Estoy en líos con la ley. Soy un consumidor y un vendedor de
leche sin pasteurizar. Tengo tres vacas Blanco Orejinegras y
los fines de semana las ordeñamos para hacer quesito,
arequipe, y tener leche fresca. Como soy mal ordeñador (les
saco si mucho un vaso) Egidio hace la tarea, y si estamos de
buenas les logra sacar 20 litros a las tres.
Ya se sabe, las Blanco Orejinegro no son Holstein, pero a la
vista me gustan más y no se les pegan casi las garrapatas ni
las mata la aftosa. A la leche recién ordeñada, y puesta en
vasos, le decimos “postrera” desde los tiempos de mi
bisabuela, quizá porque es la leche que sirve para acompañar
el postre. En realidad estas postreras -con una crema
exquisita que sube a la superficie- sirven también para
echarle al café y además para acompañar el arequipe, la
mazamorra y sobre todo la panela.
Y ahí vuelvo a estar en líos con la ley. Resulta que yo la
panela no la compro en Carrefour, de productores
industriales, sino que se la encargo a Adán, un campesino de
Sonsón, que tiene un trapiche artesanal bajando dos horas a
lomo de mula desde el pueblo, camino del río Arma. La panela
que hace Adán no se puede comparar con la que venden en El
Ley. Tiene un aroma, una consistencia, un sabor, que son
únicos. Pero producir panela artesanal también se está
convirtiendo en un delito en este país gobernado por
patriotas que persiguen a los campesinos más pobres con
leyes absurdas.
Decía que también vendo leche cruda. Lo debo hacer porque la
cantidad no es suficiente para que pase una empresa a
recogerla. Además la finca queda a media hora a caballo de
la carretera principal. Y si en semana no se ordeñan las
vacas, pues se me pierden, porque les da mastitis. Como la
leche sobra, se la vendemos barata a los vecinos, mucho más
barata que la de Colanta o Parmalat. Los
vecinos no se han enfermado nunca por la leche nuestra. Las
vacas son sanas y están vacunadas, Egidio se lava las manos
antes de ordeñar, lava las ubres con una solución yodada, y
les tira a las ánimas benditas del Purgatorio los primeros
chorros del ordeño de cada teta. Más higiene no ha sido
necesaria por allá.
No persigan a los campesinos más pobres para
favorecer a la industria de los alimentos. Sean
patriotas de verdad, protejan a los más débiles
en vez de perseguirlos con tonterías que no
dicta la higiene, sino el interés. |
De la panela puedo decir lo mismo. Aunque el Invima le haya
exigido a Adán que monte un trapiche de acero inoxidable que
él no se puede permitir, y que se ponga un bozal como el que
él le pone de día al perro bravo, la panela que vende hierve
tanto tiempo a tanta temperatura, que no hay bacteria ni
bicho que resista ese fuego. La manía de la asepsia
histérica es una ridiculez, o más bien, una exigencia
interesada de los grandes productores de panela para acabar
con los paneleros artesanales, como Adán.
Es muy conocida la frase del general De Gaulle, que alguna
vez se lamentó de lo difícil que era gobernar un país que
producía 365 variedades de queso. Y se quedó corto, pues se
calcula que en Francia se producen más de 500 tipos
distintos de quesos artesanales, los cuales son una de las
mayores riquezas de la gastronomía mundial. Estos deliciosos
quesos artesanales se hacen con leche fresca (como la que
quieren prohibir aquí).
En el país de Pasteur buena parte de la leche no se
pasteuriza. Si la pasteurizaran, acabarían con una de las
mayores riquezas culturales de Francia. Se sabe que los
buenos quesos franceses solamente se pueden producir con
leche viva, con leche que fermenta por sí misma, es decir
con lo que allá se llama lait cru o leche cruda. Hace unos
años las grandes compañías productoras de alimentos se
empeñaron, amparadas por una supuesta necesidad higiénica,
en que todos los quesos de Francia se hicieran de manera
industrial, mecanizada, aséptica. Estuvieron a punto de
convertir a Francia en un supermercado gringo, en el que
todos los quesos saben igual y a nadie le da diarrea jamás,
pero engordan como cerdos. Por suerte para el queso
artesanal francés, y para el paladar del mundo entero, los
industriales no pudieron imponer este empobrecimiento
cultural.
Aquí, en lo pequeño, nos quieren también quitar lo poco que
tenemos. Señor Presidente, señor Ministro de Protección
Social: el gran problema de higiene de este país es el agua
potable, los acueductos. No pierdan el tiempo y los recursos
en perseguir a los vendedores de leche cruda y a los
productores de panela artesanal. No persigan a los
campesinos más pobres para favorecer a la industria de los
alimentos. Sean patriotas de verdad, protejan a los más
débiles en vez de perseguirlos con tonterías que no dicta la
higiene, sino el interés.
Héctor Abad Faciolince
Tomado de El Espectador
2 de
setiembre de 2008
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