Brasil

Trabajo esclavo

El lado oscuro del agronegocio

 

Lejos de ser un problema del pasado la esclavitud es una de las tantas formas de relación laboral que existen en el presente. No es un problema de países lejanos, ni afecta exclusivamente a las áreas menos desarrolladas de la economía. Existe quizás más cerca de lo que pensamos y afecta a trabajadores de empresas muy desarrolladas.

 

Un día sí y otro también, la prensa brasileña da cuenta de nuevos casos de trabajadores rurales rescatados de situaciones análogas a la esclavitud o de situaciones de violencia asociadas a esas situaciones.

 

El tema adquirió ribetes dramáticos hace unos meses, cuando cuatro inspectores de trabajo y su chofer fueron masacrados por pistoleros a sueldo de los fazendeiros. Recientemente, a varios meses de producido el hecho, los autores materiales del crimen fueron detenidos, y, a partir de las informaciones que se obtuvieron con esas detenciones, se presume que habrían cobrado 27.000 dólares por la masacre. Aún no se ha logrado establecer fehacientemente quiénes fueron los mandantes del crimen, aunque se mantiene la esperanza de que no permanezcan impunes. Todo indica que el autor intelectual sería uno de los grandes propietarios de tierras de la región "cansado" de las intervenciones rigurosas de uno de los inspectores muertos.

 

El crimen conmocionó a la sociedad brasileña, que se vio enfrentada a una de esas situaciones sabidas por todo el mundo pero que nadie parece asumir y, por lo tanto, se vuelven terreno del fatalismo más reaccionario: "en el campo las cosas siempre fueron así".

 

Al poco tiempo de esas muertes quedó en evidencia que las estadísticas de denuncias y rescates superarían con creces a las de años anteriores. No hay día en que la prensa no dé –da hasta hoy– noticias de grupos de trabajadores rescatados y empresarios y empresas sancionadas.

 

Sin embargo, parece que sanciones y condena pública no son suficientes para erradicar esas prácticas. Quizás porque la ganancia de unos cuantos depende de la sobreexplotación de muchos condenados a vivir de esta manera.

 

Hace poco se conoció la historia de Trajano Alves de Goiás, que a sus 44 años ya fue rescatado tres veces. Después de haber sido garimpeiro (buscador de oro) por algunos años y malgastado el dinero que ganara en esa actividad, fue "contratado" por uno de los contratistas –a quienes los brasileños denominan gatos– que se dedican a recorrer las carreteras y las cantinas que se encuentran junto a ellas, buscando a quienes no tienen más posibilidades que engancharse como peones temporeros por salarios de hambre.

 

Por ese camino muchos, como Trajano, abandonan sus pueblos de origen y van a laborar a otros estados, acompañando la expansión de la frontera agrícola o el incremento de puestos de trabajo en aquellos rubros más exitosos.

 

Trajano fue rescatado por primera vez en 1985 de una hacienda en Pará. Lo pusieron en un ómnibus y salió de vuelta a Goiás, su estado natal. Con lo que le pagaron de indemnización se compró ropa nueva y comida, y volvió rápidamente a engancharse como peón temporero.

 

Fue rescatado nuevamente en enero de 2003, en una hacienda del sur de Pará. Allí los inspectores encontraron a 130 trabajadores en condiciones análogas a las de esclavitud. A Trajano le correspondieron 2.222 reales (aproximadamente 700 dólares) como indemnización, y tres meses después volvió al trabajo en otras haciendas.

 

El tercer rescate fue en agosto de 2003, cuando se encontraba trabajando en una hacienda en el límite entre Mato Grosso y Pará, una vez más contratado por el mismo "gato" que la vez anterior.

 

Alves, “Tatu” como le dicen sus compañeros, es una de los tantas personas en las que las desventajas generadas por la pobreza se acumulan: analfabeto –por no haber accedido a la escuela o por desuso–, sin ninguna calificación que lo habilite a un mejor ingreso en el mercado de trabajo y en medios en los que las redes sociales de protección y contención son todavía débiles. Su historia de vida está escrita aun antes de nacer, de un trabajo temporal a otro, de un trabajo mal pago a otro. A veces, cuando milagrosamente sobra algún dinero luego de saldar las deudas con los gatos y los dueños de las haciendas, el alcohol y algún baile donde buscar afectos parecen ayudar a sobrellevar el cansancio y la miseria.

