Reforma Agraria
Aquí no ha
sido "un fracaso" la reforma agraria. Ni es cierto tampoco
que entonces (¿cuándo?) -"el país entregará generosamente
muchas tierras"- (¿el país? ). No ha sido un fracaso,
porque nunca se ha hecho. El fracaso consiste precisamente
en que nunca se ha hecho. En vez de hacerla, se ha echado
bala.
Aquí nunca se ha hecho, ni se ha intentado siquiera hacer,
una reforma agraria. Es una de las grandes mentiras que han
acabado por imponerse
Escribí aquí la semana pasada que
es más fácil
militarizar los problemas políticos y sociales que intentar
resolverlos por medios políticos.
Eso es lo que siempre ha hecho la clase dominante en
Colombia: echarles bala a los problemas. Pero como eso
no lo pueden decir abiertamente los políticos, pues
equivaldría a reconocer su ineptitud como políticos, tienen
que negar que existan las soluciones políticas, o asegurar
que ya se ensayaron, y no funcionaron. Sobre el problema
agrario hacía en esta revista ese ejercicio el ministro de
Hacienda Óscar Iván Zuluaga al decirle a María
Isabel Rueda, con serena desfachatez, lo siguiente:
-Queremos evitar las dificultades que tuvo que enfrentar la
reforma agraria, cuando el país generosamente otorgó muchas
tierras. ¿Y en qué quedó convertido eso? En un fracaso.
Falso. Aquí nunca se ha hecho, ni se ha intentado siquiera
hacer, una reforma agraria. Esa es una de las grandes
mentiras que, a fuerza de ser machaconamente repetida una y
otra vez por los políticos, han acabado por imponerse en
medio de la amnesia general. Pero es al revés. Aquí se han
hecho varias contrarreformas agrarias, por lo menos tres, y
todas han tenido éxito: han logrado el objetivo que se
proponían, que era la concentración creciente de la
propiedad agraria, y la desposesión y expulsión (o
exterminio) de los pequeños propietarios campesinos.
Porque esas
contrarreformas no se han hecho por métodos políticos, sino
a bala. Y todavía estamos en eso.
Aquí se han hecho varias contrarreformas
agrarias, por lo menos tres, y todas han tenido
éxito: han logrado el objetivo que se proponían,
que era la concentración creciente de la
propiedad agraria, y la desposesión y expulsión
(o exterminio) de los pequeños propietarios
campesinos. |
Es cierto que en varias ocasiones ha habido propuestas de
hacer una reforma agraria. Figuraban ya en los programas del
Partido Liberal que se elaboraban a principios del siglo XX,
y que no se llevaron jamás a la práctica. Para darles
tierras a los campesinos -y no para quitárselas- se dictó la
Ley 200 del año 36. Pero nunca fue aplicada, y por añadidura
la Ley 100 del año 44 la congeló hasta el 56:
exactamente el
lapso durante el cual imperó en los campos colombianos la
llamada Violencia: que consistió en tratar a bala el
problema agrario (entre otros): 200.000 muertos, medio
millón de parcelas expoliadas, dos millones de campesinos
desplazados. Y a partir de entonces la política agraria de los gobiernos colombianos
ha seguido al pie de la letra las recomendaciones de la
misión encabezada por el economista norteamericano
Lauchlin Currie,
según el cual
el problema del campo consiste en que sobra gente, y, para resolverlos, se necesita un "programa de choque".
Ese programa de choque ha sido, en la práctica, el guión de
la guerra que desde entonces vive el campo (y, de rebote,
las ciudades).
Pero entre tanto se ha hecho otro par de veces el
fingimiento de proponer una reforma agraria. Eso fue la
creación del Incora en 1961, para comprarles tierra
sobrante: a los terratenientes y distribuirlas entre los
campesinos. Pero lo paralizó al año siguiente el gobierno de
Valencia, cuya simultánea ''pacificación" a bala del campo
sembró las guerrillas de hoy. Eso fue su tentativa de
resurrección por el gobierno de Lleras Restrepo con
la Ley primera del 68. Pero el entierro de todo fingimiento
vino con el Pacto de Chicoral entre el gobierno de Misael
Pastrana y los terratenientes, y con la Ley cuarta del
73. A partir de entonces se aceleró más todavía la
concentración de la tierra y la expulsión de los campesinos
como colonos a la frontera agrícola, al talar monte y
sembrar coca. Y a la vasta contrarreforma agraria de la
Violencia se sumaron otras dos, la que hicieron
los
narcotraficantes en los años 80, y la que siguen haciendo
los narcoparamilitares desde los 90.
Con los resultados que vemos:
cuatro millones
de desplazados, cuatro millones de hectáreas robadas, y un
reguero de muertos que todavía no hemos terminado de contar
(ni de matar). Y dos detalles: la conversión de Colombia de
país exportador de alimentos en importador; y la destrucción
de los bosques y las selvas para cultivar coca.
De manera que se equivoca (o miente) el ministro de Hacienda
Óscar Iván Zuluaga. Aquí no ha sido "un fracaso" la
reforma agraria. Ni es cierto tampoco que entonces
(¿cuándo?) -"el país entregará generosamente muchas
tierras"- (¿el país? ). No ha sido un fracaso, porque nunca
se ha hecho. El fracaso consiste precisamente en que nunca
se ha hecho. En vez de hacerla, se ha echado bala.
Y se sigue echando. Es más rentable.
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