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Las
promesas fueron falsas: no hubo reducción en uso
de pesticidas; no aumentó el rendimiento de
ningún cultivo; han aparecido pestes y malezas
más fuertes y resistentes, y el hambre creció.
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Así exclamó un
cordobés cuando examinaba los cultivos de algodón en esta
cosecha. La cartera vencida con bancos y proveedores de los
productores de maíz y de la oleaginosa en Córdoba, que en
total son cuatro mil predios en 25 mil hectáreas, es del 50
por ciento del monto adeudado y la recolección actual
ampliará ese porcentaje.
No es quebranto
coyuntural, es estructural, fruto de años de acumulación de
desequilibrios entre costos e ingresos, aunque en el periodo
invernal, quienes sobrevivieron, vendieron a la cotización
internacional más alta en un siglo, ni eso los auxilió.
Los algodoneros
tienen subsidio de compensación, absorbido por elevados
costos de insumos y por la revaluación, que abarata las
importaciones de la cadena, pero especialmente porque cada
vez dependen más de la semilla transgénica, Bolgard II (BT)
de Monsanto.
Ésta rebajó la
productividad al menos en 30 por ciento y las semillas
convencionales fueron suspendidas por el ICA en varios casos
por contaminación derivada de las genéticamente modificadas.
Los daños en ese
tipo de semillas no son nuevos. Un estudio de científicos de
los cinco continentes, de octubre de 2011, titulado “El
emperador transgénico está desnudo”, reitera que son
tecnologías fallidas y que las promesas fueron falsas: no
hubo reducción en uso de pesticidas; no aumentó el
rendimiento de ningún cultivo; han aparecido pestes y
malezas más fuertes y resistentes, y el hambre creció.
El fenómeno es global:
China
prohibió comercializar arroz y trigo transgénicos; en
India, en Gujarat, la productividad en algodón disminuyó
a un tercio del promedio histórico y en Indonesia
entre cuatro y siete veces; en Europa esos cultivos
son casi inexistentes y en Estados Unidos, en
veinte años, el uso de pesticidas subió 26 por ciento y 15
por ciento el de herbicidas con el uso de transgénicos.
Monsanto fue sancionado por expender esas especies sin
advertirlo en los empaques.
La crisis
agrícola por tecnología se hace paulatinamente más severa.
En café, se dieron recientes infestaciones de roya del 44
por ciento y las variedades resistentes son deficientes en
ciertos microclimas; cada cosecha cae más, a los peores
récords en 30 años.
En arroz, el
biólogo, Óscar Caballero, ha advertido la falta de “heterogeneidad
germoplásmica” que hace más vulnerables las plantas a
los patógenos.
No hay
materiales genéticos nuevos, ni investigación ni desarrollo
técnico, ni laboratorios ni personal que estudie las
enfermedades que afectan las cosechas arroceras disminuidas
en 35 por ciento.
En cacao, entre
importaciones y contrabando tiraron el precio al piso y por
la moniliasis el volumen producido cayó entre 40 por ciento
y 50 por ciento. “Los programas para contrarrestarla no han
tenido suficiente cobertura y alcances”, dicen los
cacaoteros.
Entre cafeteros,
algodoneros, cacaoteros y arroceros suman centenares de
miles de hogares rurales colombianos, quienes, como invoca
el biólogo Caballero, “se están muriendo y no
saben de qué”.
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