Caminando entre miles de plantas
de maíz transgénico |
Un caluroso día de
trabajo en las cercanías de San Fernando, delirando sobre
las apuestas de Michelle Bachelet, algo de tecnología
biológica, seguridad alimentaria y desarrollo sustentable
Perdido en
la pre-cordillera de Los Andes, en la Sexta Región, los
semilleros de maíz transgénico son sembrados por primera vez
en estos parajes. Porque hasta unos años atrás eran
permitidos sólo en algunas localidades de la región. Los
transgénicos son organismos vivos creados en laboratorio,
mediante manipulación con un conjunto de técnicas
denominadas como ingeniería genética o biotecnología. La
técnica se basa en modificar la genética de los organismos
para entregarle atributos nuevos como las plantas de tabaco
que emiten luz gracias a los genes de la luciérnaga. En el
caso de las plantas de maíz, se transfieren genes de
bacterias que afectan a sus plagas; de esta manera, creando
organismos que no se pueden generar por sí solos en la
naturaleza, que se llaman Organismos Genéticamente
Modificados (OGM).
Todas las otras siembras de maíz, incluso aquellas de
huertas caseras deben ser ubicadas fuera de un radio de 300
metros. Los semilleros de maíz transgénico deben crecer
aislados porque no se sabe qué puede suceder con el traspaso
de las características modificadas a otras plantas de maíz.
En realidad, se sabe lo que puede suceder con el uso de
estas plantas1, pero se estima dudoso que ello pase.
Entonces se trata de la aplicación de un “principio de
precaución”. Este principio también tiene que ver con que
los transgénicos sólo puedan ser cultivados actualmente en
Chile para producción de semilla de exportación, y no
siembras comerciales para consumo humano ni animal, o sea,
sólo multiplicando la semilla que será usada en la próxima
temporada del hemisferio norte.
Lo contradictorio de un marco legal restrictivo para el
cultivo de transgénicos es que para las personas comunes y
normales en Chile no se aplica el “principio de
precaución”, ya que un gran proporción de los alimentos
importados que consumimos, sobre todo aquellos que vienen de
Estados Unidos y Argentina, son
elaborados en base a maíz, soja y canola transgénica y
ofrecidos en Chile sin un etiquetado que informe al
consumidor sobre el carácter “especial” del producto2,
para que sea cada consumidor quien toma la decisión si
compra o no ese tipo de alimentos. En los países de la
Unión Europea el etiquetado es obligatorio y se
complementa con mayor información acerca de este tipo de
alimentos.
En una carta abierta al Sr. Jaques Diouf,
Director de la FAO en junio del 2004 , titulada “La
FAO declara la guerra a los agricultores no al hambre”3,
una gran cantidad de organizaciones, movimientos y personas
alrededor del mundo, incluidos algunos de Chile,
expresan al director del organismo encargado de velar por la
agricultura y la alimentación del mundo “nuestra indignación
y desacuerdo con el informe de la FAO 'Biotecnología
agrícola: ¿Compromiso con las necesidades de los
pobres?'"4. De acuerdo con los autores de dicha carta, el
informe se ha utilizado como un ejercicio de relaciones
públicas motivado por intereses político-económicos - como
apoyo a la industria biotecnológica - “...y fomenta una
mayor desviación del financiamiento para investigación hacia
este tipo de tecnología, en desmedro de los métodos
ecológicamente sanos y de bajo costo desarrollados por los
agricultores. Mayor inversión en esta tecnología - como
recomienda la FAO - incrementará inevitablemente el
control monopólico de las empresas transnacionales sobre las
reservas alimentarias del planeta...”
¿Qué sucede si se libera el “principio de precaución” y se
permite siembras comerciales de transgénicos para consumo
humano y animal en Chile? En realidad, no se ha
comprobado científicamente un efecto directo, y es probable
que a corto plazo no suceda un impacto notorio a la salud de
las personas ni al medio ambiente, pero si se ha comprobado
que puede afectar a los agricultores.
