Jacques Diouf
Director General de la
FAO
Estimado Señor Diouf,
Nosotros, las organizaciones, movimientos y personas
abajo firmantes, involucrados en temas relacionados a
la agricultura, deseamos expresar nuestra indignación
y desacuerdo con el informe de la FAO publicado el
lunes 17 de mayo (“Agricultural biotechnology: meeting
the needs of the poor?”). Este informe se ha
utilizado, en un ejercicio de relaciones públicas
motivado políticamente, como apoyo a la industria
biotecnológica. Promueve la ingeniería genética de
cultivos y una mayor desviación del financiamiento
para investigación hacia este tipo de tecnología, en
desmedro de los métodos ecológicamente sanos
desarrollados por los agricultores. Desgraciadamente,
la forma cómo se preparó el informe y se dio a conocer
a los medios, levanta serios cuestionamientos acerca
de la independencia y la integridad intelectual de una
importante agencia de Naciones Unidas. El informe
aleja a la FAO de la búsqueda de la soberanía
alimentaria y de las necesidades reales de los
agricultores y campesinos del mundo, y es una puñalada
por la espalda a los agricultores, campesinos y a los
pobres de zonas rurales, a quiénes la FAO tiene el
mandato de apoyar.
Estamos profundamente decepcionados porque la FAO (y
usted personalmente) rompió su compromiso de consultar
y mantener un diálogo abierto con las organizaciones
de agricultores de pequeña escala y con la sociedad
civil. Al no consultar a estas organizaciones para la
preparación del informe citado, la FAO dio la espalda
a aquellos que son los más directamente afectados por
las tecnologías que el documento promueve.
En lugar de recomendar el fortalecimiento del papel de
los agricultores de pequeña escala en el manejo de su
biodiversidad agrícola y en el mejoramiento de los
cultivos vitales para su sobrevivencia, —que incluso
algunos de los que hacen trabajo de campo en la FAO
promueven activa y exitosamente—, este reporte propone
un “arreglo tecnológico” de cultivos cruciales para la
seguridad alimentaria de los pueblos marginalizados
—promoviendo el desarrollo transgénico de la yuca, la
papa, el garbanzo, el mijo y el teff.
El hambre en el mundo está aumentando nuevamente a
pesar del hecho de que la producción global de
alimentos per cápita es más alta que nunca. Los temas
de acceso y distribución son mucho más importantes que
la tecnología. Si algo hemos aprendido de los fracasos
de la Revolución Verde, es que los avances
tecnológicos en genética de cultivos para que las
semillas respondan a los insumos externos, van de la
mano con el incremento de la polarización
socioeconómica, el empobrecimiento rural y urbano y
una mayor inseguridad alimentaria. La tragedia de la
Revolución Verde reside precisamente en esa estrecha
visión tecnológica, que ignora los factores sociales y
estructurales, mucho más decisivos e importantes para
aliviar el hambre. La tecnología , al contrario,
fortaleció las propias estructuras que provocan las
hambrunas. ¿La FAO no ha aprendido nada?
La historia demuestra que los cambios estructurales en
el acceso a la tierra, a la producción de alimentos y
al poder político—combinados con sólidas tecnologías
ecológicas, sustentadas en la investigación basada en
el conocimiento campesino— reducen el hambre y la
pobreza. La ‘revolución genética’ promete llevarnos en
la dirección opuesta. Está basada en investigación
elitista, estratosféricamente costosa, dominada por la
industria, y en el uso de tecnologías patentadas. Los
mismos recursos, si fueran canalizados a las redes de
investigación participativa campesinas, generarían
tecnologías mucho más equitativas, productivas y
ecológicas.
Si bien el documento de más de 200 páginas lucha por
aparecer neutral, es sumamente tendencioso e ignora la
evidencia disponible sobre los impactos adversos en el
ambiente, la economía y la salud que tienen los
cultivos manipulados genéticamente. Por ejemplo, el
informe afirma ciegamente que los cultivos
transgénicos han resultado en enormes beneficios
económicos para los agricultores y que han servido
para reducir el uso de plaguicidas. Esta aseveración
se basa, en forma prejuiciosamente selectiva, en datos
de campo de una serie de estudios sobre el algodón Bt.
Ignora completamente las investigaciones que
contradicen esto. La información utilizada proviene de
la India y está basada exclusivamente en los ensayos
de campo de Monsanto en el 2001. El informe ignora la
información recolectada directamente de las parcelas
de los agricultores por varios gobiernos y otros
investigadores independientes durante el ciclo
agrícola 2002 (año en que se liberó el algodón Bt).
Esa información muestra que el algodón Bt fue un
fracaso. En cambio, los breves estudios, no
concluyentes, sobre el algodón Bt en México, Argentina
y Sudáfrica se usan abiertamente para brindar apoyo a
las variedades de algodón transgénico. Una referencia
a otro estudio sugiere beneficios para los
agricultores del algodón en Burkina Faso y Mali, y
concluye, sin tener bases, que el África occidental
—ya bajo injustificables presiones comerciales—
perderá millones de dólares si no acepta el algodón Bt.
