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Niño en un
dormitorio de una plantación forestal * |
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Uno de
los ejemplos más “perfectos” del modelo productivo impuesto
a través de la Revolución Verde ha sido la forestación,
modelo actualmente predominante en nuestro país. El plan de
promoción forestal lanzado en 1988 por el gobierno de
entonces prometió la generación de empleos, el ingreso de
divisas por un aumento de las exportaciones, y un fuerte
desarrollo para el sector agropecuario en general. Para
lograr esos objetivos, el Estado ha venido realizando una
fuerte inversión, incluyendo subsidios directos,
exoneraciones impositivas, créditos blandos e inversiones en
infraestructura. Aquí van algunos de los resultados
obtenidos.
Afecta nuestra
biodiversidad
Las plantaciones de monocultivos de árboles en gran escala
(plantaciones industriales) provocan una serie de impactos
en la biodiversidad local, ocupando el suelo en forma
prácticamente definitiva porque es casi imposible erradicar
la plantación (en el caso del eucalipto), modifican la
acidez del suelo y por lo tanto su biodiversidad; afectan
las napas freáticas, por lo tanto los recursos hídricos.
En Uruguay la forestación supone la destrucción de un
sistema natural, la pradera, para la producción de árboles
cultivados bajo un régimen agrícola propio de la Revolución
Verde. Desde la perspectiva de la biodiversidad, este
proceso es equivalente a la denunciada deforestación de la
Amazonia para expandir la frontera de la ganadería tropical.
Trabajo en la
forestación
En
materia de empleo el resultado es un total fracaso. De todas
las actividades agropecuarias, la ganadería extensiva de
vacunos y ovinos ha sido siempre considerada como la peor en
cuanto a cantidad de empleos generados por hectárea. La
forestación ha demostrado ser aún más negativa.
De
acuerdo con los datos del censo agropecuario de 2000, el
número de trabajadores permanentes por cada mil hectáreas
forestadas es de 4,49, es decir la actividad del sector
agropecuario que genera menos empleo. A eso se agregan las
pésimas condiciones laborales de estos trabajadores:
informalidad, inseguridad, salarios de hambre, malas
condiciones de alojamiento y alimentación, trabajo esclavo,
muertes, etc.
El trabajo
infantil
La agricultura es la actividad económica que cuenta con
mayor participación de niños, niñas y adolescentes a nivel
mundial. De acuerdo a datos generados por la Organización
Internacional del Trabajo, de los más de 200 millones de
niños y niñas que trabajan en el mundo, el 70,4% lo hace en
el sector agrícola (OIT, 2002).
La agricultura es una actividad heterogénea que abarca desde
la producción familiar de subsistencia hasta plantaciones
comerciales a gran escala. No obstante, en cualquiera de los
casos la actividad está asociada al uso intensivo de mano de
obra en cada fase del ciclo productivo. Diversos estudios
indican que los varones adultos realizan la mayoría de
actividades que requieren esfuerzo físico. Sin embargo, ante
la insuficiencia de mano de obra adulta, niñas, niños y
adolescentes asumen la responsabilidad de tareas que a
menudo son inadecuadas para su edad. La participación de
niños, niñas y adolescentes en la agricultura está asociada
a la pobreza de las áreas rurales. Las consecuencias más
frecuentes incluyen la desventaja educativa y los problemas
físicos y emocionales. Las investigaciones realizadas han
demostrado que niñas, niños y adolescentes que dedican gran
parte del tiempo a estas tareas, por lo general abandonan la
escuela o tienen un bajo rendimiento escolar, y están
expuestos a lesiones y enfermedades.
La información suministrada por los estudios realizados
indica que
en el caso de la agricultura comercial, los niños, niñas y
adolescentes a menudo están expuestos, directa o
indirectamente, a agrotóxicos.
Asimismo, trabajan durante largas jornadas, acarrean cargas
pesadas y están expuestos a cambios bruscos de clima. De
otro lado, utilizan instrumentos punzo cortantes y
maquinaria pesada que les producen lesiones diversas como
cortes, quemaduras, mutilaciones e inclusive la muerte.
América Latina no es ajena a las tendencias mundiales sobre
el trabajo infantil en la agricultura. Diversos
estudios realizados en América Central muestran que más de
1,5 millones de niños, niñas y adolescentes ocupados que
residen en áreas rurales, el 66,9% participa en la rama de
actividad económica correspondiente a «agricultura, caza,
silvicultura y pesca» (OIT, 2004).
Esta situación se reproduce en Uruguay. En estos días
nos encontramos frente a la situación de un menor de 14 años
de edad que fue intervenido quirúrgicamente en el Sanatorio
del Banco de Seguros, debido a una fractura de fémur. En
dicha plantación, según lo señalaron familiares del niño,
trabajan decenas de niños de entre 9 y 14 años.
Algunas
reflexiones
En primer lugar creemos que es impostergable tomar
medidas drásticas, utilizando la normativa vigente que
regula a este sector para terminar definitivamente con el
trabajo infantil.
Por otro lado, esta situación, sumada a los aspectos
sociales y ambientales, es un ejemplo más de que el sector
agropecuario se debe analizar desde una perspectiva
integradora, teniendo en cuenta al menos tres diferentes
dimensiones: ambiental, social y económica. De este modo es
posible visualizar, por ejemplo, en qué medida la expansión
de un rubro productivo será positiva o negativa no sólo en
relación con el impacto económico que provocará sobre el
sector -cuestión además discutible en la forestación-, sino
también en relación con los efectos sociales y ambientales
que tendrá a corto y largo plazo, poniendo de manifiesto en
algunos casos las contradicciones entre crecimiento
económico y desarrollo. Pensamos que un enfoque de esta
naturaleza enriquece el análisis y permite efectuar una
mejor planificación sobre el uso y distribución de los
recursos (humanos y materiales), y su utilización más
eficiente.
En el
actual escenario de profunda crisis, esta situación
constituye una absurda injusticia. Absurda, porque esas
enormes empresas no necesitan ser subsidiadas por un país
empobrecido como el nuestro, e injusta porque se destinan
los escasísimos recursos de la sociedad a subsidiar una
actividad que no genera empleos ni riqueza, en tanto se les
niega apoyo a otras actividades mucho más positivas para el
país y su gente. Para mencionar un solo ejemplo, la
agroindustrialización de la caña de azúcar.
Leonardo de León
© Rel-UITA
9 de noviembre de 2004
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Foto gentileza de la Asociación de Inspectores de Trabajo
del Uruguay (AITU).