El suelo tiene nutrimentos que se pierden en todo proceso de
trabajo de la tierra, incluso en la siembra directa. Sin
embargo esa degradación no es tenida en cuenta a la hora de
analizar los réditos de la cosecha.
Hoy, el mismo suelo posee menos nitrógeno, potasio y calcio
si se lo compara con otro igual, hace 20 años atrás. Además,
tienen notablemente menos capacidad para captar agua, lo
cual redunda de manera negativa en los periodos de sequías y
favorece las inundaciones.
Entre las virtudes de la siembra directa, dicen sus
defensores, esta la de preservar variables importantes que
determinan la calidad del suelo, principalmente la materia
orgánica; y la de aprovechar otros elementos, como el agua,
que se conserva al ser escasos los movimientos de tierra.
Sin embargo, otros componentes sí se modifican con el uso de
este sistema de cultivo. Se trata del nitrógeno, fósforo y
potasio, tres elementos fundamentales cuyas concentraciones
pueden disminuir con la siembra directa y el sistema de
labranza convencional y que deben ser reemplazados por
fertilizantes que devuelvan al suelo sus propiedades
originales.
Además, dicen los expertos, tras años de monocultivo el
suelo tiene mucha menos capacidad para captar agua y también
para aprovecharla: el líquido escurre superficialmente hacia
la napa, favoreciendo las crecidas de los ríos e impidiendo
que las plantaciones resistan a periodos de sequía.
“El suelo santafesino tiene una excelente calidad, pero
estamos despilfarrando la herencia que recibimos”,
indicó el Ingeniero Agrónomo Miguel Pilatti, del
departamento de Edafología de la FCA (UNL). Sucede que diferentes estudios han demostrado que, tras años de
trabajo en la tierra, los suelos santafesinos perdieron
nutrimentos esenciales, son más ácidos y más compactos, y ya
no pueden retener los excesos de agua que –por ejemplo–
quedan tras periodos de intensas lluvias.
Distintos trabajos han demostrado que los suelos pierden sus
características originales en la medida que son usados para
la producción agropecuaria.
Según un estudio de
la Estación Experimental
del INTA de Marcos Juárez, la disminución de carbono,
nitrógeno, potasio y azufre como sulfatos en suelos
representativos de explotaciones agropecuarias del área de
Pergamino son índice de una situación que se repite con
similar intensidad en toda la región pampeana.
Este proceso –indica el estudio– se vio agudizado
notablemente en el último cuarto de siglo, junto a la
intensificación de la producción agrícola y al
desplazamiento de la ganadería a zonas marginales.
LOS DEFECTOS DE LA
SIEMBRA DIRECTA
Al sembrar directamente sobre el rastrojo del cultivo
anterior, sin previa remoción de la tierra, el suelo
conserva ciertas características positivas. Una de ellas es
la materia orgánica, que se descompone más lentamente al
dejar de roturar el suelo (a mayor materia orgánica, mejor
calidad del suelo). Las remociones de tierra propias de los
sistemas de labranza convencionales hacen que la materia
orgánica quede más expuesta al aire y a los microorganismos,
los que provocan que se pierda más rápidamente.
Pero paralelamente muchos de los nutrientes que necesita la
planta son producto de la misma descomposición de la materia
orgánica; por lo tanto dejan de existir en el caso de los
suelos sometidos a siembra directa.
En el caso del nitrógeno, uno de los componentes esenciales
de los suelos para la producción de los cultivos. “Esta
falta, como la de otros nutrimentos, se compensa con mayores
dosis de fertilizantes que tienden a salvar esas pérdidas”
indicó Pilatti.
Estudios realizados por la cátedra de Edafología de la FCA (UNL)
demostraron que hoy los suelos tienen en sus primeros 30 cms.
una cantidad de nitrógeno equivalente a 11 toneladas por
hectárea de Urea, el fertilizante nitrogenado más empleado
en los cultivos. Antes el nivel de nitrógeno equivalía a 15
toneladas de Urea por hectárea, 2,4 toneladas menos.
Según evalúan los investigadores, actualmente un productor
necesita aproximadamente 100 kg. más de Urea por hectárea y por año para compensar esas
perdidas, “un 20 % más de nitrógeno que antes proveía la
materia orgánica” graficó Pilatti. Esto demuestra,
continuó, “cuanto nitrógeno ya se ha exportado con la
producción agropecuaria y se ha perdido en los cursos de
agua, cálculo que puede imitarse en otros minerales”.
Efectivamente, si se compara un suelo actual con otro de
hace 20 añosa también se verifican pérdidas en otros
componentes, como el potasio, el fósforo y la acidez, cada
vez más pronunciada (a menor acidez, mayor calidad de
suelos).
“La acidez se corrige con el encalado, y eso tiene un costo.
El problema es que pocos lo hacen, la tendencia a la
acidificación es evidente”
pronosticó el profesional, siendo aún pocos los esfuerzos
para revertirlo.
EL MONOCULTIVO, UN
PROBLEMA MÁS
Dejar de remover el suelo periódicamente, característica de
la siembra directa, trae una consecuencia fácilmente
comprobable: la compactación. “Es cierto que el suelo
ofrece más resistencia, se endurece y las raíces no pueden
explorarlo fácilmente” indica Pilatti.
