La
vuelta a la caña de azúcar |
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La producción
mundial de azúcar, en los últimos años, se ha
situado cercana a los 110 millones de toneladas,
destacándose como principales productores Brasil,
Tailandia, Australia, Cuba, India y la Unión
Europea. Más del 50% del consumo mundial de azúcar
se obtiene de la caña; el resto procede de la
remolacha azucarera, la principal fuente de azúcar
para la mayor parte de Europa cultivándose
extensamente en Rusia, Ucrania, Alemania, Francia y
Polonia. |
¿Cuál es la situación en Uruguay? A comienzos de este año las
cifras indicaron que el consumo nacional de azúcar fue de
104.000 toneladas, tanto consumo directo como de materia
prima para la industria. De esa cantidad, solamente 15.000
toneladas se producen con materia prima nacional. Por tanto,
el país parece encaminarse a dejar de producir materia prima
mientras las estructuras industriales vigentes han
prolongado su existencia refinando el crudo, no porque haya
sido una decisión de convertirnos en país refinador (lo cual
no sería rentable) sino para utilizar la capacidad
instalada.
Los países de la región nos han abastecido de azúcar, sobre
todo Brasil, que está plantando seis millones de hectáreas
de caña de azúcar, el cañaveral más grande del mundo, y
Argentina, que también tiene una producción muy importante;
inclusive el azúcar refinado que se está importando en este
momento proviene de ingenios de Tucumán. Por tanto, parece
oportuno preguntarse hacia donde se encamina la política
azucarera nacional.
Históricamente, Uruguay tuvo una política de promoción a la
producción azucarera que le permitió producir azúcar en seis
departamentos con cinco ingenios y ocupar entre 22.000 y
25.000 puestos de trabajo. Sin embargo, la política aplicada
implicaba la financiación de los complejos azucareros en
base a los consumidores, lo cual significó que el consumidor
final pagara un precio alto; entre 1970 y 1980 el precio del
kilo de azúcar al consumidor en el Uruguay era de 70 o 75
centavos de dólar, cuando en los países más eficientes era
de 40 o 50 centavos.
Desde 1977 la agroindustria regulada que nos autoabastecía
inició un proceso de desregulación. Con la flexibilización
del proceso, se cerraron algunos ingenios (primero los de la
remolacha) hasta quedarnos consumiendo azúcar de caña,
especie para la cual tenemos mayores aptitudes de
productividad, y disminuyendo la producción de azúcar con
materia prima nacional.
Hoy en día, el gobierno ha planteado su intención de
estructurar un nuevo marco de regulación para el sector, no
sólo azucarero, sino sucro-alcoholero, haciendo referencia a
una nueva diversificación de la caña que se está
generalizando en la región y en el mundo, que es la unión de
la producción de azúcar con la fermentación y obtención de
alcoholes combustibles, en particular, de alcohol etílico
anhidro, en el marco de una revisión de los combustibles que
consume Uruguay. Para esto ya estarían funcionando distintos
grupos de trabajo en el Ministerio de Industria, Energía y
Minería por parte de la Dirección Nacional de Energía y de
ANCAP, en el sentido de incorporar los agrocombustibles a la
producción nacional.
La experiencia que se está dando en todos los países con los
sucro-alcoholeros es que a partir de obtener alcohol y
azúcar se da una sinergia donde se benefician las dos
actividades. Primero, la cristalización de azúcar se hace
con mayor eficiencia porque solo se utiliza el azúcar de
mejor calidad y el resto va a fermentación y producción de
alcohol; esto hace a una mayor eficiencia industrial para
obtener la sacarosa cristalizada. Como lo demás se fermenta
para producir alcoholes, de la suma de las dos cosas se
desarrolla una actividad más eficiente. Esto está sucediendo
con la caña en países como Brasil (con 30 años sin pausa de
producción de alcohol anhidro a partir de la caña de azúcar)
y también con otras fuentes de alcohol como es el caso de la
remolacha azucarera (en Europa, o en Chile); inclusive hasta
con los granos: la producción fuerte de alcohol en los
Estados Unidos es con maíz.
En consecuencia, parecería que el país está apuntando a una
política de promoción azucarera orientada no a una
sustitución de importaciones con una protección artificial o
administrativa sino a desarrollar genuinamente una
producción nacional adecuada a nuestro mercado interno.
Esperamos que así sea.
Carmen
Sánchez Balcarce
El
Observador
2 de
diciembre de 2005