando cuenta de investigaciones según las
cuales, el ácido ribonucleico (ARN) por sí mismo, y no sólo
el ADN, tendría la capacidad de formar proteínas, dogma en
el cual se han basado 50 años de biología molecular. Este
comportamiento del ARN podría explicar, por ejemplo, el
surgimiento de la enfermedad de las vacas locas. Reseña
también investigaciones publicadas en la misma revista en
octubre 2003 que indican que la regulación genética
dependería tanto de una capa epigenética (alrededor de los
genes y no en ellos), como en parte del ADN llamado
"silencioso", que es más de 98 por ciento de lo que
contienen nuestros cromosomas y que no es basura como se
llama en inglés (junk DNA), sino que tendría funciones
cruciales.
Hay muchos más datos que cuestionan lenta pero seguramente
los dogmas centrales de la biotecnología moderna. No es
extraño que esto suceda en ciencia, un verdadero científico
está siempre cuestionando. Lo grave es cuando Alejandro
Nadal dixit "hay científicos que no saben dónde termina su
laboratorio y dónde empieza su ignorancia", pero asesoran a
políticos sobre regulaciones –no de genes, sobre lo que
ignoran prácticamente todo– sino de "bioseguridad". Si a
cualquier mortal se le ocurriera descartar 98 por ciento de
la información que dispone sobre un objeto que está
estudiando, uno lo tildaría, cuando menos, de obtuso. Pero
definitivamente nadie en su sano juicio se basaría en sus
conclusiones para producir objetos de uso y mucho menos
alimentos.
Sin embargo, éstas son las bases "científicas" sobre las que
cinco trasnacionales que controlan los cultivos transgénicos
a nivel mundial, con la colaboración de políticos ignorantes
y mercaderes, los hacen llegar a la mesa de todos, usándonos
como conejillos de indias. Y para colmo, cuando campesinos,
ambientalistas y consumidores reclaman que ante lo que se no
conoce se debe aplicar un principio de precaución, que no
quieren contaminación transgénica en el maíz ni en ningún
otro cultivo, los mismos políticos los llaman ignorantes.
Ninguna empresa afirma que los transgénicos son sanos. Sólo
dicen que "no hay evidencias de que sean dañinos" y sobre
esto cabalgan las regulaciones de "bioseguridad". Malas
noticias: La Organización Mundial de la Salud, en el Foro
Global de los Alimentos, octubre 2004 en Bangkok, reconoció
que no tienen estas evidencias ¡porque no las han buscado! Y
declara que se necesitan estudios para evaluar los efectos
adversos de los transgénicos en la salud.
El problema de los transgénicos va mucho más allá de la
inevitable dependencia que crean debido al control
corporativo que los caracteriza: se trata de un nivel de
incertidumbre científica inaceptable para que sean liberados
al ambiente o integren nuestros alimentos.
Silvia Ribeiro *
19 de noviembre de 2004
* Investigadora del Grupo ETC.