Un ejemplo concreto de los efectos del uso masivo de esta
tecnología es el caso del Estado de Paraná, en Brasil,
donde hay grandes productores de soja. Después de mas de 10
años cultivando variedades RR (Roundup Ready), se
dieron cuenta de varios aspectos negativos en las variedades
transgénicas, como por ejemplo, un mayor costo de producción
debido al pago de patentes y al mayor uso de insumos,
principalmente del herbicida Roundup; que el precio de
cotización es menor para la soja transgénica en comparación
a la normal; también se dieron cuenta que existen
restricciones en la demanda de soja transgénica porque los
consumidores en Europa se han organizado para impedir la
entrada de este tipo de organismos. Además de las razones
mencionadas, según los agricultores los rendimientos de las
variedades RR no son mayores que los de la soja convencional
- como dice la publicidad de las empresas - sino que son
menores. Por ello es que se organizaron bajo la campaña
“Soja pura de Paraná”, haciendo alusión al no uso de
variedades transgénicas5.
Es un hecho muy decidor que en el año 2003 compañías
aseguradoras en Inglaterra se hayan negado a dar pólizas de
seguros a los agricultores que cultivan variedades
transgénicas(*), aduciendo que “...solamente el paso del
tiempo mostrará la totalidad de los problemas que pueden ser
esperados con los transgénicos (...) porque la industria de
seguros aprendió a ser cautelosa con las cosas nuevas y
existe un sentimiento concreto de que los transgénicos
podrían representar prejuicios en un horizonte de mediano a
largo plazo...”
La Comisión de Biotecnología del Gobierno de Chile (CONICYT),
que entre otras cosas aprueba la venta de alimentos sin
etiquetado, ha fomentado una posición pro-transgenia (grupo
de Miami) desde el “Protocolo de Bioseguridad” del año 2000,
actitud que se ratifica con el establecimiento del Programa
Nacional de Biotecnología apoyado por el Banco
Interamericano de Desarrollo como prioridad científica
tecnológica, sin ningún proceso de consulta ciudadana (**).
En el programa para la agricultura de la recién electa
Presidenta Michelle Bachellet, se apuesta por
posicionar a Chile como una potencia alimentaria a nivel
mundial, y para ello “...apostaremos fuertemente por la
biotecnología.”
Para estar de acorde con las tendencias mundiales en el
tema, y no sólo con los intereses de las inversiones
extranjeras, es necesario un marco jurídico precautorio que
asegure espacios de participación transparente, con un
debate que incluya a más amplios sectores de la sociedad
civil. Es necesario que se considere la inversión en
investigación y desarrollo de sistemas de producción de
alimentos sanos y seguros, como la agricultura orgánica. Así
como también es necesario establecer un programa de
desarrollo rural que incluya herramientas de planificación
territorial que contemplen áreas libres de transgénicos que
permitan el desarrollo de la agricultura orgánica.
Por ello es que mas allá de las decisiones estrictamente
técnicas que se reproducen a nivel internacional entre las
inversiones extranjeras en biotecnología y el Gobierno de
Chile, es necesario un espacio de participación en la
definición de la posición país de Chile en el tema de los
alimentos transgénicos con un enfoque que considere la
totalidad de nuestras necesidades - no sólo las de progreso
económico- con el objeto de asegurar el bienestar y la
calidad de vida de la población, así como también
sustentabilidad económica, ambiental y social para la
agricultura.
Francisco Torres
Publicado en El Rancahuaso
11 de mayo de 2007
(1)
http://www.indsp.org/pdf/ISP_GM-ES-34-S.pdf
(2)
http://www.greenpeace.org/chile/campaigns/u-transgenicos-u
(3)
http://www.grain.org/front_files/fao-open-letter-june-2004-final-es.pdf
(4)
http://www.fao.org/docrep/006/Y5160S/Y5160S00.HTM
(5)
http://www.pr.gov.br/seab/soja_pr.shtml
(*) Reportaje publicado por el periódico inglés Daily
Telegraph el 8 de octubre del 2003.
(**) Observatorio de la Economía Latinoamericana:
http://www.eumed.net/cursecon/ecolat/cl/
FOTO: augustana.ca
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