El Banco Mundial contra la bioseguridad |
El rol fundamental del Banco Mundial no es actuar
como institución financiera, sino marcar políticas a los
países, allanando el camino para que las corporaciones
privadas puedan actuar posteriormente con garantías legales
en las naciones. Esto lo hacen con una mezcla de préstamos
teóricamente "blandos" (con todo tipo de condiciones y que,
para devolverlos, cuestan sangre a los países receptores),
un porcentaje de préstamos comunes, y otro de préstamos a
fondo perdido.
Estos últimos, que aparecen como donaciones, son
en realidad los más caros, porque son los que preparan el
terreno para el avance de las trasnacionales en áreas donde
de otra forma no hubieran podido entrar o les hubiera
resultado mucho más costoso en reputación y dinero. Un
ejemplo típico de esta última forma de actuación lo
constituyen los proyectos financiados a través del Fondo
Mundial para el Medio Ambiente (GEF, por sus siglas en
inglés). Este es administrado por el Banco, junto a los
programas de medio ambiente y desarrollo de Naciones Unidas
(PNUMA y PNUD).
Dentro de la línea de Biodiversidad del GEF se
encuentran por ejemplo, el Corredor Biológico Mesoamericano
y otros ejemplos de legitimación del uso industrial de la
biodiversidad, la justificación de la biopiratería y el
desplazamiento a nombre de "conservación" de campesinos e
indígenas de sus territorios ancestrales, así como la
alienación de los sistemas de manejo forestal comunitario
introduciéndolos al "mercado de servicios ambientales". En
este contexto, no podía faltar la promoción y justificación
de los transgénicos, operada a través de los mal llamados
proyectos de bioseguridad.
El GEF ya ha cosechado un aluvión de críticas en
este tema en los últimos años, con los proyectos PNUMA-GEF
sobre bioseguridad, que han sido fuertemente criticados por
organizaciones de la sociedad civil en prácticamente todos
los países donde han operado en América Latina, África y
Asia. El denominador común ha sido que estos proyectos, bajo
la cobertura de proyectos de capacitación y diálogo "multisectorial",
en realidad, sentaron las bases para normativas de
bioseguridad que favorecen los intereses globales de las
pocas empresas trasnacionales de transgénicos.
En una nueva hazaña del GEF están considerando
ahora la aprobación de dos proyectos multimillonarios en
África y América Latina, cuyos objetivos principales son
legitimar la introducción de cultivos transgénicos en sus
centros de origen y/o de cultivos de particular importancia
para las economías campesinas de países megadiversos.
En el caso de América Latina, se trata de
"capacitar" a los gobiernos de México, Brasil, Perú,
Colombia y Costa Rica para manejar por un lado la
contaminación transgénica resultante de la introducción de
maíz, papa, yuca, arroz y algodón genéticamente modificados
y por otro, manejar la opinión pública crítica de los
transgénicos, a través de análisis costo-beneficio y de
estandarizar lo que llaman bases científicas "adecuadas" de
manejo de la contaminación. En ninguna parte del proyecto
consideran que la mejor bioseguridad para prevenir la
contaminación es no permitir los cultivos transgénicos, tal
como millones de campesinos, indígenas, ambientalistas,
consumidores y científicos responsables reclaman en esos
países.
Por el contrario, el supuesto básico es que los
transgénicos ya están o inevitablemente serán introducidos.
Con el brutal agravante que en este caso estamos hablando de
que cuatro de los cultivos mencionados tienen centro de
origen en los países involucrados, donde han sido producto
del trabajo campesino de adaptación durante miles de años.
El arroz, aunque originario de Asia, también ha sido
adaptado por los campesinos de la región, para quienes,
junto a los otros cultivos en cuestión, constituyen la base
de sus economías, culturas y formas de vida.
El proyecto sería coordinado por el Centro
Internacional de Agricultura Tropical (uno de los 18 centros
internacionales públicos del sistema CGIAR que según su
misión debería dedicarse a apoyar la agricultura campesina
en lugar de sabotearla), con instituciones gubernamentales,
universidades e institutos privados de los países. Entre los
asesores figuran instituciones de cobertura de las empresas
transnacionales, principales beneficiarios reales del
proyecto.
En el caso de México, las contrapartes son la
Comisión Nacional para la Biodiversidad, Sagarpa y Cibiogem.
María Francisca Acevedo y Amanda Gálvez son sus contactos.
El proyecto fue enviado para la revisión de "expertos" a
Ariel Alvarez Morales, del Cinvestav. En los comentarios que
éste dirige al GEF, dice por ejemplo: "No coincido con que
los cultivos modificados por la biotecnología moderna son lo
más importante en el mediano plazo. ¡Lo son en el presente!
Los desafíos a corto y mediano plazos son las plantas
transgénicas para producir farmacéuticos, los peces y
artrópodos transgénicos. Por eso veo la necesidad de incluir
estas áreas en el programa propuesto..."
O sea, no le alcanza que México ya sea el
experimento de las trasnacionales con la contaminación del
maíz nativo, sino que debería también ser pionero en otras
formas devastadoras de contaminación.
El proyecto presentado al GEF no incluye, hasta
ahora, las sugerencias de Álvarez. Pero sin duda, pone de
manifiesto las intenciones reales de éste: ahorrarle tiempo
a las empresas para que el discurso esté preparado para
justificar las nuevas generaciones de transgénicos.
La sociedad civil está alerta y ya comenzó una
amplia campaña en ambos continentes para detener estos
proyectos, con un primer informe de denuncia elaborado por
el Centro Africano para la Bioseguridad, Grain, Grupo ETC y
la Red por una América Libre de Transgénicos. A través de
éstos se puede conseguir más información.
Silvia Ribeiro
La jornada
21 de julio de 2006 |
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* Investigadora del Grupo ETC
Imágen:
boletindeproren.sag.gob.cl
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