Es
necesario arrancar el velo de la mentira: lejos estamos del
Uruguay natural.
El país se encuentra a esta altura en un proceso de
extranjerización y de degradación socio-ambiental
progresivo, fruto, esencialmente, de la falta de voluntad
política para implementar un modelo agroeocológico
incluyente y participativo, con bases en una visión
diferente del uso y conservación sostenible de los distintos
bienes y servicios de nuestro ambiente.
Entre
2000 y 2008 se vendieron 5,4 millones de hectáreas de suelo
uruguayo a extranjeros, en su inmensa mayoría no residentes.
Esto es el equivalente a la superficie agropecuaria de los
departamentos de Salto, Paysandú, Río Negro, Soriano y
Colonia juntos.
Gran parte de estas transacciones se realizaron
en 2007 y fueron adquisiciones realizadas por empresas
extranjeras: grupos sojeros de Argentina, ganaderos
de Brasil, fondos de inversión de Nueva Zelanda
y Estados Unidos y compañías forestales de Europa.
A fines de
2008 se calculaba que los extranjeros detentaban la cuarta
parte del suelo productivo del país.
De acuerdo con las cifras que maneja el Grupo Guayubira,
al día de hoy habría al menos 680.000 hectáreas en manos de
empresas forestales extranjeras.
Con
respecto a la forestación, la concentración de tierras en
pocas manos es un ejemplo:
250.000 hectáreas en manos de un solo consorcio integrado
por Stora Enso y Arauco. Para tener una idea acerca del
tamaño de este latifundio, basta decir que equivale a cinco
departamentos del tamaño de Montevideo.
Qué pasa con nuestros vecinos
Brasil
se convirtió el año pasado en el mayor consumidor mundial de
agrotóxicos con 733,9 millones de toneladas. De esta forma
superó a Estados Unidos que ese año utilizó 646
millones de toneladas.
Con estas escalofriantes cantidades de veneno utilizados en
la agricultura, no es de extrañar que rastros de los mismos
perduren en frutas, hortalizas, cereales, leche y carne.
De acuerdo a los últimos datos proporcionados por la Agencia
Nacional de Vigilancia Sanitaria de Brasil
(Anvisa),
más del 15 por
ciento de los alimentos consumidos en el país contienen un
exceso de residuos de agrotóxicos.
Brasil se convirtió el año pasado en el mayor
consumidor mundial de agrotóxicos con 733,9
millones de toneladas |
El 64 por ciento de las muestras de morrón (pimiento)
analizadas presentaron irregularidades, seguidas por las de
frutilla, uva y zanahoria, con 30 por ciento de muestras
irregulares cada una.
Todos los
alimentos analizados presentaban índices de agrotóxicos por
encima del límite permitido o residuos de productos no
autorizados.
En el caso de los morrones, de los 22 agrotóxicos detectados
en su cultivo 18 no son autorizados, irregularidad que
también se constató en las 365 muestras de frutillas
estudiadas. ¿A esto se le llama alimentación saludable?
La Argentina cuenta con
17 millones de hectáreas sembradas de soja transgénica y
consume entre 180 y 220
millones de
litros de
glifosato por año.
¿Adónde va todo este veneno, y otros que se usan en éste y
otros cultivos? ¿Al suelo? ¿Al aire? ¿Al agua? ¿A los
alimentos? ¿A los pobladores? ¿A los trabajadores rurales?
¿Qué consecuencias tiene en la salud? ¿Que consecuencias
tiene en la salud consumir soja transgénica?
Son demasiadas dudas e incertidumbres, y la lista podría ser
aún mucho más larga.
Soberanía alimentaria
Como resultado de la aplicación de los principios
agroecológicos se logra transitar hacia la soberanía
alimentaria de un país.
Antes de la colonización todas las culturas del mundo eran
alimentariamente soberanas, o sea, producían lo que
consumían.
Con la colonización las mejores tierras de los países del
Sur, las que antes producían alimentos para las poblaciones
locales, se convirtieron en plataformas de exportación; se
destinaron a producir alimentos para mercados lejanos.
La soberanía alimentaria
es el derecho de todos los pueblos a poder definir su propio
sistema de producción, distribución y consumo de alimentos.
Es el derecho de los pueblos rurales a tener acceso a la
tierra, a poder producir para sus propios mercados locales y
nacionales, a no ser excluidos de esos mercados por la
importación de mercaderías provenientes de las empresas
transnacionales. Y también es el derecho de los consumidores
a tener acceso a alimentos sanos, accesibles, culturalmente
apropiados con la gastronomía, la historia culinaria de su
país y producidos localmente.
