Maíz transgénico: celebrando la traición |
El
16 de febrero de 1996 el gobierno mexicano firmó con el EZLN
los Acuerdos de San Andrés, donde se comprometía a reconocer
los derechos y la cultura indígenas. Nunca los cumplió, y
peor aún, varios años después aprobó una ley contraria a
éstos. El expediente sigue abierto.
Como festejo de conmemoración del décimo aniversario de esa
farsa del gobierno, exactamente el 16 de febrero de 2006,
culmina otra farsa de enorme impacto para los derechos y las
culturas indígenas de México: ese día se cierra lo que el
gobierno, a través de la Secretaría de Agricultura (Sagarpa)
llama una "consulta pública" sobre la liberación de maíz
transgénico en México, centro de origen del cultivo. Esta
vez la traición va mucho más allá de los pueblos indios:
además es una traición a todos los campesinos y todos los
que trabajan, consumen, y viven con el maíz.
Esta mal llamada "consulta pública" se refiere a las
solicitudes que presentan tres empresas multinacionales,
Monsanto, Pioneer-Dupont y Dow, para
experimentar con siete tipos de maíz transgénico, para
colmo, en campos de dos instituciones públicas: el Cinvestav
y el Inifap. Las solicitudes son la punta del iceberg del
Proyecto Maestro del Maíz, plan diseñado por las mismas
empresas multinacionales junto a investigadores mexicanos
elegidos selectivamente, en discretas reuniones realizadas
desde octubre de 2004, a convocatoria formal de Luis Herrera
Estrella, director del Cinvestav en colaboración con otros
investigadores y operadores políticos con estrechas
relaciones, incluso económicas, con las multinacionales.
Ese proyecto, como dijeran los indígenas y campesinos de la
Red en Defensa del Maíz en diciembre pasado, no tiene nada
de "maestro" ya que no hay nada que les pueda enseñar a los
que tienen 10 mil años de experiencia con el maíz. Más
adecuadamente, agregan, se le podría llamar "Proyecto de
Muerte del Maíz", ya que es una coartada para permitir que
las empresas multinacionales legalicen la contaminación
transgénica del maíz nativo con sus semillas patentadas que
han provocado deformaciones en las plantas y conllevan
riesgos de salud para todos.
Cada día surgen nuevas evidencias de que los transgénicos
tampoco cumplen ni con las promesas propagandísticas de las
propias empresas, ya que rinden menos que las variedades
convencionales, usan más agrotóxicos y son más caros. Peor
aún: no son inocuos a la salud y por presión de las empresas
en las agencias reguladoras, tampoco se hacen las pruebas
necesarias para averiguarlo.
En noviembre del año pasado, la institución de investigación
científica más importante de Australia cerró un proyecto de
10 años y más de 2 millones de dólares, luego de comprobar
que un transgénico que estaban desarrollando creaba
alergias, hipersensibilidad cutánea y hasta daños pulmonares
en ratas de laboratorio. La conclusión más alarmante fue que
el tipo de pruebas que habían realizado para tomar la
decisión de cerrar ese proyecto no se han aplicado a ninguno
de los cultivos transgénicos que las empresas tienen en
circulación.
Repitiendo casi exactamente lo que hicieron con la
introducción subrepticia del algodón transgénico en México,
las empresas quieren comenzar con cultivos experimentales
disimulados en estudios de instituciones públicas, para que
luego las empresas puedan solicitar directamente la
liberación y comercialización en el resto del país.
En su atropello para garantizar sus inversiones en detrimento
de los intereses de campesinos, indígenas y la soberanía
alimentaria del país, ni siquiera han guardado las formas
que generosamente les permite la Ley Monsanto (mal
llamada de bioseguridad). Por eso luego de aprobar las siete
solicitudes el año pasado, gracias a un recurso legal de
Greenpeace, la Sagarpa tuvo que retirar estos permisos y
llamar a esta farsa de "consulta pública". Como bien lo
demostró Alejandro Nadal, tampoco esta consulta es legal, ya
que no tiene sustento en dicha ley, sino en una norma
anterior que no está vigente (La Jornada, 8/2/2006).
Pero aún si estuviera dentro del marco legal aprobado en
favor de las empresas, definitivamente es ilegítima. ¿Cómo
podría considerarse legítima una "consulta pública" de la
cual virtualmente nadie del "público" mexicano está enterado
y que para saberlo tiene que ir al sitio Internet de la
Senasica1/Sagarpa,
en los míseros 20 días que está abierta tal "consulta" y
además elaborar una carta "sustentada técnica y
científicamente"? ¿Será que los campesinos e indígenas de
México, principales interesados y afectados, tienen una
computadora conectada en sus milpas, visitando diariamente
el sitio de Senasica para poder enviar sus preocupaciones?
¿Será que para los funcionarios tendría algún valor, que
quienes han creado el maíz y es sustento de sus vidas y
culturas resuman su vastísimo conocimiento expresando, como
el pueblo huichol que "el maíz es nuestra madre, el maíz es
nuestro alimento, el maíz es sagrado. No sabemos hablar bien
el español, pero sí sabemos hablar con el maíz", y que por
eso se nieguen rotundamente a que ese maíz sea violado con
transgénicos?
Existen innumerables testimonios de campesinos, indígenas,
ambientalistas, intelectuales, artistas, académicos y otros
que ya han expresado mucho más públicamente que esta
consulta que México no quiere ni necesita maíz transgénico.
Si usted quiere recordárselo a los receptores de esta
"consulta", puede enviarle su opinión a amada.velez@sagarpa.gob.mx,
y al director de Senasica, Javier Trujillo, trujillo@senasica.sagarpa.gob.mx
Silvia Ribeiro *
14 de febrero de 2006
1
Senasica: Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad
Agroalimentaria, de la Secretaría de Agricultura, Ganadería,
Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación.
* Investigadora de Grupo
ETC.
FOTO:
www.informativos.telecinco.es
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