El 21 de marzo
pasado, la revista Nature reveló que la trasnacional
Syngenta estuvo vendiendo por más de cuatro años una
variedad de maíz transgénico que nunca fue aprobada
por ninguna de las autoridades regulatorias de Estados
Unidos. Se trata del maíz insecticida Bt10; según la
empresa fue un accidente y "solamente" se
distribuyeron algunos cientos de toneladas de ese
maíz, y además es "prácticamente" igual a otro maíz
transgénico aprobado, el Bt11, que según ellos no
tiene riesgo para la salud. |
Syngenta,
resultado de la fusión de las empresas Novartis y
AstraZeneca, es la segunda de las cinco multinacionales
que controlan los transgénicos plantados comercialmente a
escala global.
Aunque lo sabían por la empresa desde diciembre de 2004, y
pese a que afirman que no es peligroso, el Departamento de
Agricultura de Estados Unidos, la Administración de Fármacos
y Alimentos (FDA) y la Agencia de Protección Ambiental (EPA)
ocultaron la información al público hasta que Nature lo
reveló en su artículo. Inclusive en ese periodo se consultó
a la Casa Blanca sobre la política a seguir, ya que la
noticia podría afectar la demanda que existe de Estados
Unidos contra la Unión Europea (UE) por la moratoria de esta
última contra la importación de transgénicos.
Luego de revelada la noticia, Syngenta se negó a decir
en qué entidades de Estados Unidos se había cultivado este
maíz, aunque señaló que "solamente" fueron cuatro, y
"solamente" en unas 15 mil hectáreas. Con el promedio de
producción por hectárea en ese país, estamos hablando de más
de 150 mil toneladas y no de "solamente algunos cientos".
Syngenta tuvo que aceptar que se había colado en las
exportaciones, pero nuevamente se negó a decir a qué países.
Sin embargo, la UE reaccionó y pidió explicaciones, por lo
que se supo que el Bt10 también había entrado a países
europeos, pero "solamente en pequeñas cantidades". Días
después reconocieron que también estaría en Canadá y
Argentina, y más tarde dijeron que en Sudáfrica, Uruguay y
Japón, donde se ha legalizado el cultivo de maíz insecticida
Bt11.
Una semana después de la primera noticia, Nature reveló que a
diferencia del Bt11, el maíz Bt10 –vendido sin aprobación–
tiene genes marcadores de resistencia a antibióticos. Aunque
Syngenta lo minimiza, esto significa que tienen el
potencial de recombinarse con bacterias del aparato
digestivo de quienes lo ingieran –animales o humanos–,
confiriéndole resistencia al antibiótico ampicilina, uno de
los más usados para diversas infecciones bacterianas
comunes. Quiere decir que uno puede tomar el antibiótico y
que éste no surta efecto, pero no habrá manera de saberlo
hasta estar enfermo y que la medicina no funcione.
El 8 de abril Syngenta anunció que había acordado con
las autoridades estadounidenses pagar una multa de 375 mil
dólares y, vaya, ¡un curso para que sus empleados se
entrenen en aplicar las regulaciones vigentes! Solamente. Es
cuando menos extraño que un "accidente" haya durado cuatro
años. Pero es claro que pone de manifiesto la incapacidad de
las agencias regulatorias y de la sociedad para controlar
las empresas trasnacionales. La UE, por ejemplo, tuvo que
reconocer que no tenía el equipo necesario para encontrar la
diferencia entre el maíz Bt11 aprobado y el Bt10 no
aprobado.
Según la ley Monsanto votada por los legisladores
mexicanos –eufemísticamente llamada ley de "bioseguridad"–,
se aplicará el principio de precaución "según las
capacidades" que existan en el país. Que huelga decir son
seguramente bastante más rudimentarias que las de la UE. Por
más datos, las cláusulas sobre confidencialidad garantizan a
las empresas que pueden mantener en secreto los detalles de
las construcciones transgénicas, para protegerse frente a
sus competidores. Principio que se ha llevado a tal extremo
que el grupo del Instituto Nacional de Ecología que debe
hacer la evaluación de riesgo de las solicitudes presentadas
¡ni siquiera puede circular la información a sus propios
expertos!
En la práctica, las empresas pueden colocar diversas
secuencias genéticas en sus semillas transgénicas que nadie
se enterará hasta que provoquen algún desastre o se vean
obligadas a revelar que fue "accidental". Por ejemplo, nada
les impediría colocar genes "terminator" que fueran
activados por inductores externos posteriormente (por
ejemplo, químicos de fumigación aérea), produciendo la
esterilidad de las semillas de la siguiente generación, y de
todas aquellas plantas que hubieran sido contaminadas
mientras tanto.
Los potenciales impactos sobre el ambiente y la salud siguen
en la niebla y los estudios brillan por su ausencia. Lo que
está claro es la instauración global de una "democracia"
transgénica, donde las decisiones se toman fuera de las
regulaciones, de la legalidad, de las llamadas estructuras
democráticas –aunque las usen para darse cobertura– y que
las definen quienes tengan el poder y el dinero para ello,
al margen de la voluntad de la mayoría de la población.
Cualquier parecido con el cínico desafuero del jefe de
Gobierno del Distrito Federal en México, no es mera
coincidencia. Es solamente la democracia transgénica.
Silvia Ribeiro *
21 de abril de 2005
*
Investigadora del Grupo ETC, México.
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