Aunque el reporte de la FAO menciona que la ingeniería
genética está dominada por las corporaciones, pasa por
alto el hecho de que sólo una compañía —Monsanto—
domina con su tecnología el 90% del área mundial
cultivada con transgénicos. Cinco compañías fabrican
prácticamente el 100% de las semillas transgénicas que
hay en el mercado. Esto representa una dependencia sin
precedentesde los agricultores con las compañías de
agronegocios, que la FAO debería ver con alarma, y
ante lo cual debería proponer alternativas. Proponer
que se dedique más financiamiento público a la
tecnología de transgénicos no es ninguna solución.
Mayor inversión en esta tecnología —como recomienda la
FAO— incrementará inevitablemente el control
monopólico sobre las reservas alimentarias del
planeta. Los países empobrecidos serán forzados a
aceptar leyes de patentes, contratos y regímenes
comerciales que debilitan su capacidad nacional para
luchar contra el hambre. Cuatro días después de que se
publicó su informe, la Suprema Corte de Canadá se puso
de manera vergonzosa del lado de Monsanto contra los
agricultores canadienses Percy y Louise Schmeiser,
porque la semilla patentada de la corporación
contaminó su parcela. En varios países ya hay casos de
agricultores amenazados o demandados porque el polen
transgénico ¡voló hacia sus parcelas y contaminó sus
cultivos!
Mientras más campesinos se vuelvan dependientes de la
industria biotecnológica, menos opciones tendrán para
apoyar y desarrollar sus propios sistemas agrícolas y
sus formas de vida. Es inaceptable que la FAO respalde
la necesidad de propiedad intelectual de las
corporaciones. Esto implica el apoyo de la FAO a la
biopiratería corporativa, puesto que los recursos
genéticos que las corporaciones buscan patentar
provienen del trabajo de mejoramiento que han hecho
los agricultores durante miles de años.
La contaminación genética está dañando el corazón
mismo de los centros mundiales de diversidad de los
cultivos. La FAO deja este hecho de lado sin
prácticamente mencionarlo. Para los pueblos que
crearon la agricultura esto constituye una agresión
contra su vida, contra los cultivos que crearon y
nutrieron y contra su soberanía alimentaria. Durante
varias décadas la FAO ha conducido un debate
internacional en torno a la erosión genética. Con el
advenimiento de la ingeniería genética, la amenaza de
erosión se ha incrementado. Como institución normativa
intergubernamental para los recursos genéticos, la FAO
debería estar desarrollando políticas para prevenir la
erosión genética y tomar acciones frente a sus
implicaciones negativas a nivel global.
Estamos estupefactos de que para prevenir la
contaminación genética, (al tiempo que proteger al
monopolio corporativo), el informe apoya la opción
absurda de usar Terminator, una tecnología que
impediría que los agricultores guardaran y
reutilizaran la semilla cosechada. Las organizaciones
campesinas, de la sociedad civil, muchos gobiernos e
instituciones científicas han proscrito esta
tecnología. Como Director General de la FAO, usted
estableció en el año 2000 que la FAO estaba en contra
de la esterilización genética de semillas.
Increíblemente, su informe respalda una tecnología que
pondría en riesgo la alimentación de 1,400 millones de
personas en todo el mundo que dependen de la semilla
conservada de su cosecha.
Estas parcialidades, omisiones y conclusiones sin
sustento convierten a este informe en una vergonzosa
herramienta de relaciones públicas para la industria
biotecnológica y para los países que buscan exportar
esta tecnología. Es un insulto a los gobiernos
miembros de la FAO que valientemente han resistido la
presión política de la industria y a quienes han
desarrollado alternativas viables para la seguridad en
semillas y la soberanía alimentaria sostenida a largo
plazo. Es un rechazo a los esfuerzos de los
científicos y formuladores de políticas —algunos
dentro de la FAO— que han contribuido a un nuevo
desarrollo tecnológico participativo, con metodologías
agroecológicas, productividad sustentable y otros
enfoques que ponen en primer plano el rol y los
derechos de los agricultores.
Consideramos que la FAO ha roto el compromiso que
tenía con la sociedad civil y las organizaciones
campesinas de realizar consultas en los temas que
preocupan a todos. No hubo consulta con los
agricultores de pequeña escala ni con las
organizaciones campesinas y sin embargo, el informe
parece haber sido ampliamente discutido con la
industria. Para aquellos de nosotros en las
organizaciones de la sociedad civil y los movimientos
sociales que consideramos a la FAO una institución con
la que se podía tener relación, y como un foro para
debatir esos temas y avanzar en ellos, esto es un
revés tremendo. Las organizaciones de agricultores,
campesinos y de la sociedad civil nos reuniremos y
consultaremos en los próximos meses qué acciones
tomaremos con respecto a la FAO y a las repercusiones
negativas de este informe.
Atentamente,
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