Ante la
crisis alimentaria creciente y los desastres provocados por
el cambio climático, las grandes corporaciones de los
transgénicos y los agronegocios vuelven a la carga con
nuevos bríos, como si no estuvieran entre sus principales
causantes. Su propuesta más reciente es enfrentar el cambio
climático y el hambre con cultivos "resistentes al clima".
Hace
una década, las mismas empresas prometían que la agricultura
industrial de exportación, reforzada por el uso de semillas
transgénicas, iba a acabar con el hambre en el mundo.
Sucedió exactamente lo contrario: aumentó. Luego se montaron
en la ola de los agrocombustibles, recibieron millones de
dólares en subsidios públicos y cosecharon ganancias récord
en cualquiera de los escenarios: por la escasez y
especulación con los alimentos, vendieron más caro, por los
subsidios a los agrocombustibles y la demanda artificial
creada por los porcentajes obligatorios en Estados
Unidos y Europa, ganaron más y vendieron más
caro, por el aumento de los precios del petróleo, también
vendieron más caro -no sólo por las semillas y los granos-
sino también porque las mismas empresas son las mayores
empresas de venta de agrotóxicos, todos derivados de
petróleo. Ahora vuelven a ganar, vendiendo granos al
Programa Mundial de Alimentos, para que lleguen a los que
sufren la hambruna que ellos colaboraron activamente para
provocar.
Estos comerciantes del hambre de otros, se presentan ahora
como salvadores del clima, y aparentando preocupación porque
los agrocombustibles compiten con la producción de
alimentos, proponen una segunda generación de éstos, basada
en cultivos y árboles transgénicos, más peligrosos que
cualquiera de los transgénicos anteriores y con un potencial
de contaminación más riesgoso y mucho más vasto. Como cereza
en el pastel, aducen que es imprescindible aplicar la
tecnología Terminator (que crea semillas suicidas en segunda
generación) para controlar la contaminación que crean. Lo
único seguro es que así obligarían a todos los agricultores
a comprarles semillas nuevas en cada estación.
Como estrategia complementaria, los gigantes genéticos,
Monsanto,
Syngenta,
DuPont-Pioneer,
Basf,
Dow,
Bayer,
que controlan la totalidad del mercado mundial de semillas
transgénicas y la mayoría del mercado mundial de semillas
comerciales de cualquier tipo, afirman ahora que habrá que
usar semillas que resistan los debacles del cambio
climático, que según ellos solamente se podrá hacer con
modificaciones genéticas.
Un nuevo informe del Grupo ETC "La apropiación de la agenda
climática", muestra que estas transnacionales no están
realmente preocupadas del cambio climático y sus
consecuencias, sino en como lucran con el desastre. Existen
532 solicitudes de patentes monopólicas aprobadas o en
trámite (En Estados Unidos, Europa,
Argentina, México, Brasil, China,
Sudáfrica, entre otros) relacionadas a caracteres
genéticos de plantas que podrían resistir presiones
ambientales relacionadas con el clima, como sequía, calor,
frío, inundaciones, suelos salinos y otras. En algunos
casos, la cobertura de las patentes solicitadas es tan
vasta, que cualquier cultivo que tenga la misma secuencia
genética quedaría bajo el control de la empresa. El barón de
las patentes de "genes climáticos" es
Monsanto,
que en asociación con
BASF
y con algunas empresas biotecnológicas más pequeñas,
controlan las dos terceras partes del germoplasma
"resistente al clima".
Un aspecto trágico, es que las formas de agricultura
altamente tecnificadas, como la llamada "agricultura de
precisión", en realidad ha empeorado los problemas que
decían solucionar. Por ejemplo, el riego controlado para
"ahorrar" agua, que sólo llega a la superficie de las raíces
de las plantas, ha provocado mayor salinización del suelo,
destruyendo o disminuyendo drásticamente las posibilidades
de sembrar cualquier cultivo. Los cultivos "resistentes al
clima", prometen aplicar la misma lógica, por lo que además
de los nuevos problemas que provocarán por ser transgénicos,
afectarían muy negativamente los suelos y la posibilidad de
ir hacia soluciones reales.
La crisis climática y alimentaria es crudamente real, pero
la respuesta no vendrá con más de lo mismo que la creó. Son
los campesinos y agricultores familiares quienes tienen la
experiencia, el conocimiento y la diversidad de semillas que
se necesitan para afrontar los cambios del clima y la crisis
alimentaria. Mientras que la industria semillera afirma que
desde la década de los sesenta ha creado 70,000 nuevas
variedades vegetales (la mayoría flores), se estima que los
campesinos del mundo crean por lo menos un millón de nuevas
variedades cada año, adaptadas a miles de condiciones
diferentes en todo el mundo. Y lo que menos se necesita en
esta situación, son nuevos monopolios para impedir que lo
sigan haciendo.
Silvia Ribeiro
La Jornada
27 de mayo
de 2008
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