“Pero por otro lado
–agrega– es cierto que las raíces que están explorando el
suelo dejan galerías, y los cultivos que vienen después las
aprovechan sin hacer huecos nuevos. Entonces, el efecto
negativo de la compactación del suelo se compensa con que
las raíces pueden abrirse camino entre las galerías
existentes”. Esto ocurre, por ejemplo, si un cultivo de
soja o girasol, se siembre después de otro como la alfalfa,
una planta con raíces pivotantes capaces de explorar los
suelos hasta tres metros de profundidad: las nuevas raíces
encontrarán una manera sencilla de desarrollarse,
aprovechando las galerías abiertas por la alfalfa. Pero si
la soja rota con trigo (la elección más común), o con más
soja, el camino se cierra, porque ambos tienen raíces que
apenas se extienden poco más de un metro y medio desde la
superficie.
“La diversidad de cultivos tiene efectos que no siempre han
sido bien valorados”, indica Pilatti. Entre ellos se encuentra otro pocas veces
analizado por la bibliografía especializada: la capacidad de
los suelos de absorber el excedente de agua de lluvia.
UNA GRAN ESPONJA
Si bien es probado que la siembra directa aprovecha mejor el
agua que los sistemas de labranza convencionales, no es
igual de cierto que retenga los excedentes como sí lo hace
el suelo de un bosque, por ejemplo.
Para graficar el problema, puede recurrirse a una metáfora:
pensar en que el suelo contiene dos grandes esponjas
superpuestas, encargadas de retener los excedentes de agua.
Una de esas esponjas llega hasta los metros de profundidad;
la otra, desde allí hasta los cuatro metros. Los cultivos
anuales, como la soja, aprovechan el agua solo de la primera
esponja porque sus raíces no le permiten explorar más allá
del metro de profundidad. En cambio, los árboles y las
pasturas plurianuales pueden usar también lo almacenado en
la segunda esponja, que es hasta donde pueden desarrollarse
sus raíces.
Esta dinámica permite mantener un delicado equilibrio
ambiental: en periodos de sequías los cultivos “utilizan” el
agua que el mismo suelo reservó; y, en caso de lluvias
intensas, se evita aquella que llegue directamente hacia las
napas, provocando la crecida de los ríos.
“Si hay un periodo de mucha lluvia, en un monte el excedente
de agua no llega a la napa; se acumula al nivel de las
raíces de los árboles. Pero los cultivos como la soja y el
trigo, cuyas raíces exploran apenas
1,5 a
2 metros de profundidad, no alcanzan a absorber ese excedente”
graficó Pilatti.
De esta forma “la región pierde una dinámica
importantísima: si hubiere rotación de cultivos (con
alfalfa, ciertas pasturas o vegetación natural), estos
podrían explorar con sus raíces el suelo a mayor
profundidad, van a encontrar humedad disponible, la van a
consumir, y el suelo va a liberar excesos de agua”, dijo
Pilatti, algo que ahora no ocurre. Una prueba está en “la
velocidad con que se eleva el nivel de las napas tras una
lluvia intensa, y eso es porque no tenemos capacidad de
almacenar agua en el suelo”, completó.
UN CAPITAL
INVISIBLE
La siembra directa puede ser un buen camino para revertir el
deterioro de los suelos, siempre que esté acompañada por
balances de nutrimentos equilibrados que compensen las
pérdidas producto de las sucesivas cosechas. Una obligación
que, en muchos casos, no se cumple.
“El dueño del campo es dueño de usar el recurso: ni de mal
usarlo, ni de despilfarrarlo” comentó Pilatti y se preguntó: ¿Qué pasa si antes el suelo
tenía una determinada concentración de nitrógeno y ahora
tiene una menor? ¿Dónde quedó lo que falta? ¿Quién se lo
llevó? ¿Qué se entrega a las generaciones siguientes? ¿En
qué condiciones?
Para el experto, para ser reales los números de la soja o de
cualquier otra actividad agropecuaria se deberían contemplar
los gastos que resultan del cuidado del recurso suelo, pocas
veces tenido en cuenta a la hora de calcular las posibles
ganancias y tomar decisiones sobre esa base. “Hoy muchos
prefieren hacer soja porque suponen que les da más ingresos,
pero es mentira: si la ecuación se mira a nivel de región y
a nivel de mediano plazo, el resultado es engañoso y,
seguramente, no es sostenible”.
Publicado en revista ConCiencia Nro.13
Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, Argentina.
4 de febrero de 2005
Fuentes:
C.Galarza, V.Gudelj,
P.Vallote. Nuevas tendencias de fertilización de sistemas
agrícolas: balances de nutrientes y su impacto en los
contenidos de materia orgánica. EE INTA Marcos Juárez, Área
suelos y Producción Vegetal, septiembre 2003. M.Pilatti ¿Son
sustentables nuestros suelos? Presentado en las Jornadas
Debate ¿Es sustentable nuestra agriculturización? Abril de
2004.