Los nuevos BIO gángsters
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La
Organización de la Industria Biotecnológica (BIO, por sus siglas en inglés) se
prepara para su reunión anual en San Francisco, Estados Unidos, del 7 al 9 de
junio próximos. Se vanagloria de volver a sus orígenes, ya que se encuentran
en el
área de la bahía de San Francisco las sedes de más de 800 de las 1457 empresas
biotecnológicas estadounidenses, muchas de las cuales son las trasnacionales que
dominan los mercados de semillas, transgénicos,
farmacéutico, químico, genómico. |
C
on más exactitud se puede decir que vuelve a sus
orígenes porque en esa bahía está lo que fue la tristemente
famosa prisión de Alcatraz. En 1894, 19 indios hopis fueron
encarcelados, poco antes de que el gobierno decidiera atacar
militarmente a los hopis para “civilizarlos”. Su crimen fue,
además de negarse a ser “educados” en escuelas del gobierno,
donde eran azotados por hablar su idioma o hacer cualquier
mención de su propia cultura, negarse a practicar la
agricultura tal como el gobierno les imponía: en lotes
individuales, en lugar de sus formas tradicionales
comunales.
Más de un siglo después empresas biotecnológicas de
BIO se empeñan en cambiar las formas de vida y agricultura,
ya no sólo de los hopis, sino de todos los campesinos e
indígenas del planeta, privatizando sus semillas y
contaminando sus campos con sus genes transgénicos
patentados. En lugar de llevarlos a Alcatraz, llevan a
juicio a los agricultores contaminados, como Percy y Louise
Schmeiser en Canadá, por “uso ilegal de sus patentes”, y en
Chiapas, Monsanto
amenaza a los campesinos indígenas con que podrán sufrir
multas y prisión si descubren sus genes patentados en sus
campos. Aconsejan la delación de “cualquier situación
irregular” para “evitar convertirse en cómplices”.
Frente a la contaminación, el gobierno de Canadá
comenzó hace un tiempo a aconsejar a los agricultores que no
usen sus propias semillas. Lo más seguro, dicen, es usar las
semillas certificadas de las empresas para evitarse
problemas legales (y garantizar el pago de regalías por
patente en la propia compra). Quienes dominan el mercado de
semillas certificadas en todo el mundo son los mismos
gigantes genéticos que producen los transgénicos.
Este concepto de “seguridad” que van dejando para
agricultores y campesinos es igual a la seguridad que
ofrecían los gángsters de Chicago en los años 20: para estar
seguro, hay que pagar... ¡a los mismos que crean la
inseguridad!
Los representantes de BIO llegan a San Francisco con
una sensación de victoria: la Corte Suprema de Canadá les
acaba de regalar la sentencia en el caso Schmeiser,
afirmando la patente de
Monsanto. En
la práctica quiere decir que en cualquier lugar que se
encuentre un gen patentado por los magnates de la
privatización de la vida, sean plantas, animales o hasta
humanos, podrán reclamar pago por uso de sus “propiedades”.
También la Organización de Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO) publicó recientemente un
informe, plagado de silogismos y errores fácticos, que más
bien parece un panfleto de la industria biotecnológica,
afirmando que el único problema de la biotecnología es que
no llega a los pobres. Para resolverlo, la FAO sostiene que
se necesitaría más investigación pública, pero, como esto es
difícil y quienes tienen la tecnología son las
trasnacionales del agro, hay que garantizarles su propiedad
intelectual “por medios legales o biológicos”, por ejemplo
usando la tecnología Terminator, para hacer semillas
suicidas y garantizando que nadie usará sus semillas sin
pagarles. ¿Qué más puede pedir BIO?
Pese a la inmensa maquinaria de propaganda y las
decenas de millones de dólares que invierten anualmente para
convencer al mundo de que los transgénicos y la
contaminación son buenos para nosotros, y que hasta agencias
de Naciones Unidas les hagan el trabajo sucio para legitimar
su apropiación de los bienes comunes y públicos, no han
conseguido sus objetivos.
Como muestra de ello en San Francisco se prepara una
importante movilización de miles de activistas y campesinos
para recibir a los delegados de BIO. Las actividades se
agrupan bajo el nombre Reclaim the commons (Reclaman los
comunes). Antes de la conferencia de BIO, organizan una
serie de talleres en los que no sólo se hablará de
transgénicos y su impacto: es una manifestación multicolor y
diversa en la cual se esperan, entre muchos otros, a
delegados de movimientos de los sin techo, trabajadores
inmigrantes y rurales, agricultores orgánicos, activistas
contra la guerra en Irak, artistas, intelectuales,
feministas...
La diversidad de la respuesta es reflejo de la
amplitud del ataque: quizá más claramente que otras
industrias igualmente nocivas, la biotecnológica, con la
manipulación genética y el patentamiento de la vida, con sus
métodos gangsteriles de tratar a los campesinos, es la más
clara insignia de los modernos “cercamientos de los
comunes”, similares a los que en la Inglaterra de 1700 se
apropiaron y privatizaron los terrenos comunales de miles de
campesinos, llevándolos a la miseria.
Al igual que los hopis, muchos movimientos sociales,
urbanos y rurales, indígenas y campesinos por todo el mundo,
que realizan desde pequeñas acciones locales y cotidianas
hasta encuentros colectivos más amplios donde se comparten
resistencias y propuestas, lo que se reclama es el derecho a
la propia cultura y a la diversidad, al acceso y comunalidad
de bienes y, en definitiva, a decidir sobre nuestras propias
condiciones de vida. Sin esperar a que los nuevos gángsters
den su permiso, lo que se teje al reclamar los comunes es la
dignidad de todos.
Silvia Ribeiro *
3 de junio
de 2004
* Investigadora del Grupo ETC
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