Citando al Popol Vuh, dice Eduardo Galeano que cuando los
dioses formaron a los seres humanos, antes de encontrar al
maíz, su esencia verdadera, los hicieron de madera. Estos,
aunque parecían seres humanos, no tenían sentimientos y no
respetaban la tierra. Los dioses creyeron que los habían
eliminado, pero no: siguen existiendo y son los que
gobiernan el mundo. La gente de maíz, sin embargo, está
viva, y como flor que rompe el asfalto, sigue germinando.
Ilustración:
CODEFF - Amigos de la Tierra |
Así, mientras que en la Cámara de Diputados amenazan aprobar
una iniciativa de Ley de Bioseguridad que solamente favorece
a las trasnacionales que controlan los cultivos
transgénicos, a lo largo y ancho del país, en el México de
abajo, el de los hombres y mujeres y niños de maíz, se tejen
propuestas y acciones para defenderse de esta nueva agresión
legal contra los pueblos indios, los campesinos y contra
toda la gente que en campos o en ciudades se reconoce en el
maíz. Porque como dice Bonfil Batalla: "Maíz, sociedad,
cultura e historia son inseparables. Nuestro pasado y
nuestro presente tienen su fundamento en el maíz. Nuestra
vida está basada en el maíz. Somos gente de maíz." El maíz,
que impregna la vida de todo México, como alimento, como
medicina, como arte, como base de autonomías y soberanía, ha
sido contaminado por esas empresas, y con esta ley se
aprestan a legalizar el crimen.
Las protestas contra esta ley han venido de todos los
sectores: de organizaciones campesinas, de médicos
tradicionales, de pueblos indios, de investigadores y
académicos, de organizaciones de consumidores, de
productores orgánicos, de ambientalistas, activistas
sociales, de derechos humanos, de cientos de conocidos
personajes de la cultura, actrices y actores, pintores,
escritores, intelectuales, de obispos, de la pastoral social
e indígena y de muchos más. Y no solamente de México: más de
300 organizaciones nacionales e internacionales de 56 países
de los cinco continentes suscribieron en noviembre de 2003
una carta abierta dirigida al Congreso de la Unión y a
varias instituciones de Naciones Unidas expresando su
rechazo y alarma por la contaminación transgénica del maíz
en su centro de origen, y por esta iniciativa de ley que la
aumentará.
Pese a la amplitud de las protestas, la mayoría de
legisladores que prepararon el dictamen de esta ley han
preferido (o algún otro verbo más adecuado a la situación)
sólo tomar en cuenta las demandas de las empresas
trasnacionales, expresadas a través de cámaras industriales,
de Agrobio México y de unas pocas personas cercanas a ellas,
pero que hablan en nombre de la Academia Mexicana de
Ciencias, aunque ésta nunca les ha dado tal atribución y
muchos de sus miembros tienen posiciones opuestas.
Por supuesto, no es la primera vez que las demandas de las
mayorías son ignoradas: el caso más notable, por su alcance
y por la tremenda movilización social que convocó y fue
ignorada, es la antirreforma constitucional en materia de
derechos y cultura indígenas, más conocida como la ley
Cevallos-Bartlett-Ortega. Ahora, los legisladores que voten
a favor de esta nueva ley traidora agregarán a sus espaldas
el crimen histórico de condonar y aumentar la contaminación
transgénica en la cuna del maíz.
Pero, lejos de pedir limosnas al agresor, hay otro proceso
que crece todo el tiempo, desde abajo, tejido desde muchos
puntos, diverso como lo que defienden, donde las gentes de
maíz se organizan, discuten, se manifiestan.
Sólo como punta del iceberg de ese proceso, en los últimos 10
días se realizaron, entre otros actos, el encuentro Maíz y
espiritualidad, organizado por la Unión de Organizaciones de
la Sierra Juárez de Oaxaca y el comisariado de bienes
comunales de San Pablo Guelatao, Oaxaca; el taller El maíz
que todos queremos, organizado por Consultoría Técnica
Comunitaria y la comunidad de Bacabureachi, con apoyo del
Centro Nacional de Misiones Indígenas, en Chihuahua; la
primera Feria Orgánica de Malinalco, estado de México, con
la propuesta de declarar el municipio libre de transgénicos,
organizado por Xilonen Malinalco y la municipalidad; la
Primera Feria del Maíz, el Mezcal y los Recursos Naturales,
organizada por el Grupo de Estudios Ambientales y la SSS
Sanzekan Tinemi, en Chilapa, Guerrero; el Foro de
comunidades indígenas de la Huasteca Hidalguense y
Veracruzana, convocado por la Pastoral de la Tierra en
Huejutla, Hidalgo; el Festival del Maíz, en Tlacolula,
Oaxaca, organizado por la Organización de Agricultores
Biológicos de Oaxaca; el Taller sobre maíz transgénico, en
San Antonio Huitepec, Oaxaca, organizado por la comunidad,
el Centro Barca y el Centro de Análisis Social, Información
y Formación Popular; el encuentro Nuestro maíz, nuestra
cultura, en Tuxpan, Jalisco, organizado por Sembradores de
la Vida, Red de Grupos de Salud del Sur de Jalisco, la Red
de Alternativas Sustentables Agropecuarias de Jalisco, Poder
Ciudadano, la Asociación Jalisciense de Apoyo a Grupos
Indígenas, Campo AC, el Centro de Investigación y Formación
Social, el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de
Occidente, el Instituto Mexicano para el Desarrollo
Comunitario y el Círculo de Producción y Consumo
Responsable.
Son nudos en el tejido de actos cotidianos que fortalecen día
a día la resistencia a los transgénicos desde lo local,
integrando este tema a muchos otros. Mientras los hombres de
madera siguen con sus abusos, la gente de maíz teje. Y no
olvida.
Silvia
Ribeiro*
15 de
diciembre de 2004
*
Investigadora de Grupo ETC.