Observando las realidades del mundo rural de nuestro planeta
se puede llegar a una conclusión repetida y válida: parece
que no existe espacio ni futuro para las pequeñas unidades
familiares campesinas que alimentan directamente a más de la
mitad del mundo.
Mayoritariamente las políticas globales y las políticas
locales han definido e imponen, bajo los paradigmas
neoliberales, un modelo de agricultura basado en modelos
intensivistas capaces de producir grandes cantidades de
alimentos con muy pocas manos participando en su siembra,
cultivo, crianza, producción, etcétera, orientados hacia los
mercados internacionales, hacia la exportación, donde la
riqueza generada no revierte en el campesinado. El fenómeno
de la aniquilación del campo sabemos que no es nuevo y que
en momentos históricos pudo ser asimilado. Como en España,
cuando en pleno desarrollo industrial existía una industria
capaz de absorber a muchos de estos agricultores sin futuro.
Pero esta situación no es la que se da actualmente en las
naciones empobrecidas del sur con la mayoría de la población
viviendo en el campo. Cuando llegan a las ciudades sólo les
esperan los bolsones de pobreza.
Frente a
estas posturas casi dogmáticas tenemos desde hace más de 10
años una propuesta alternativa que enfoca la lucha contra la
pobreza a partir de la defensa de la agricultura familiar a
pequeña escala, que se reconoce bajo la bandera de la
soberanía alimentaria. Soberanía en tanto que defiende el
derecho de los pueblos a poder definir sus directrices
agrarias centradas en la defensa y promoción del aparato
productivo nacional (como decía una dominicana, “mientras un
pueblo pasa hambre no tiene lógica alguna exportar nada”). Y
alimentaria, porque promueve una producción agraria basada
en modelos agroecológicos que se demuestra no sólo son los
únicos compatibles con el futuro de un planeta en crisis
ambiental, sino también los más saludables, los más
eficientes en cuanto a producción de alimentos, y en los que
la riqueza se distribuye con verdadera justicia.
Para
acercarnos a este nuevo paradigma hay que romper las reglas
del juego que funcionan en la actualidad bajo una lógica
mercantil, que sólo son generadoras de desigualdades, y
abordar la temática desde el reconocimiento de un sistema de
derechos humanos y un conjunto de políticas activas. Frente
a la privatización de los bienes fundamentales para la
producción de alimentos ha de prevalecer el derecho al
acceso a la tierra, al agua y a las semillas que harán
posible otro derecho humano vital: el derecho a la
alimentación.
Hoy la
tierra sigue distribuida en grandes latifundios que acaparan
las mejores áreas cultivables arrinconando a los pequeños
campesinos a las laderas, a los secarrales; el agua de riego
es cada día un bien más escaso, pero no se renuncia a usos
ociosos de la misma; y la distribución de las semillas,
elemento básico de toda la cadena alimentaria, está
concentrada en cinco monstruos empresariales.
Las
políticas agrarias, forestales y pesqueras deberán enfocar
muy lejos del actual modelo de apoyo a las agroindustrias,
para defender y promover la pequeña producción campesina
familiar y asegurar el control local de los procesos de
transformación, distribución y comercialización de los
alimentos para que salgan reforzadas las redes del mercado
local y de temporada. Si no es así, seguirán repitiéndose
crímenes tan graves como la presencia en mercados de países
del sur de muchos alimentos importados, que por su economía
de escala y las subvenciones que reciben, se sitúan a
precios muy ventajosos frente a los locales, dejando a
campesinas y campesinos sin oportunidades para comercializar
sus productos. O la cada vez más presente fuerza de las
grandes cadenas de supermercados. También éstas con su
política de internacionalización y concentración se han
hecho comunes en todos los países del mundo. Para los
consumidores los mismos supermercados con las mismas marcas,
como en casa. Para los productores agrícolas significa que
disminuyen sus opciones de venta y las hace muy difíciles.
Las grandes superficies tienen unas exigencias de volumen,
regularidad, homogeneidad de los productos, y otras que de
nuevo dejan fuera a las pequeñas explotaciones campesinas.
Sin ellas el mundo no tiene porvenir.
Gustavo
Duch Guillot
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La
Jornada, México
10 de
enero de 2008
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