Analizar la crisis alimentaria como un problema de aumento de
precios nos ha permitido develar los efectos de la
liberalización del comercio agrícola, la especulación que se
hace en la Bolsa con la comida, el papel de los
agrocombustibles, etcétera. Si ahora analizamos la crisis
como el incremento en más de 100 millones del número de
personas con graves dificultades para adquirir alimentos a
estos nuevos precios, advertiremos que, mayoritariamente,
las personas que no pueden acceder a los alimentos son
pequeñas y pequeños agricultores sin ningún tipo de apoyo y
que cosechan en tierras muy poco productivas, jornaleras y
jornaleros contratados con salarios de miseria en grandes
fincas dedicadas a la agroexportación o familias campesinas,
ahora en suburbios urbanos, expulsadas de sus tierras por la
avidez del control y la concentración de las tierras.
Es la gran
paradoja de esta crisis: pasan hambre los productores de
alimentos.
No tenemos un problema de abastecimiento ni de productividad
sino una desestructuración del mundo rural y la vida
campesina que empezó en los años 40 tras la Segunda Guerra
Mundial, y que continuó en los 60 con la implantación de la
llamada revolución verde. Éste programa sustentado por un
paquete tecnológico previsto para aumentar la productividad
agrícola (semillas mejoradas, uso de fertilizantes,
pesticidas) estaba en realidad “promoviendo las tecnologías
y los modelos comerciales que sirven a los intereses de las
multinacionales estadounidenses y destruyen la seguridad
alimentaria de los agricultores. Frente a la opción de
desarrollar una agricultura ecológica, autónoma e
independiente de los pueblos, la maquinaria estadounidense
(Gobierno de Estados Unidos, Fundación Rockefeller y
Fundación Ford) diseñó otro modelo agrícola, extendido y
vigente actualmente en todo el mundo, que no se basaba en la
cooperación con la naturaleza sino en su conquista”, como
explica la activista india Vandana Shiva.
La revolución verde, sin ningún respeto por el medio
ambiente, permitió incrementar la productividad de los
monocultivos, no la productividad de alimentos diversos y
variados. Generó una gran dependencia de créditos
(inicialmente facilitados por el Banco Mundial y que hoy
engrosan la deuda externa) para la compra de fertilizantes y
pesticidas químicos, obligó a la concentración de tierras y
destruyó la diversidad agrícola que había sido siempre
garantía de seguridad alimentaria.
En definitiva, y como ocurre ahora, se pensó en productividad
(elegante eufemismo de negocio) no en quién produce. Lo que
nos debería preocupar es que las consecuencias que derivaron
entonces, por ejemplo, en India pueden repetirse
ahora en cualquier punto del planeta. La revolución verde en
India contribuyó a provocar el movimiento extremista
y el terrorismo en Punjab que se cobró la vida de más de
30.000 personas, y todavía hoy decenas de miles de
productores (fundamentalmente de algodón transgénico) se
suicidan cada año por no poder realizar el pago de la deuda
contraída para comprar la semilla y los insumos que la
acompañan. En palabras de la All Sikh Convention, “Si los
bien merecidos ingresos de la gente o los recursos naturales
de cualquier nación o región son saqueados por la fuerza; si
los bienes que producen se pagan a precios establecidos
arbitrariamente mientras los bienes que compran se venden a
precios más altos y, llevando este proceso de explotación
económica a su conclusión lógica, se pierden los derechos
humanos de una nación, una región o un pueblo, entonces la
gente se sentirá como se sienten hoy los sikhs1,
con los grilletes de la esclavitud”.
La revolución verde y políticas agrarias encaminadas hacia la
exportación, la liberalización del comercio agrícola y la
transformación de la alimentación (un derecho humano) en un
negocio especulativo son responsables de la crisis en el
campo y también de que millones de seres humanos del medio
rural no puedan acceder a los alimentos. En algunos países,
como Haití, ya se han rebelado contra estos grilletes de la
esclavitud. Conocer la historia, las injusticias de algunas
políticas, nos permite entender las raíces de la violencia y
cómo prevenirla.
Gustavo
Duch*
25 de
junio de 2008
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