Colombia
Colombia cuenta con
activos de un valor inapreciable para la economía y la paz si
potenciamos a la agricultura, los bienes y servicios ecológicos. El
factor humano, es decir, los campesinos y los grupos étnicos, la
biodiversidad del país, así como experiencias valiosas aunque dispersas,
son algunos factores que podrían hacer de la agricultura ecológica un
motor de empleo, aumento y diversificación de exportaciones y
consolidación de tejido social.
Existe en la
actualidad un mercado mundial de productos ecológicos de 25 mil millones
de dólares, que se duplica cada tres años, conformado por consumidores
alemanes, norteamericanos, japoneses o belgas, que prefieren ciertos
alimentos y otros productos elaborados mediante procesos ecológicamente
sostenibles. Se trata de consumidores que no sólo pretenden el acceso a
productos limpios, sino también la equidad económica para los
productores de los países en desarrollo.
Como se sabe,
trátese de la producción de una rosa, del café o de algún producto
ilícito, la configuración de la cadena les adjudica a los
comercializadores y otros agentes externos la mayor parte de la tajada.
Que lo digan los cultivadores de flores de la Sabana de Bogotá, los
empobrecidos cafeteros o los cocaleros, que se quedan con una fracción
ridícula del precio de venta final en Nueva York.
La
alternativa de los productos ecológicos se asocia con el concepto del
“mercado justo”. Representa la oportunidad de mayores ingresos para la
economía campesina de países como Colombia, la oportunidad de generar
empleo para la población más vulnerable, la campesina y, por ende, la
posibilidad de incursionar en mercados internacionales.
Alimentos,
fibras industriales, maderas, productos medicinales, son algunos de los
nichos del mercado mundial. Desde café ecológico hasta piña frita y
cuanto “chip” de frutas se pueda imaginar, de mango o maracuyá;
enlatados de granadilla, papilla de banano para bebés, algodón
ecológico, especies nativas de madera, sábila, romero, limoncillo,
cedrón; los servicios ambientales, como captura de carbono; agua o
ecoturismo. Hay inmensas posibilidades de competir con éxito. Y ello sin
agotar los recursos naturales. Las oportunidades de Colombia son
inmensas.
Las
motivaciones que hacen que los mercados ecológicos crezcan son
diferentes. Para los países industrializados se trata de la conciencia
de las evidentes limitaciones de los recursos naturales y la necesidad
de reducir costos. Para las naciones del Tercer Mundo es la lucha contra
la pobreza.
La política
agropecuaria termina ejecutándose en Colombia a favor de los grandes
propietarios. Por una parte, la masa crediticia disponible se ha
orientado en forma primordial a proyectos agroindustriales asociados a
paquetes tecnológicos con fuertes componentes de insumos químicos. Por
otra, no se generó una cultura de la economía campesina con posibilidad
de articulación a los mercados internacionales. En Colombia los
campesinos están excluidos culturalmente del concepto de la agricultura
comercial.
Hay elementos
que pueden disparar la oferta de productos ecológicos en Colombia.
Horticultores biológicos, aplicación de modelos autosustentables,
organizaciones comunitarias, proyectos de entidades como la CVC
(Corporación ambiental pública que opera para el Valle del Cauca) que
apuntan en esa dirección. El problema es que no están articulados.
Quizás la
experiencia del ministro Cano en la materia y la propuesta del ministro
Gallegos de dar empleo a los alzados en armas en vez de pretender
matarlos, pudieran vincularse a un proyecto nacional de agricultura
ecológica campesina.
Rafael Orduz
rorduzme@cable.net.co
15 de mayo de 2003
|