El
granero transgénico del MERCOSUR
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La fiebre
argentina de la soja genéticamente modificada no tiene
límites ya se prevé duplicar la cosecha en menos de diez
años.
Un modelo peligroso que se
expande en los países de la región con el auspicio de las
trasnacionales y los representantes locales de los
agronegocios. El tema va más allá de las fronteras de ese
país, tal como lo evidencian las situaciones de Uruguay,
Brasil y Paraguay, que se incluyen brevemente
en este informe.
Uno de los portavoces más influyentes del corporativismo
sojero en Argentina, el ingeniero agrónomo y director
del suplemento Clarín Rural, Héctor A Huergo, no se
cansa de repetir que “Dios es argentino” y que, como tal,
decidió bendecir a sus hijos con una nueva oportunidad
histórica para el desarrollo. Ese “maná que nos mandó Dios”
–según palabras de Huergo– es la soja transgénica.
Sin embargo, los responsables del modelo agroexportador que
se instaló en el país, ocasionando profundos daños sobre el
ambiente, la salud de la población y el sistema productivo,
tienen existencia física, nombre y apellido, o por lo menos
razón social.
Desde que el ex presidente Carlos Menem
permitió el cultivo de la soja RR (Roundup Ready) de
Monsanto, a mediados de la década de 1990, el modelo de
la soja no ha parado de expandirse. Las 5 millones de
hectáreas iniciales se transformaron en 16 millones, según
la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos (SAGPYA).
Esta superficie sembrada implica una producción que supera
las 40 millones de toneladas de soja para forrajes, aceites
y harinas, los principales productos de exportación que
dejan en las arcas fiscales unos 2 mil millones de dólares
en concepto de retenciones.
De esta forma, Argentina logró el segundo puesto
mundial en la producción de cultivos transgénicos, detrás de
Estados Unidos, aunque para lograrlo tuvo que hipotecar su
territorio como campo de prueba de la biotecnología
desarrollada por Monsanto y otras trasnacionales,
como Syngenta, Nidera, Cargill,
Bayer y Basf, que también operan en Sudamérica.
Actualmente, el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) se proyecta
como una “república sojera” sin fronteras entre Argentina,
Paraguay, Brasil, Bolivia y Uruguay,
con una producción que ronda las 100 millones de toneladas y
que, en su conjunto, concentra el 68 por ciento de las
exportaciones mundiales de soja. Todos estos puntos estarán
unidos por la hidrovía Paraguay-Paraná, un megaproyecto de
Cargill que permitirá transportar enormes cantidades
de soja del MERCOSUR hacia los puertos del Atlántico.
Las voces más optimistas festejan la llamada “revolución
verde”, un concepto en el que se incluyen los cultivos
transgénicos, los agronegocios, la siembra directa y los
desarrollos en biotecnología. En este marco, las
trasnacionales incrementan sus ganancias y rediseñan el mapa
regional según sus intereses en el mercado mundial. Los
países productores equilibran sus balanzas comerciales y, en
algunos casos, logran establecer saldos positivos históricos
que les permiten cumplir con sus acreedores, o reproducir
sus propios sistemas de asistencialismo social. Los barones
de la soja, mientras tanto, se enriquecen con rapidez y poco
esfuerzo. Pero este modelo agropecuario que produce
alimentos exclusivos para cerdos, vacas y pollos de Europa y
Asia conlleva riesgos.
VENENO
La soja RR es una planta
genéticamente modificada (GM) para resistir al
Roundup, el herbicida que produce Monsanto a base de
glifosato y otros compuestos químicos que permiten aumentar
su eficacia contra las malezas.
En Argentina la soja insume anualmente unos 160
millones de litros de herbicida, a razón de diez litros por
hectárea. La fumigación intensiva en las provincias de
Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires ya impacta de manera
irreversible sobre aquellas ciudades y pueblos que ven el
avance de la “revolución verde” a pocos metros de sus cascos
urbanos. El Grupo de Reflexión Rural (GRR), que
fomenta la campaña Paren de Fumigar, junto a otras
organizaciones de vecinos autoconvocados, advierte que “se
está configurando una catástrofe sanitaria de envergadura
tal, que nos motiva a imaginar un genocidio impulsado por
las grandes corporaciones y que sólo los enormes intereses
en juego y la ignorancia cómplice de la clase política
logran mantener invisibilizado e impune”.