Como resultado de la aplicación de los
principios agroecológicos se logra transitar
hacia la soberanía alimentaria de un país |
Si un país no es capaz de alimentar a su propia gente, si
depende del mercado mundial para la próxima comida, se
coloca en una situación profundamente vulnerable frente a la
buena voluntad de las superpotencias o las fluctuaciones del
mercado. Por eso se utiliza el concepto de “soberanía”.
La soberanía alimentaria
y la sustentabilidad están entre las más importantes
prioridades, antes que las políticas de comercio.
En este contexto, ¿quién decide lo que comemos? La respuesta
es clara: un puñado de transnacionales de la industria
agroalimentaria que, con el beneplácito de gobiernos e
instituciones internacionales, acaban imponiendo sus
intereses privados por encima de las necesidades colectivas.
Ante esta situación, nuestra seguridad alimentaria está
gravemente amenazada.
“Un pueblo que no logra
producir sus propios alimentos es un pueblo esclavo,
dependiente… política, económica e ideológicamente".
Un cambio hacia la
agroecología
Urge hacer un cambio de la actual tecnología en la
producción, hacia una agricultura con base en los principios
de la agroecología, sana y sustentable, una producción
agrícola que parta del respeto y del equilibrio con las
condiciones naturales, la cultura local y los saberes
tradicionales.
Está demostrado que los sistemas de producción agroecológicos
pueden ser hasta más productivos, resisten mejor las
sequías y los cambios climáticos y que por su bajo uso de
insumos externos son más sustentables económica, ambiental y
socialmente.
Ya no es posible sostener el lujo de consumir alimentos cuyos
precios estén vinculados al petróleo, ni mucho menos dañar
la productividad futura de los suelos por medio de la
agricultura convencional-industrial, con grandes extensiones
de monocultivos mecanizados y llenos de venenos y
transgénicos.
La producción natural ha alimentado al mundo
durante miles de años, y sin ayuda del gobierno. Porque, ya
está bien claro,
la agricultura convencional no es rentable. Está
sostenida o subsidiada por fondos públicos. Los agricultores
químicos o convencionales no sobrevivirían sin las ayudas
gubernamentales (subsidios),
si no véase lo que está pasando con la lechería, la
ganadería, la horticultura, etc.
Rediseñar el sistema alimentario hacia formas
más equitativas y viables para agricultores y
consumidores requerirá cambios radicales en las
directrices políticas y económicas que
determinan qué, cómo, dónde y para quién se
produce |
Está claro que se necesita un paradigma alternativo de
desarrollo agrícola, uno que propicie formas de agricultura
ecológica, sustentable y socialmente justa.
Rediseñar el sistema alimentario hacia formas más equitativas
y viables para agricultores y consumidores requerirá cambios
radicales en las directrices políticas y económicas que
determinan qué, cómo, dónde y para quién se produce.
El concepto de soberanía
alimentaria debiera transformarse en política agraria clave,
ya que constituye la única alternativa viable a un sistema
alimentario que depende de importaciones tanto de alimentos
como de insumos y tecnología foránea y cara.
La función de la agricultura debe ser alimentar a la
población, no la especulación monetaria. Por encima del
beneficio empresarial está el derecho de las personas a la
alimentación.
El país está hoy ante una
encrucijada y tiene que elegir entre dependencia o soberanía
alimentaria, entre biodiversidad o transgénicos, entre
alimentos sanos y energéticos o contaminados con venenos,
entre productores agropecuarios o agronegocios empresariales
y entre soberanía territorial o extranjerización de la
tierra.
En definitiva, entre una producción ambientalmente
sustentable y socialmente equitativa o un modelo
agroexportador industrial que ya ha demostrado ser social y
ambientalmente destructivo.
Las respuestas a la
crisis de alimentos, del clima, de energía y la financiera
no serán dadas por la vía del mercado, sino por la
construcción de un nuevo paradigma donde el uso racional de
los recursos naturales pase a tener la centralidad en el
futuro de la civilización.
En ese sentido, la
agricultura familiar de base agroecológica tiene las
condiciones para dar las respuestas consistentes y
sustentables a los dilemas de la civilización.
El modelo de agricultura industrial o convencional que
hace uso del paquete tecnológico solamente profundizará
dicha crisis.
Se ha convertido al mundo entero en una mercancía, y lo que
no tiene valor comercial no sirve, no importa y es
exterminado. Pero, como dijo el jefe indio Noah Sealth:
“El hombre no tejió la trama de la vida; él es sólo un hilo.
Lo que haga con la trama se lo hará a sí mismo”.
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