 

La mayoría de quienes hemos estado siguiendo estas informaciones tendemos a pensar que esas situaciones son el producto de la sobrevivencia de relaciones de producción arcaicas en un medio en el que la "modernidad" ha tenido impactos muy relativos, como lo es la inestable frontera agrícola brasileña. Casi es inevitable que las asociemos a los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la colonia contra las comunidades afro y sus descendientes.

 

Sin embargo, si leemos con atención, nos encontramos que éste no es un problema exclusivamente agrícola. Y cada vez son más frecuentes las denuncias de que trabajadores inmigrantes –en todos los continentes– son sometidos a condiciones indignas de trabajo por el "pecado" de ser de otro país y no tener sus papeles en condiciones.

 

Pero también una lectura atenta permitirá ver que no se trata de prácticas relacionadas con fazendeiros atrasados, sino que en ellas están implicados algunos de los productores de mejores resultados económicos, de aquellos que figuran en las listas de los principales exportadores. Y también más de un fondo de inversión y, aunque no se crea, alguna empresa europea, como la multinacional Sipef, de origen belga, de la que en 2002 liberaron a 153 trabajadores que trabajaban en la cosecha de pimienta

 

En efecto, recientemente se conoció la sanción aplicada a uno de los principales productores de frijoles de Brasil; también han sido castigados algunos de los principales exportadores de castañas de Pará, y la lista sigue.

 

Los cultivos de caña de azúcar (que prometen convertir a varios estados en desiertos verdes al impulso de los excelentes precios que el producto está teniendo en el mercado mundial y a las virtudes de la caña para capturar anhídrido carbónico de la atmósfera, lo cual le da un potencial muy importante para ser canjeada por contaminación, según el Protocolo de Kioto), se están convirtiendo también en campo fértil para el avance de estas infames relaciones de producción. Las denuncias de los sindicatos y organizaciones de pequeños productores se repiten de un lado a otro de los territorios cañeros y los inspectores de trabajo no dan abasto para garantizar las leyes contra estos grandes negocios.

 

La existencia de un gobierno progresista en Brasil ha facilitado el aumento de las denuncias y potenciado la intervención de la justicia del trabajo. La reiteración de las denuncias puede llevar a una idea equivocada, limitando el problema exclusivamente a Brasil. Lamentablemente, estas prácticas perversas son comunes en buena parte de América Latina. No son muy diferentes las condiciones de trabajo de los trabajadores de los yerbatales o del tabaco en algunas zonas de Argentina, o las de algunos trabajadores de la forestación o de las plantaciones de naranjas en Uruguay. Tampoco son mejores las condiciones de muchos obreros rurales en la caña de azúcar en Perú o los trabajadores bananeros en Ecuador... Y así podríamos seguir, país por país, encontrando en cada uno de ellos rubros que consolidan sus lucros sobre la base del desconocimiento de los derechos humanos elementales de quienes en ellos trabajan. Aun en la desarrollada América del Norte son frecuentes las denuncias de los trabajadores inmigrantes indocumentados empleados en la agricultura y en labores urbanas por empresarios que se aprovechan de ellos y no cumplen la ley.

 

Brasil, aun con insuficiencias, lleva ventajas a muchos países de la región al tener claramente tipificada la situación de condiciones de trabajo análogas a la esclavitud y las sanciones que corresponden a los infractores. Colocar nuevamente este flagelo en el orden del día es el primer paso para conseguir su erradicación. Al igual que en otras situaciones, nombrarlas –identificarlas–, reconocerlas como problemas de los que no somos ajenos permitirá ir concretando acciones que las resuelvan. Mientras esos casos se sigan viendo como inherentes a la condición de pobreza y exclusión se seguirá favoreciendo que empresarios inescrupulosos incrementen sus ganancias con la injusticia. La construcción de redes que permitan la difusión de los casos denunciados y de los logros obtenidos en la defensa de los trabajadores es indispensable para el cumplimiento de las leyes, cuando existen, o su elaboración cuando los marcos legales no contemplan esas situaciones.

 

 

Ariel Celiberti

© Rel-UITA

17 de agosto de 2004

 

  

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