Sólo en el barrio Ituzaingó Anexo, ubicado en los márgenes
de Córdoba capital, se registraron 200 enfermos de cáncer
por los agrotóxicos, sobre una población total de 5 mil
habitantes. Pero también se detectaron otras anomalías: alta
incidencia de lupus, púrpura, asma, afecciones en la piel,
malformaciones congénitas y alergias.
El caso es paradigmático porque revela las consecuencias más
dramáticas del modelo rural vigente, cuestión que se repite
en miles de localidades de la gran “república sojera”. La
expansión de los monocultivos transgénicos en los últimos
diez años distorsionó la estructura territorial de los
pueblos rurales. Los cinturones verdes que rodeaban a estos
pueblos, como barreras de morigeración frente a los
agrotóxicos, fueron ocupados por la soja y ahora las
fumigaciones no sólo destruyen malezas, sino la salud de
niños y adultos que se ven expuestos a los herbicidas de
manera directa.
COMPLICIDAD
AMBIENTALISTA
El problema sanitario es apenas
uno de los efectos del “boom sojero”. También se debe tener
en cuenta la deforestación, la degradación indiscriminada de
suelos y la destrucción de la biodiversidad, como
consecuencia de la expansión estratégica que planificaron el
Banco Mundial (BM) y las trasnacionales, en
complicidad con las grandes organizaciones ambientalistas.
El Foro por los 100 Millones Sustentables, que se desarrolla
desde 2003 bajo la coordinación de la Fundación Vida
Silvestre Argentina (financiada por el BM) y la
Asociación Internacional de Agronegocios y Alimentación (IAMA),
busca crear consenso entre empresarios, corporaciones y
representantes de la sociedad civil para alcanzar en el país
una meta de 100 millones de toneladas de granos y
oleaginosos transgénicos antes de 2015.
Los ambientalistas “parten de un sentimiento de derrota,
porque piensan que es imposible detener el auge de la soja”,
aseguró Jorge Rulli, miembro fundador del GRR (véase
recuadro). En diálogo con BRECHA, Rulli explicó el caso de
la siguiente forma: “Los empresarios lo que plantean es que
nos encaminamos a los 100 millones de toneladas de
exportación, lo cual requiere unos cuatro millones de
hectáreas más en Argentina. Esto implica no sólo la
devastación del bosque que queda, sino además el riesgo de
una crisis social de proporciones. ¿Cómo hacer para evitar
colapsos ambientales o crisis sociales?, se preguntan las
corporaciones. Se necesitan guías (ambientalistas), gente
que entienda de biodiversidad para saber dónde avanzar y
dónde no, para no provocar crisis ambientales o conflictos
sociales graves, como ya sucedió en Santiago del Estero con
los campesinos”.
EXPULSADOS DE
SUS TIERRAS
De todos modos, las crisis
sociales ya son evidentes con el desplazamiento territorial,
el desempleo y la violencia al estilo de las guardias
rurales que operan impunemente en Paraguay.
Los barones de la soja ejercen la fuerza indiscriminada para
ampliar sus propias fronteras, expulsando a pequeños
productores, campesinos y pueblos originarios, mediante la
creación de grupos paramilitares. Se trata de un método que
nació con el boom de la soja transgénica, primero en
Santiago del Estero, y en los últimos años en las provincias
de Salta, Jujuy, Chaco, Tucumán, Formosa, Catamarca, Córdoba
y Mendoza. Aquellos que logran sobrevivir a la represión
privada pasan directamente a la desocupación urbana.
Según un estudio realizado recientemente por el INTA, ocho
de cada diez desocupados del Gran Buenos Aires provienen de
la agricultura. Los datos de esta encuesta hablan de la
incipiente migración del campo a la ciudad por el impacto
del modelo agroexportador bajo el sistema de siembra
directa, que permite producir monocultivos con apenas un
empleado por cada 500 hectáreas.
Fernando M López
Brecha
6 de febrero de 2006
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