La
violencia impune que sigue azotando las tierras del Bajo Aguán es consecuencia
natural de un modelo salvajemente explotador, que asegura el enriquecimiento de
unos pocos a costa del sudor, el atraso y la sangre de miles de familias
campesinas. La militarización es el instrumento que estos sectores hegemónicos
utilizan para mantener ese inhumano status quo. Durante su permanencia en
el Bajo Aguán, Sirel conversó sobre ésto con el sacerdote Fausto Milla, defensor
de derechos humanos y miembro de la Comisión de Verdad.
-En estos días
hemos presenciado la militarización, el desalojo y la represión contra familias
campesinas indefensas. Un clima de constante violencia en todo el Valle del
Aguán. ¿Cuáles son sus comentarios?
-En Honduras
ya no existe la ley. Aquí la única ley que se cumple es el capricho del
poderoso, y el pueblo indefenso está bajo esa ley mortal.
Porfirio Lobo
dijo que aquí hay miles de armas en manos de los campesinos. La verdad es que se
están aprovechando de estas palabras para justificar la represión.
Ya son 35 los asesinatos de
campesinos en esta zona.
-También hemos
visto una gran pobreza y desesperación…
-Hay que ir a las
casas y ver cómo están viviendo las familias campesinas. Miseria total.
Desgraciadamente, ésta es la norma y la idea que está destruyendo al mundo: el
dinero por encima de la vida.
Lo que hemos
presenciado en estos días es demasiado provocador, indignante, y
necesitamos la ayuda del mundo. No puede ser que se cierren los ojos
ante las masacres, la impunidad, la falta de aplicación de las
leyes. |
-Esta situación
tan difícil se enmarca en un contexto de desarrollo del cultivo de la palma
africana, en su mayoría controlado por los grandes terratenientes. A nivel
mundial, donde hay palma africana hay explotación, conflicto y derramamiento de
sangre.
-Son empresas de
mucho dinero; para que el negocio de la palma africana dé resultado debe
plantarse en gran escala y, por consiguiente, se necesitan esclavos.
Todo eso genera
miseria y conflicto. Un infierno en la tierra, porque al dinero se le ha dado
categoría de Dios. Y esto se va a extender por toda Honduras y va a ser
un desastre.
Recientemente
estuve en Colombia y es exactamente lo mismo. La represión contra el
pobre ha generado 4 millones de desalojados y miles de desaparecidos cada año. A
eso nos quieren llevar en nuestro país.
-Hay temores de
que en cualquier momento las fuerzas represivas puedan desalojar a las
organizaciones campesinas, que mantienen una toma indefinida contra la
militarización del Bajo Aguán.
-Es seguro que lo
van a hacer. Sin embargo, en las comunidades que hemos visitado, como por
ejemplo la Guadalupe Carney, he podido palpar que la gente está muy consciente
del porqué de su lucha, y pese a ver la muerte tan cerca tiene un espíritu de
resistencia muy fuerte.
-¿Cómo se sale de
esta situación?
-Es difícil. Sin
embargo, creo que la educación, la capacitación y la organización del
campesinado van a ser fundamentales para contrarrestar ese proceso. De lo
contrario, aquí va a desatarse una violencia horrible, con militares y policías
que toman al pobre como enemigo.
Lo que hemos
presenciado en estos días es demasiado provocador, indignante, y necesitamos la
ayuda del mundo. No puede ser que se cierren los ojos ante las masacres, la
impunidad, la falta de aplicación de las leyes.
No puede ser que
no haya nada para defender a ese pueblo y hay que darlo a conocer al mundo.
-¿Hay conciencia
de ello en el pueblo?
-En cualquier
rincón del país que uno vaya puede encontrar esta semilla de esperanza. Es
alentador y es casi un milagro.
El golpe de Estado
provocó una reacción tan grande que ahora las palabras “Resistencia”, “Constituyente”
y “Poder Popular” se han vuelto patrimonio del pueblo hondureño, y esto
es muy esperanzador.
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